Mientras los preparaba, a lo que dedicó varias horas, pensaba en lo bien que les iba a sentar una comida caliente y hecha con mucho cariño. Montse Conde, de 87 años, vecina de El Sobradillo, en Santa Cruz, acudió ayer al campamento de acogida de Las Raíces, en La Laguna, para entregar a los cientos de migrantes que allí se encuentran tres calderos de rancho canario. “Los chicos estaban encantados con mi comida, pero los vi tristes, desesperados”.

Era la primera vez que acudía, pero asegura que no será la última, pues, según cuenta, sintió “mucha pena” y la necesidad de seguir ayudando “a estos chicos”. El olor que emanaba de sus calderos llamó la atención de los migrantes, que la atendieron “con un gran respeto y afecto”. “Me pusieron una silla y me senté a hablar con ellos. Y más o menos los entendí. Me ha sorprendido lo rápido que han aprendido nuestro idioma, lo listos que son”. Montse Conde, de 87 años y vecina de El Sobradillo, en Santa Cruz, se trasladó ayer hasta el campamento situado en Las Raíces, en La Laguna, para llevar comida a las cientos de personas que allí se encuentran. Fueron tres calderos de rancho, “porque sé que, con el frío que pasan, necesitan comida caliente”, dice.

Esta vecina de la capital chicharrera, que nació en la isla de La Palma, decidió formar parte de un grupo de WhatsApp creado para ayudar a los inmigrantes, fundamentalmente magrebíes y subsaharianos, acogidos en los campamentos de Tenerife, que se encuentran en Las Raíces y, desde el viernes, también en Las Canteras. En dicho grupo, sus participantes se organizan para llevarles ropa, abrigo y comida. “Yo decidí unirme porque veía por la televisión lo mal que están estos chicos y que se quejaban de que no tenían mucha comida”, manifiesta Conde.

Para su primera visita al campamento de Las Raíces, instalado en el antiguo acuartelamiento militar, esta vecina decidió preparar tres grandes calderos de rancho canario. Eso sí, y según matiza, “no les puse carne de cerdo, porque sé que muchos son musulmanes y no la comen”. “De resto, tienen de todo, garbanzos, fideos, pollo, carne de res, verduras. Están hechos al más puro estilo canario. Y la verdad es que me quedan muy buenos. Los chicos se han quedado encantados con mis ranchos”, señala.

Asegura que le sorprendió mucho lo que vio. “Algunos estaban dentro del campamento, pero otros han decidido dormir fuera porque se quejan de las condiciones que tienen que soportar. Conmigo fueron encantadores y muy respetuosos, pero estaban tristes y desesperados. Están todo el día sin hacer nada, pasando mucho frío. Me cuentan que ellos no entienden qué hacen allí, que lo que quieren es viajar hacia la Península y Europa, donde están sus amigos y familiares. Sienten angustia, porque ya no saben qué hacer aquí. Me dan mucha pena, mucha”, cuenta esta vecina.

Montse Conde recuerda que ella tuvo familiares que emigraron en su momento a Venezuela y a Cuba y, por eso, “entiendo a estos chicos perfectamente”. “De la misma manera que nos tocó a nosotros en su momento huir a otros lugares por lo mal que lo estábamos pasando con la dictadura, ahora les toca ellos. Estas personas lo han pasado muy mal. Detrás de la intención de los canarios que se fueron a Venezuela y de los inmigrantes que llegan de África hay un mismo objetivo, buscar una vida mejor”, explica.

Por eso, esta ciudadana no entiende que haya gente que no sienta empatía con estas personas, que no comprenda que “de la misma manera que nos fue mal a nosotros en una época, también le puede ir mal a otra gente”. “Yo creo que el problema está en que no nos imaginamos el sufrimiento por el que están pasando estos muchachos. Están aquí tirados en este monte, sin saber qué pasará con ellos. Es desesperante”, declara esta vecina.

“La gente no se da cuenta que nosotros podemos hablar con el móvil porque el primer mundo explota al tercer mundo. Estos aparatos se hacen con el coltán que viene de África. Nosotros nos llevamos sus recursos y le dejamos todo lo peor, la pobreza y la falta de esperanza. Es que vivimos en un mundo que trata mejor a las mercancías que a los seres humanos. Estas pueden viajar por todo el mundo; pues parece que las personas no”, reflexiona Conde.

Sentada en una silla, observa a los migrantes de Las Raíces. Sus sentimientos son contradictorios. Dice que se siente feliz porque puede ayudarlos, esta vez con tres calderos de rancho, pero también siente pena. Y regresa a su casa, pensando en qué comida les preparará para la próxima vez y planeando en acudir en otra ocasión con libros, porque fue maestra, para ayudarles con el idioma. Ellos se comerán el rancho y dormirán una noche más allí.