La victoria del PSOE en las cuatro elecciones del 26-M en Canarias, es deudora de tres factores fundamentales: uno, la continuidad de la ola nacional, a la que estamos bastante acostumbrados en las Islas. El voto en Canarias suele responder a esas oleadas comportándose de forma parecida a como lo hace en Península: quien sube en toda España lo hace también en Canarias, y a quien baja allí le pasa lo mismo aquí. No es una novedad, lo hemos visto en todos los procesos electorales desde 1977 para acá, y en algunos lugares de las Islas ocurre más que en otros: en Gran Canaria, por ejemplo, son más contundentes los volantazos políticos entre derechas e izquierdas de lo que son en Tenerife, quizá por la inexistencia de una fuerza política como Coalición, que se ha situado siempre entre el Partido Popular y el PSOE.

Otro factor del crecimiento del PSOE es la recomposición del espacio electoral del centro izquierda en torno a sus propuestas. Se trata de algo que no se me antoja como mérito del PSOE, sino fruto básicamente de los errores cometidos en los últimos tres años por Pablo Iglesias y su partido, entre otros el asombroso síndrome de Galapagar que llevó a Iglesias a traicionarse a sí mismo, renunciando a su pisito de Vallecas y comprándose un chaletazo cuando su primera nómina de diputado le permitió acudir al banco a pedir un crédito importante. Son gestos como ese, o la confusión de Iglesias en relación con lo que él denomina patriotismo -un patriotismo en el que la unidad del país resulta un asunto básicamente intrascendente- los que han permitido al PSOE iniciar la recuperación de la hegemonía que tuvieron en tiempos de González o Zapatero. El abrazo del oso de Sánchez a Podemos le ha permitido hacerse casi con la mitad de los votos que Podemos cosechó en Canarias en 2015 y revalidó en 2016. La debacle regional del partido de Pablo Iglesias está íntimamente ligada al éxito electoral del PSOE, de la misma forma que el éxito de Podemos en los dos procesos electorales de 2016 provocó la caída del PSOE a los peores resultados de su historia.

Y luego está el tercer factor, importante, pero más íntimamente local, más cercano, relativo a esa declarada "voluntad de cambio de los votantes", que habrían apoyado las candidaturas del PSOE para provocar la salida de Coalición Canaria y la caída de ese "régimen que ya dura un cuarto de siglo". Es probable que parte de los sufragios cosechados por el PSOE incorporen ese deseo de sacar a patadas a Coalición Canaria de las instituciones que los socialistas han esgrimido durante toda la campaña para pedir el voto a los ciudadanos. El problema es que quizá ahora tengan ellos -los socialistas- que olvidarse de esa sagrada voluntad ciudadana de cambio no tan generalizada, como descubrirán en un PSOE que se prepara para caerse del caballo a Damasco, e intentar cuadrar las matemáticas del que quizá sea el único Gobierno posible en Canarias, y además el más conveniente para la investidura de Sánchez.

Y es que hay pocas cosas más demoledoras que hacer números y descubrir hasta qué punto hay sumas que no salen. Hasta el día 14 de junio, cuando se elijan los alcaldes, hay tiempo para repasar las cuentas.