El Carnaval, además de agitar el estado de ánimo de las gentes, también modifica el paisaje urbano y las rutinas habituales de la capital chicharrera: corte de calles al tráfico de vehículos, limitaciones al estacionamiento, cambios en rutas y horarios de los transportes públicos, blindaje de edificios y jardines… En este particular ecosistema, buena parte de restaurantes, cafeterías y bares también se disfrazan para de esta manera acomodarse al look que marca la fiesta –hasta las tantas de la madrugada–, y con los primeros rayos del sol, ya lavada la cara tras una larga noche, volver a la pauta habitual del negocio y hacer del mes de febrero su particular agosto.

Las noches del Orche

Desde que Orlando Morales Padrón, venezolano retornado de origen herreño, tomó las riendas de la popular Cafetería Orche, allá por 1997, la gente carnavalera –con sus pelucas de años–, ha ido progresivamente regresando a esta zona fronteriza que ha alcanzado un particular protagonismo y se ha convertido, sin duda, en un punto de referencia de la fiesta.

El ambiente que se vive en este cuadrilátero rememora los mejores tiempos del pasillo del Corynto o de la antigua calle San José, «el de hace 20 años», comenta Orlando, cuando debido al aluvión de la pibada y la algarabía de los kioscos, las personas de más edad decidieron emigrar del centro y encontraron en este espacio abierto a los cuatro puntos cardinales su lugar ideal. Además, con el cierre este año de la plaza Weyler (también del Kiosko Kubo), el eje que forman Orche, El Coral y El Platillo se erige en foco de atracción.

Mientras ya han quedado instalados los urinarios portátiles, mirando de cara a la calle Méndez Núñez, el Orche prepara la fantasía de su local. La estructura básica es una gran barra en forma de U (de 19 metros), que debe recogerse a diario para permitir el paso por la vía pública y volver a montarse durante la noche –como el mito de Sísifo, una auténtica metáfora de la vida–, bien surtida de grifos y acompañada por los equipos de sonido que animan al baile. Precisamente, la música representa uno de sus ganchos, al tiempo que selecciona a la clientela: «Desde canciones de Nino Bravo o Camilo Sesto, pasando por Village People, además de la buena salsa y el merengue. Para no parar», hasta las cinco o las seis de la mañana, según los días, tal y como señala la ordenanza municipal, «y sin jaleos ni broncas», afirma Orlando.

Hasta siete personas trabajan a destajo durante el Carnaval en este local, donde los bocadillos se suelen acabar pronto, a eso de las 3 de la mañana, «pero mientras haya refrescos, hielo, pinzas y música...».

Más que cerveza, que sí se sirve, en el Orche «se consume mucho combinado», siempre en vaso de plástico reciclable y con la garantía de calidad, «nada de garrafón», sostiene su propietario, quien además subraya que al final de cada jornada el lugar queda perfectamente limpio de todo tipo de residuos. Y vuelta a empezar.

La encrucijada del Águila

«Nos vemos en El Águila», y aunque resulte algo complicado por la gran concentración de gente carnavalera que desemboca en este punto neurálgico, se trata sin duda de una de las frases más repetidas en estas fechas. Esta cafetería-restaurante se ubica en la llamada plaza del Chicharro (Alféreces Provisionales), en esa encrucijada que forman la calle del Norte (Valentín Sanz) con la de San José (Bethencourt Afonso) –todas ellas con nombres disfrazados–, una vía de paso casi obligado –arriba y abajo– que durante las noches de Carnaval muda el reposo de su apacible terraza para metamorfosearse, con una barra bien provista (12 metros cuadrados) y flanqueada por una hilera de kioscos, amenizada por un carrusel musical imparable que invita a saltar.

El papeleo va desde permisos para instalar barras, equipos de iluminación y sonido, y obtener el pertinente certificado firmado por un ingeniero

El rompeolas del Atlantis

La vinculación del Café Atlántico con el Carnaval viene de muy antiguo, desde el tiempo de las añoradas mascaritas y antes. Ahora, bajo una nueva propiedad y el nombre de Restaurante Café Atlantis, no ha perdido un ápice de su tradicional espíritu festivo.

Su propietario, Airam Afonso, se siente orgulloso de este emblemático lugar, que se asoma a la plaza de España y que en estas fechas simultanea el día con la noche y la madrugada. «En el Carnaval de Día, entre el Atlantis y La Cuadra del Palmero podemos atender a 1.500 personas en un servicio de comidas», dice, mientras hace cuentas del desembolso que le han supuesto los permisos para montar una barra de 8 metros cuadrados, el correspondiente a la música, la iluminación, los equipos de sonido y el certificado de un ingeniero que lo certifique. «Alrededor de unos 15.000 euros», a ojo de buen cubero.

Desde la medianoche hasta las 4 o 5 de la madrugada, en la barra del Atlantis se sirven bebidas y es el mesón de enfrente quien hace de comedor.

Wine & Cheese cambia el paso

Chema Vicente personifica a esos restaurantes que como Wine & Cheese, en la calle San Francisco, se transforman en Carnaval. «Nos cambia la clientela», de modo que a los habituales parroquianos los sustituyen por estos días turistas extranjeros y peninsulares». Durante el día, hacen vida normal de restaurante, y la conversión llega a medianoche: recogen todo, montan una barra de 2,5 metros y... ¡música, maestro! Hasta las 5 o 6 de la mañana, cumpliendo la ordenanza