Cuando en la Guerra Civil George Orwell, Simone Weil e Ilya Ehrenburg pasaron por Cataluña, imperaba el principio de realidad, lo real aparecía en cada esquina o barricada con forma de cañón de fusil. La izquierda libró una segunda contienda entre si verdaderamente mortífera. Salieron vivos los tres, los dos primeros por piernas, Ehrenburg no: estaba con los matarifes comunistas. El nacionalismo catalán, aunque hizo todo para el desgobierno insolidario, se acurrucó allá donde las balas silbaban. Siempre se acurruca y arruga. Una constante de cobardía que, a pesar de todos los libros que salen sobre Cataluña, nunca se ha estudiado. Sin cuya reflexión, entendemos, se limita el conocimiento del separatismo catalán.

Los últimos desafíos del independentismo catalán, su combinación revolucionaria de lucha institucional y de masas, parecía no conocer límites. Nadie se fiaba de las armas de los Mossos, había suspense: ¿que harían? En TV3 llegaban a anhelar algún muerto como factor resolutivo. Lo decían con claridad por si cundía la idea y surgían voluntarios; algún sacrificio patriótico sabían indispensable. Con protomártires todo estaría hecho. Lo bueno del separatismo catalán es que forzosamente ha de ser el nacionalismo más cobarde de la historia del nacionalismo. No son balcánicos, ni polacos, irlandeses, rusos, ni siquiera vascos (otros carlistas, pero mucho más auténticos y montaraces). Una patria es una patria, no cualquier cosa. Incluso puede llegar a ser la que no es tuya, como Lord Byron que murió por Grecia.

Para una genealogía de la cobardía separatista hemos de retroceder a las primeras décadas del siglo XX, cuando Barcelona era la meca de la violencia política (ácrata/patronal), pasar por la guerra civil en los términos apuntados, su absoluto absentismo antifranquista (excepción: Jordi Pujol) y terminar en la kermés de la última década. La casuística de desinflados es interminable y da para muchas fichas y clasificaciones ¡rigor científico!: los que ponían a salvo su patrimonio preventivamente, quienes mendigaban el importe de condenas, los dimisionarios solo verlas venir, los perfiles caídos, la autohumillación como cálculo. Los que pronto se lavaban las manos (Trapero), los que justificaban la falta de coraje en su inocente familia, los que deseaban íntimamente el fracaso de sus propios actos (declaración independencia), los ausentes y desaparecidos, los que se convertían en tenues, renuentes, desmemoriados, como quienes no paraban de desdecirse y humillaban la cerviz uno tras otro ¡todos!, ante el magistrado Marchena.

El separatismo catalán, perro ladrador poco mordedor, necesita el coaching y la toalla de la izquierda hoy más que nunca. Federalismo y di-algo ¡ya!