Desde las plazas, el 15-M exigió la derogación de la reforma laboral del PSOE, aprobada un año antes por el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. Los manifestantes reclamaban una regulación de las condiciones de los trabajadores ante un abaratamiento del despido, acabar con la temporalidad y ampliar los derechos laborales.

También abogaban por congelar la jubilación a los 65 años, repartir el trabajo a través del fomento de reducciones de jornada para bajar las cifras de desocupados, promover medidas de conciliación y un subsidio de 426 euros para los parados de larga duración.

La mayoría de sus demandas quedaron en papel mojado y la entrada del PP en el Gobierno desató una nueva reforma laboral en 2012 que perjudicaba todavía más a los trabajadores. Se introdujo como novedad el despido en las administraciones y empresas públicas, el convenio de la empresa prevalecía sobre los sectoriales y el absentismo se facilitó como causa de despido.

La huelga general del 29 de marzo de 2012, convocada por los sindicatos con un seguimiento muy elevado, fue una muestra de unidad contra los planes del PP.

Un asunto pendiente

Nueve años después, el Gobierno de coalición PSOE-Unidas Podemos se propone revertir los efectos más controvertidos de las reformas laborales.

El documento que el Ejecutivo remitió a Bruselas en el componente 23 del Plan de Recuperación enmienda la reforma laboral del PP de 2012 para que «la temporalidad y el despido se conviertan en excepción».

El empleo

Las líneas de contrarreforma afectan a las políticas activas de empleo, la regulación del teletrabajo, la reducción del número de contratos, un nuevo modelo de ertes, la subcontratación, la digitalización del SEPE, el empleo joven o la modernización de la negociación colectiva.

Los jóvenes fueron los protagonistas indiscutibles del 15-M. La Fundación Alternativas publicó en 2011 un informe en el que definía al indignado como una persona con estudios universitarios de ideología de izquierdas y habituado al uso de las redes sociales.

Consideraban mayoritariamente que era un movimiento de reforma y no de ruptura, «un espacio de aprendizaje», y les movía la precariedad laboral, el bipartidismo y las reticencias hacia los bancos tras el rescate financiero.