Por mucho esfuerzo que hagamos para zafarnos del artificio, lo tenemos difícil, ya que este se aferra a la cotidianidad y se convierte en el más fiel compañero de viaje, teniendo como empeño prioritario no dejarnos ni a sol ni a sombra.

Aparecen, y no de pronto, sino elaborados por el tiempo y la historia, los grandes conceptos, acompañados de significantes irreductibles, tales como España, patria, globalización, democracia, libertad?, por citar algunos de los más rimbombantes.

Estos artificios da la impresión de que funcionarán en toda su dimensión, o en buena parte de ella. Y no. Estos conceptos están desteñidos por las soflamas, las propagandas y las posiciones de cada cual, lo que motiva que cuando se afana alguien en enfatizarlos desde la grandilocuencia, está bordeando el ridículo, confundiéndose más con fantasmas aberrantes que con otra cosa.

Sobre la naturaleza de España, cuya configuración actual ha sido la suma de diversas cuestiones (guerras, maridajes, usurpaciones?), se derraman ríos de tinta y cada cual dice lo que le conviene decir; pero si nos fijamos en la dinámica de la historia, que es la que mueve a los pueblos, y nos metemos en la actualidad viva, habrá que decir que estamos ante un artificio. Y más ahora, como hemos visto en esta pasada campaña electoral, donde las palabras no solo han estado vacías, huecas de significado, sino que muchas de ellas lo único que han motivado es la risa o el estupor; y que ahora, cuando alguna de esas partes quieren despejar la incógnitas del todo, han aparecido los anatemas, las excomuniones nacionalistas y los pronunciamientos de las más rancias glorias imperiales.

Con la globalización pasa lo mismo; es un puro artificio y mascarada para ocultar que la lucha de clases no se ha finiquitado; la globalización es mercadeo, sometimiento, regiones del mundo divididas, gente que se ríe y come bien y otra que llora y apenas sí tiene para llevarse un mendrugo de pan a la boca.

Es muy difícil sacudirse de encima, en el tiempo de la post-modernidad, el artificio. Sobre todo, cuando se está instalado en la rutina, cuando apenas si leemos libros y construimos nuestra pseudo intelectualidad con el retumbo de los pregoneros de turno. De ahí que mientras los libros continúen cerrados y llenos de polvo en los anaqueles de las bibliotecas y se siga dando como verdad, o como post-verdad como dicen los cursis de la nadería, lo de lo dijo la televisión, estaremos acomodados al artificio permanente y con la dificultad cada vez más acentuada de ser sujetos individuales e intransferibles.

Esta cuestión, que parece de poco calado conceptual, es lo que nos domina, nos somete, lo que marca rutas y conduce hacia la incertidumbre, guiado además por las manos de los apóstoles del siglo XXI, que son los portavoces de los poderosos que tienen un enjambre de acólitos desparramados por el planeta con la gran misión de confundir a la gente desde el artificio perfectamente programado y planificado, como si emuláramos en demasía la época orwelliana.