Cuando se antepone desmesuradamente las querencias propias a cualquier otra consideración, empezamos a encontrarnos con un problema a solucionar. Más grave aún, si se trata de un responsable público, que debe tener como premisa de comportamiento, un esmerado afán de servicio público que, a fin de cuentas, significa ocuparse de los demás. Están inmersos en plena faena para conformar los gobiernos en los distintos ámbitos territoriales, es necesario que haya estabilidad para asegurar una actividad económica suficiente, que posibilite un crecimiento constante, unido a un desarrollo sostenible, que impulse la creación de empleo. No es cosa menor los acuerdos a llegar, porque no se trata de un juego matemático, ni de combinaciones posibles, es dar tranquilidad y confianza para hacer, emprender o construir. La inestabilidad política frena iniciativas, asusta inversiones y aumenta la desconfianza.

Para avanzar hay que saber con lo que se cuenta, de forma veraz, actuando en consecuencia, porque no se puede sobrevalorar las capacidades que cada cual tenga, ya que llevaría al colapso de la gestión pública. En Tenerife tenemos ejemplos recientes, que aumentan la preocupación, porque desde la postura intransigente y vanidosa se ha llegado a tener una isla colapsada y caótica. Seguir repitiendo estos errores sería catastrófico para el porvenir. "Hay que dejar la vanidad a los que no tienen otra cosa que exhibir", decía acertadamente el escritor francés Honorato Balzac. Esa persona orgullosa que tiene un alto concepto de sus propios méritos, con un afán excesivo de ser admirado y además considerado por ellos, es un espécimen que pulula con bastante frecuencia en la confusa política canaria, haciendo un daño enorme a nuestra capacidad productiva y frenando soluciones o entorpeciendo acuerdos.

El tejido empresarial, requiere que no le pongan obstáculos los que, por sus funciones o competencias, están precisamente para agilizar e impulsar el dinamismo económico, tan imprescindible en cualquier sociedad. Levantar muros de contención a la iniciativa privada es un error infantil de los burócratas o sueldólogos de turno, que no saben de la realidad vivida, porque sólo conocen el hábitat de su despacho oficial, viviendo en su mundo virtual, creado por ellos mismos, para su mayor gloria y satisfacción. Se precisa eficiencia y rapidez en la gobernanza de la cosa pública, nada de ingeniosidades que llevan a la frustración permanente. Convertir la política en un continuo espectáculo de plató de TV, como ha ocurrido en alguna institución en Tenerife, ha sido un error que al final paga la ciudadanía, con servicios públicos deficientes, colas y atascos. El escritor inglés John Heywood, con palabras duras, significaba al torpe que, en su megalomanía, pensaba que era el mejor, cuando dijo: "Cada gallo está orgulloso de su estiércol".

Querer tener siempre la razón, estar pendiente de su imagen pública, enfadarse fácilmente, teatralizar su comportamiento, instrumentalizar a los demás, son las propiedades que identifican al político engolado. No sirve, es un fiasco, los resultados nunca llegan, es más, lo único que sabe hacer es engendrar problemas, aumentar dificultades, embrollar los asuntos y ponerse medallas inmerecidas. Dice el sabio: "Vanidad de vanidades. Todo es vanidad", pues hay que cambiar comportamientos, Tenerife necesita soluciones apremiantes y remedios satisfactorios, no meras películas de ciencia ficción e historias interminables, que ya llevamos muchos años sufriendo. Los competentes son los que tienen que tomar las riendas.

*Presidente de Fepeco