El otro día leía un inquietante ensayo más sobre qué va a pasar con la digitalización masiva y la desaparición del dinero físico. Los bancos ya no quieren que las personas se acerquen a sus sucursales, los recortes de plantilla son brutales y es el propio director el que, en algunas sucursales, junto al cajero y algún ayudante, se levanta de su despacho y te enseña a ejecutar las gestiones oportunas en el cajero. Los bancos no quieren empleados y todo lo sustituyen por la robótica, como los restaurantes de comida rápida, las gasolineras, la industria, todo. La desaparición del dinero físico es una alternativa que corre a raudales con el disfraz de seguridad, pero con el alma de control de por dónde se mueve. El dinero negro tiene los días contados y cada vez se nos hace más difícil pagar con dinero y más fácil hacerlo con tarjeta. El gran hermano que George Orwell nos dibujó en su obra 1984 corre irremediablemente a hacerse dueño de nuestras vidas.

Nos dirigimos, irremediablemente, hacia una sociedad donde tendremos que pensar que no sólo el talento de nuestros mayores no tendrá cabida en el mercado laboral, sino que, además, la gente que salga de la universidad no encontrará con facilidad alguna un puesto de trabajo. La robótica, la digitalización y la desaparición del dinero nos llevará a preguntarnos mucho más concienzudamente, cómo vamos a mantener una economía donde una grandísima bolsa de la población no trabaja. Hoy se habla de cargar de impuestos a los robots o a la digitalización, pero cómo afectará esto a las personas, cómo nos levantaremos, qué haremos y cuáles serán los criterios que se inventarán para darnos dinero sin hacer nada. Porque esa es la clave: el consumo. Dotar a las personas para que consuman bienes y servicios sin trabajar, pero sin conocer aún el procedimiento por el cual se les asignará una paga. Y es terrible.

@JC_Alberto