Los aguacateros en la finca de Araya tenían más de treinta años. El agricultor, don Amador, un día recibió la visita de un tal Gervasio preguntándole por qué no los arrancaba y plantaba coles. El único motivo que esgrimió fue que los árboles llevaban más de tres décadas plantados. Don Amador le respondió que mientras tuviese vida y pudiese venir a la finca, los aguacateros seguirían dando frutos. "Imagínese usted que hay árboles con semillas traídas desde Cuba hace casi un siglo", dijo don Amador, intentando argumentar su determinación.

Gervasio siguió caminando y vio que la iglesia de Araya tenía más de treinta años y pensó que bien se podía demoler y hacerla nueva. Cuando lo comentó en la plaza con un grupo de vecinos sentados al fresco, lo increparon diciendo que esa iglesia se había construido con el esfuerzo de todo el pueblo y que se lo "hiciese mirar" porque lo suyo era de médicos.

Cuando Gervasio se subió en su camioneta, se percató de inmediato de lo vieja que era: "Ya tiene unos 27 años y debo pensar en cambiarla", y es que todo lo que tenga más de treinta años hay que borrarlo de la faz de la tierra.

Su delirio iba en aumento, tal que al llegar a su casa le planteó a su mujer que con los pocos dineros ahorrados hasta la fecha podían cambiar todos los muebles por otros más modernos porque ya pasaban holgadamente de la treintena. Su mujer lo miró con cara de pocos amigos y ni le contestó. Macarena le sirvió el plato de cazuela de cherne (llevaba mucho más de treinta años atendiéndolo) y pensó para sí misma que últimamente lo veía muy raro.

Y raro estaba porque algo extraño le ocurrió en Santa Cruz cuando entró en la mueblería de los hermanos Mirabal, que está frente al parque y que tiene más de cien años de existencia. Gervasio se empezó a marear y uno de los hermanos tuvo que sentarlo en un sillón estilo Luis XV y le trajeron un vaso de agua. A Gervasio le empezó a faltar el aire. Cuando se recuperó salió del establecimiento escopeteado sin dar explicaciones, pero con la seguridad de saber de dónde procedía su malestar.

Pasó por el cine Víctor y miró la fecha en que fue construido el edificio. Le preguntó al taquillero que cuánto tiempo llevaba ahí. El trabajador le dijo que llevaría unos tres años pero que antes había estado su padre en el mismo puesto y como proyector de las películas por un sueldo muy bajo. "Las cosas han cambiado don, ahora la gente viene con la entrada al cine desde sus casas". Gervasio se dio cuenta de que algo no le cuadraba en un mensaje que llevaba meses recibiendo continuamente. En su cabeza se metió una matraquilla que repetía constantemente: "hay que echarlos, llevan más de treinta años".

Esa tarde se fue hasta el lugar de reunión donde oía repetir constantemente que "había que echarlos porque llevaban treinta años". Él les dijo, después de un largo análisis, que realmente llevaban treinta años y habían cambiado la Isla para mejor. Que cuando su madre se enfermó hace ya unos años la tuvo que llevar a la residencia en el coche de un pariente sacando un pañuelo blanco y tocando la bocina. Mi hija estudió en La Laguna y solo podía venir a Araya los fines de semana porque no había transporte. Y Amador, el de los aguacates, ahora tiene apoyos para modernizar el riego. Dijo que a una amiga del kiosko le habían bajado los impuestos de ocupación de la rambla, que a su madre la visitaban tres días a la semana con un servicio de asistencia domiciliaria para que no estuviese sola, que su nieta estudiaba una carrera en La Laguna y otra online. Que su nieto tenía al lado de su casa una escuela oficial de idiomas. También veo a los más pequeños que los dejan en las escuelas infantiles a las siete de la mañana para que sus padres puedan trabajar. Gervasio estuvo una hora dando sus motivos del porqué no lo habían convencido.

Gervasio comprendió que no le daban argumentos serios, porque, además, los aguacates eran ahora un producto de lujo y los comercializaban hasta en Francia, la iglesia cumplía su función, la camioneta aún le cargaba lo indispensable, los muebles ni estaban picados y eran de mejor calidad, y las empresas La Moderna y el cine Víctor, como cientos de ellas, seguirían vivas y generando empleo. Gervasio empezó nuevamente a ver la botella medio llena.

*Candidato de CC-PNC al Cabildo de Tenerife