En algunos momentos de nuestra vida tenemos la posibilidad de contemplar toda la vida. Algunos dicen que ocurre cuando estamos en las puertas de la muerte, en las que como una película pasa ante nuestra conciencia toda nuestra vida. Pero esa oportunidad aun no la he tenido y, por otro lado, creo que cuando la tenga, no tendré a nadie de ustedes a quien contárselo. Por eso me contento, por ahora, con esos momentos en los que un trozo enorme de nuestra existencia pasa delante de nosotros dejando ese sabor a estupor y sorpresa en nuestro fondo vital.

Hace 25 años presidí la celebración de un matrimonio en Madrid. Era una pareja de amigos a quienes había conocido mientras estudiaba en la Universidad Pontificia Comillas. Me pidieron que volviera a bendecir sus anillos de boda y presidiera la misa de acción de gracia por sus bodas de plata matrimoniales. Fue una alegría decirles que sí y, aún más, fue una experiencia vital de poderlo realizar. Sus tres hijos les prepararon una sorpresa en imágenes. Fotos de hace 25 años. Ahí me ocurrió la sorpresa y el estupor.

De cerca parece que las cosas no cambian y que el tiempo es un continuo sucesivo sin saltos abismales. Hace falta la perspectiva de una distancia así, como de 25 años, para adquirir una visión clara del surco de deja el paso del tiempo en nuestros cuerpos y en nuestras almas. Y es solo entonces cuando uno percibe el valor que han tenido los años y las lagunas que hemos ido acumulando en ellos. Un salto en el tiempo para lograr mirar con perspectiva el presente que tenemos en nuestras manos. Para eso sirve la historia.

Nuestra cultura dominante chorrea un presentismo exagerado. Cualquier cosa que no tenga que ver con lo que nos ocupa es una realidad inútil. Creo que es muy sano no vivir añorando el pasado que no va a volver, ni anhelando un futuro que aún no ha llegado. Pero ambas perspectivas nos ayudan a entender que las acciones de ayer nos han traído a este presente; y que las decisiones de hoy tendrán consecuencias en el mañana. Conocer de dónde hemos venido, lo que nos ha sucedido como personas y como pueblo, es necesario para no desconectar el presente de sus raíces profundas. Qué pena la escasa relevancia académica que se le da a la historia del pensamiento, a la historia de las civilizaciones, a la memoria de la belleza en el arte en sus múltiples manifestaciones? Estamos educando una sociedad sin capacidad de estupor y sorpresa, sin capacidad de mirar con perspectiva el presente.

No lo hemos hecho todo bien. No lo hemos hecho todo mal. Hemos intentado y conseguido, hemos soñado y hemos despertado. Nada es absoluto. Todo pasa, es relativo. Como el paso de las estaciones que van dejando huella en la naturaleza y cicatrices en nuestra frente. Hemos sanado de iluminismos e ideologizaciones. Pero la perspectiva nos ha ayudado a no dejar morir la utopía de saber que detrás del presente llega siempre lo mejor. Porque somos espera y conquista. Y cuando ya no hay sueños, llega la muerte.

El tiempo es superior al espacio. Eso nos ha dicho el papa como principio primero que fundamenta la visión y de la acción social de la comunidad de discípulos de Jesús. Son los procesos que acontecen en el tiempo lo que cobra valor, más aún que las conquistas puntuales que se alcanzan en un aquí y ahora. Es el tiempo el que da sentido al espacio y este espacio se transforma sometido al tiempo. Así seremos capaces de manejar frustraciones y mantener despierta la utopía de un futuro siempre más y mejor soñado.

No lo hemos hecho todo mal. Hemos intentado y conseguido, hemos soñado y hemos despertado.

*Delegado de Cáritas diocesana de Tenerife