La Policía Local de La Laguna incorporó a finales de noviembre unas bicicletas eléctricas, presentadas por el Ayuntamiento como un sistema de movilidad "más inmediato, cómodo y sostenible". Esta novedad hubiese sonado a ciencia ficción hace no tanto tiempo, en la segunda mitad del siglo pasado, cuando los agentes llegaron a tener que cubrir a pie servicios de kilómetros, como ir desde el centro histórico a San Matías para entregar una notificación.

Peregrino Ramallo es uno de los efectivos policiales que vivió aquello. Nacido en 1926, es en la actualidad el exagente lagunero de más edad, según la labor de indagación histórica que se realiza desde este cuerpo. A sus 93 años, y aunque inicialmente advierte de que la memoria no le acompaña, conserva innumerables recuerdos de una época en la que los medios, los protocolos y hasta las condiciones laborales poco tienen que ver con las de hoy.

"Yo llegué a estar solo en La Laguna de noche", rememoraba Ramallo a media mañana del pasado miércoles en su casa de Barrio Nuevo, donde seguía el partido de tenis entre Rafa Nadal y Dominic Thiem. Natural de El Portezuelo (Tegueste), trabajó como policía desde los 25 años, cuando un vecino suyo -que acabaría siendo su jefe- lo convenció para decantarse por esta profesión, hasta su jubilación cuatro décadas después.

Al hacer balance, explica que él "no era muy amigo" de resolver los problemas de forma brusca, sino por una vía más tranquila, dialogada. Fueron años que también le dejaron algunos episodios poco agradables, como una ocasión en la que junto a un compañero se tuvo que desplazar hasta el barrio de La Candelaria porque un joven se quería tirar a un estanque. "Cuando llegamos se iba acercando cada vez más, hasta que finalmente se lanzó y, como no tenía escalera, se acabó ahogando", recuerda.

Otra vivencia que destaca es la de un muerto que encontró en la calle en Tejina mientras volvía hacia el casco lagunero. Ahí ya se desplazaba en coche, pero todavía no habían llegado las emisoras. "Eso fue mucho más tarde; al principio no había nada", indica.

Mientras que el agente Miguel Villa le va mostrando algunas fotografías antiguas, es como si Ramallo fuese recibiendo flashes del pasado. Empiezan a aparecer entonces nombres de compañeros, los diferentes uniformes de principios del siglo XX, la figura de los serenos... También un furgón conocido como la Chivata, al que los niños tenían terror.

Con menos satisfacción se refiere a algunas circunstancias laborales, como que él y sus compañeros solo libraban un día a la semana, que, en caso de coincidir con un festivo, terminaban perdiendo. Por su parte, las horas extra eran obligatorias y no remuneradas. "Allí no había sindicato ni había nada; cuando aparecieron, la cosa empezó a cambiar poco a poco", sostiene. "Una vez me quitaron un día por no ir a una comida que hicieron", lamenta. Otro capítulo fue el de las noches de invierno en la plaza de la Catedral, cuyo recuerdo continúa conservando de forma viva en la memoria: "Te mandaban y no te podías mover de allí".