Cuenta Santiago Roncagliolo en su libro El material de los sueños, que Kirk Douglas, tras el accidentado rodaje de Espartaco, dijo: "No tienes que ser simpático para ser brillante. Puedes ser un mierda talentoso y, viceversa, puedes ser un encanto sin el menor talento. Kubrick es más del tipo mierda con talento".

A estas alturas supongo que a nadie se le ocurrirá discutir el genio creativo que fue don Stanley y, por lo que he podido leer, a aquellos a los que les tocó trabajar con él tampoco se les ocurriría asegurar que el director era una persona -vamos a decir- fácil.

No descubro nada nuevo si digo que la genialidad e, incluso, sus hermanas feas, la profesionalidad y la eficacia, no tienen por qué traer aparejada la bonhomía.

Antes bien, en este mundo tejido de arbitrariedades, cada día tiramos del pedestal a uno o dos ídolos porque, oh sorpresa, se nos revelan, de pronto, como auténticos cretinos. Pero volvamos a lo que me trajo aquí:

Desde hace años corre por las redes y las redacciones una cita de Ryszard Kapuscinski, referente indiscutible para quienes alguna vez nos hemos dedicado a esto del negro sobre blanco.

La frase, que lo mismo podía haber sido de Paulo Coelho, viene a decir que las malas personas no pueden ser buenos periodistas. Muchos de mis compañeros la comparten, cada cierto tiempo, supongo que como un bálsamo para los rasguños que nos deja este oficio de diletantes y que tenemos que sanar de alguna manera.

Pues, atención: focos a mi persona porque hoy quiero confesar que durante un tiempo pensé que se trataba de una de esas citas apócrifas que, de tanto manosearla, había llegado a convertirse en ley popular. No me habría sorprendido lo más mínimo encontrármela impresa en el reverso de un sobre de azúcar.

Pero no solo es una cita real. Es que está incluida en uno de sus más exitosos ensayos que lleva por título Los cínicos no sirven para este oficio.

Ay. Me duele llevar la contraria al maestro, pero muchos de los grandes periodistas que he conocido en estos años de profesión eran, también, grandes cínicos. Lo digo sin matiz acusatorio. Cómo no serlo y sobrevivir.

En cuanto a lo de ser malas personas, me vienen a la mente unos cuantos de aquí y otros cuantos de allá con los que me ha tocado convivir y malvivir que, siendo brillantes profesionales, lo que se dice buena gente no eran.

Al propio Kapuscinski su discípulo, Artur Domoslawski, lo bajó de los cielos con una biografía en la que la acusación más suave que vertió sobre su mentor y amigo fue la de adornar sus crónicas y la más grave fue la de espionaje.

El libro nos mostró el retrato -quién sabe en qué medida cierto- de un fabulador, más que un periodista en el sentido estricto, a quien nadie puede negarle haber escrito páginas magistrales de la crónica mundial de aquel y este siglo. Ya quisiéramos los demás, pobres mortales, fabular como Kapu.

Pero si esta tendencia suya a la ornamentación fue real, es posible que el invento ese de que una mala persona no puede ser buen periodista no fuera más que una forma de dotar a la profesión que tanto amó de un aura de leyenda que bien sabía él que no existía.

En este lado más pedestre del oficio, he tenido la suerte de que mis compañeros más queridos son, también, maravillosos profesionales. Y aunque no lo hubieran sido yo los querría igual.

Atrás quedan los años en los que, deslumbrada como una urraca por todo lo brillante, no dudaba en juntarme con gente que combinaba su talento con una hijoputez manifiesta. Qué lástima.

Hoy -llámenlo edad, llámenlo instinto de supervivencia- si tengo que elegir, me quedo con los buenos para el día a día, sean listos o no, y dejo a los genios cabronazos para disfrutar su obra en la distancia. Que todo se pega.