La plaza del Charco representa sin duda uno de los símbolos del Puerto de la Cruz, un espacio público que se ha instalado en el imaginario popular como referente para sus habitantes y elemento aglutinador de la historia colectiva a lo largo de los siglos. Construida a mediados del XVIII ocupó un espacio inundable, próximo al llamado Puerto Nuevo, conocido popularmente como Charco de los Camarones, por el hecho de encharcarse debido a las olas que se colaban por la bocana del muelle y que allí rompían.

La escritora británica Olivia Stone ya describía esta plaza en 1883, en su libro Tenerife y sus seis satélites, como un lugar de «abundantes plataneras, eucaliptos, tamariscos, palmeras, naranjos, acacias y enebros», mientras el británico A. Burton Ellis, entre 1881 y 1884, en su libro Islas de África Occidental (Gran Canaria y Tenerife), la definía como «un lugar «bastante agradable (...) el paseo está sombreado por árboles y provisto de numerosos asientos de piedra para el uso de los holgazanes», decía. Precisamente, y a la sombra de los laureles de Indias, los bancos de esta plaza atesoran un sinfín de historias.

En la desembocadura de esta plaza, en la calle Puerto Viejo, asoma el Restaurante Aquamarina, un espacio que como un gran azul reivindica el tradicional carácter marinero del lugar, donde el chef Brian García rompe con una propuesta fresca. La vida de Brian –parafaresando la excepcional película de los Monty Pithon– está jalonada de un aprendizaje que arranca a temprana edad en el restaurante El Duende, bajo el magisterio de Jesús González, y que se ha ido alimentando con el tiempo en experiencias de hoteles como el Mencey o el Botánico, así como en el Tito’s.

Aquamarina brinda una propuesta fresca que se traduce en una carta que ofrece una serie de platos desde los más elaborados a otros desenfadados

Ahora, en Aquamarina, este cocinero encuentra la posibilidad de desarrollar su verdadero yo, a partir de una propuesta fresca que se traduce en una carta que ofrece una serie de platos desde los más elaborados a los desenfadados, y sin tener que estar sujeto al corsé de una cocina predeterminada.

El local, ambientado en colores azul y blanco, se abre al encuentro sincero con el cliente, y lo hace de una manera fresca, María oficiando en sala como introducción a una sabrosa carta que inaugura una cesta de pan y el almogrote para ir abriendo boca.

Sin apenas tiempo, sobre la mesa descansa un tartar de atún con un delicioso aguacate, acompañado por huevas de lúpulo y mojama –perfecto su toque salado–, que precede a una sabrosa gyoza de langostinos, con miel y soja, con una atemperado dulzor.

A continuación, un plato tradicional, merluza en salsa verde, excepcionalmente elaborado y con un paladar sencillamente gustoso.

Como epílogo, un arroz con pulpo, exquisito –en Aquamarina los arroces representan una seña de identidad y los hay variados–, excelente el sofrito y el fondo, un caldo de marisco.

En Aquamarina rompe la mar.

(Restaurante Aquamarina, calle Puerto Viejo, 5, Puerto de la Cruz; de miércoles a domingo de 12:00 a 23:00 horas; tfno.: 822 25 64 95)