Muy fácil ponerse en la situación. Un vídeo de sexo se propaga entre tus compañeros de clase. De trabajo. De barrio. Soportas la vergüenza, los comentarios, la humillación... mientras las imágenes circulan de móvil a móvil sin que, que sepamos, nadie lo denunciara.

Comportamiento que se remata con el fallecimiento -suicidio- por la presión insoportable al ver su intimidad expuesta especialmente en su círculo más cercano. Hoy ya se entregó el generoso que comenzó la divulgación del vídeo grabado hace cinco años. Por cierto, ya está libre de nuevo. No es el único responsable. Y quiero resaltarlo con toda la fuerza en este escrito. Todos y cada uno de los que lo han reenviado -más allá de sus responsabilidades penales, que las tienen- han colaborado para que ese vídeo sexual de una mujer sea viral. Virus fulminante por cierto.

Las tecnologías, ahora al alcance de todos, hacen que las fotos y los vídeos virales alcancen números inmensos. Pero con la necesaria cooperación de otras personas que también se convierten en acosadores en un acto irreflexivo. ¿Acaso no percibieron la violencia que estaban infringiendo? ¿No vieron que la estaban acosando de manera extrema?

Este tipo de vídeos se conocen como pornovenganza, es decir, se utilizan para hacer daño a la mujer y extorsionarla tras finalizar una relación. Y lo hacen las personas que no asumen el derecho a una ruptura normalizada de una pareja o relación sentimental y recurren al acoso como forma de violencia.

Las víctimas son habitualmente mujeres, porque en nuestra sociedad el hombre no se ve penalizado -sino todo lo contrario- ante la exhibición pública de relaciones sexuales. ¿Por qué una mujer se avergüenza de que la vean en un vídeo de contenido sexual mientras el patán que, por celos, puso en marcha la causa general recibe palmaditas en la espalda y sonrisas de aprobación?

Ahí está el verdadero problema. No, no es tanto el quién o el cuántas personas disfrutaron con el dolor de una mujer, como la razón por la cual esta sociedad hace creer a las mujeres que son culpables. Qué podemos llegar a ver que las hace diferentes, ¿acaso el pecado original? ¿Por qué si no demuestran su pureza han de ser condenadas al desprecio y al ostracismo...?

Y no, lo más grave del problema no es tanto la cantidad de compañeros -las palabras también deberían ponerse en cuarentena, como los enfermos- que hicieron circular las imágenes que terminaron con una madre ahorcada, como la cantidad de veces que cada mujer tensa un poco más la soga con comportamientos machistas, con la complacencia imbécil, repito, complacencia imbécil, ante conductas y comentarios que las colectivizan como al ganado.

¿Por qué una mujer no puede vivir su sexualidad cómo, cuándo y con quién le apetezca?

Verónica murió por ese mirar hacia otro lado, por ese hacer que no les duele, por ese justificar, por ese esconder esos comportamientos machistas para evitar vergüenzas, por el miedo, porque él es así, porque es que me quiere mucho y los celos le pueden, por todo lo que ocurre en el día a día de tantas mujeres que callan. Que callan y mueren. Por eso. Fundamentalmente por eso.

Feliz domingo.

adebernar@yahoo.es