Más de uno ayer se sobresaltó al grito de "¡Viva la Virgen de Candelaria...!". A más de uno le reventaron el sueño cuando la cama aún no se había enfriado. Ese es el guion habitual de una Ofrenda Atlética Floral que en su XXIII edición no dejó que el cielo se encendiera antes de emprender la marcha en el parque La Granja de la capital tinerfeña.

En medio del pelotón se respiran múltiples olores. El lilimento, las toxinas que se liberan de una noche remojada en whisky, unos gases traseros capaces de tumbarte de golpe, sudores fríos y de más humanidades. Nada que ver con el adobo hervido que "abofetea" los rostros de los corredores en cuanto sitúan sus pies en Barranco Hondo. A esa hora la marcha ya ha consumido más de 20 kilómetros y ha dejado atrás pendientes y toboganes de asfalto escalonados entre los municipios de Santa Cruz de Tenerife, San Cristóbal de La Laguna y El Rosario. Abajo del todo ya se divisa la villa mariana.

Juan tiene lista la manguera. Ese remojón alivia los sofocos -en la edición de este año ni el calor ni la humedad se acercaron a los niveles de 2013- y anuncia una llegada casi inmediata. Un "sprint" final que se aviva con la recogida de los ramos, ya cerca de Las Catetillas.

Antes, el ramo, el que va delante de la pancarta que anuncia una cita que se puso en marcha hace 23 años por el impulso de medio centenar de personas, ha pasado de mano en mano alimentando el ingenio de los 1.050 participantes inscritos. "Corre, corre... que te quitan el ramo".

"¡Viva el padre Mendoza!". Esos vítores estuvieron "embargados" hasta que la cabeza entró en la calle La Arena. Su recuerdo permanente -grabado en las camisetas- vivió un capítulo final con la entrega al padre Daniel López, rector de la basílica, de un detalle por parte de la organización de un evento que no nació con ánimo de competir. Solo cuatro "machangos", que creen estar en la Maratón de Nueva York, provocan caídas y dan patadas en las canillas.