Fue el inefable Alfonso Guerra quien dijo, allá por los albores de nuestra democracia, que la política tenía mucho de teatro. Lo recuerdo a propósito de Italia, donde han sido convocadas elecciones generales para el mes próximo. En la coyuntura actual, todo lo que ocurra allí nos afecta de lleno, así que comentaré algo sobre Italia y sus actores políticos más relevantes.

Desde joven sentí atracción por todo lo italiano. No es casual que mi primera salida al extranjero, en 1961, fue para pasar un mes en Italia, invitado por un amigo de mi padre. Desde entonces, he vuelto a Italia una y otra vez en cuantas ocasiones he tenido, que han sido muchas. Durante los 15 años de mi exilio político en Estrasburgo y Bruselas conocí y conviví con diputados de todos los Estados miembros de la UE y de todos los colores políticos. Allí las discrepancias no alcanzan la virulencia de la política nacional y uno puede llegar a ser amigo de un diputado comunista sueco, como es el caso y por dar solo un ejemplo. Pero, españoles aparte, con quien mantuve mayor relación fue con los italianos. Entre ellos, en uno u otro momento, con los principales actores de la política italiana actual. Para lo bueno y para lo malo, la política italiana es en Europa la quintaesencia de la política, con mayúscula y con minúscula, así que, aunque Guerra no lo hubiera dicho, yo pensaría, como él, que tiene mucho de teatro.

Con el presidente de la república, Giorgio Napolitano, coincidí entre 1999 y 2004. Él presidía la Comisión de Asuntos Constitucionales, en la que yo participé mientras se negociaba el desarrollo del status de las regiones ultraperiféricas. Tenía, y tiene, una cercana relación con Iñigo Méndez de Vigo, hoy secretario de Estado para la UE y entonces portavoz del grupo popular europeo en la mencionada comisión. Ambos tenían en común una exquisita educación, una brillante cultura y ser auténticos sibaritas, amantes del buen vino, de la buena mesa y del bien vestir. Napolitano había presidido el grupo de los comunistas en la Eurocámara y regresó a Italia para ser ministro del Interior en el Gobierno que presidió Romano Prodi. Ambos, Napolitano y Prodi, regresaron a las instituciones europeas posteriormente. Gracias a Íñigo, Napolitano, como presidente de la comisión constitucional, maniobró para que yo fuera designado ponente de algunos informes, no sin decirme que siempre que pidiéramos alguna excepción o ayuda para las regiones ultraperiféricas, incluyera una mención de las islas europeas, algo que interesaba a Italia. Como presidente de la república es más italiano que comunista. Realmente, nunca supe qué clase de comunismo era el suyo. Cuando hablaba con él venía a mi memoria aquel alcalde, Peppone, que Giovanni Guareschi describió tan bien en su novela "Don Camilo". Es habilidoso, maniobrero, buen negociador y, en definitiva, un factor estabilizador en las agitadas aguas de la política italiana.

"Il professore" Mario Monti tiene de profesor lo mismo que de fino político, es decir, mucho. En 1994 Berlusconi lo propuso como comisario europeo, donde ejerció como responsable del mercado interior. Su prestigio era inmenso, así que no extrañó que en 1999 el gobierno del ex comunista Massimo D''Alema lo confirmara como comisario, responsable de la no menos importante cartera de la Competencia. Su presencia impresionaba: alto, sobrio, elegantemente vestido, siempre era escuchado por todos con atención. Para la historia han quedado las acciones que emprendió contra el monopolio de Microsoft y contra la fusión de General Electric con Honeywell, hasta entonces la mayor operación industrial de la historia. Lo del gobierno tecnocrático por él presidio hasta su reciente dimisión ha sido una desafortunada denominación, puesta en circulación con ánimo descalificador por quienes poco conocían de Monti. Con Hollande, ha sido un aliado estratégico del máximo interés para España y para la propia UE. Ahora pretende una nueva nominación como primer ministro, con el respaldo de una coalición de fuerzas centristas, procedentes en su mayoría de la democracia cristiana. Entre ellas, la Unión del Centro que preside Pier erdinando Casini, exeurodiputado y, en mi opinión, uno de los políticos italianos más serios y respetado.

Silvio Berlusconi es para los europeos uno de los arcanos de la política italiana. De él escribí en El Día en mayo de 2001, cuado fue elegido primer ministro por segunda vez. "Il Cavaliere", escribí entonces, "es un espectáculo. Tiene una personalidad arrolladora, brillante y seductora". Volví a hacerlo en 2003, a propósito de su diatriba en el Parlamento Europeo con Martín Schultz, el diputado alemán de origen judío, hoy presidente de la Eurocámara, al que tuvo los mismísimos de compararlo con un cabo de la Gestapo. Un amigo me preguntó las razones del éxito de Berlusconi entre el electorado italiano. Probablemente, respondí, muchos italianos se ven reflejados en él y en lo que representa, un hombre de origen modesto, hecho a sí mismo, que triunfó en sus negocios hasta convertirse en el hombre más rico de Italia. ue eurodiputado entre 1999 y 2001, y entonces tuve una cierta relación con él a propósito de algunas anécdotas, incluso conservo una corbata regalo suyo. En realidad, se relacionaba, saludaba y hablaba con todo el mundo. Para mí es un misterio su actual grado de aceptación, si finalmente decide ser candidato. En cualquier caso, "hay partido" y su resultado, como españoles y europeos, no nos será indiferente.