Un montón de mariposas de colores sin rumbo definido ordenaron esa tarde en mi mente las imágenes de un viaje especial y romántico. Quizás fueron las hermosas y simétricas manchas lila de sus delicadas alas las que me hicieron recordar por unos instantes aquellas bonitas flores del mismo tono, sembradas estratégicamente en un rincón de agua, granito y cielo. Hace ya algún tiempo de esto. Se me ocurrió ir al encuentro de la escultural ciudad de Oslo, capital de la nórdica Noruega. Cuatro días fueron suficientes para poder apreciar in situ la cultura que respira esa ciudad; calles, parques y plazas muestran orgullosas las finas obras en piedra, bronce, etc. de artistas tanto de dentro como de fuera de sus fronteras. Aunque la urbe que nos ocupa no pertenece al grupo de ciudades exclusivamente monumentales, es un placer para los sentidos descubrir, mientras se visita, alguno de sus lugares más entrañables. A mí, en particular, me gustó la zona de Aker Brygge. En el pasado, esta fue la parte portuaria e industrial de Oslo. Actualmente es el lugar con más ambiente de toda la ciudad; sus terrazas brindan al visitante el merecido descanso después de un agradable paseo. A sólo unos metros de allí se encuentra el enorme edificio del ayuntamiento, con sus dos torres idénticas. La fusión entre lo antiguo y lo moderno de aquel entorno es un regalo para la vista. Me gusta Oslo por su frescura, por su improvisada estampa, por su tranquilidad y su verdor, por su rumor de agua. No quiero acabar este relato sin contarles algunos detalles sobre el rincón más visitado de la ciudad, el impresionante parque Vigeland. Antiguamente era conocido como parque Frogner; es un lugar de agua, granito y cielo donde alrededor de doscientas esculturas con forma humana compiten en belleza. Estas figuras representan las diferentes etapas de la vida, como infancia, juventud o vejez.

El autor de tan maravilloso museo al aire libre no olvidó representar en su obra de arte escenas de la vida cotidiana: abrazos, luchas, bailes, etc. son el tema inspiración. La escultura "vedette" de tan emblemático recinto es un enorme obelisco de granito. Está decorado con figuras humanas desnudas y entrelazadas; a simple vista, da la impresión de que las mismas intentan trepar hacia el cielo en actitud de querer alcanzar lo divino. La cancela de entrada, el puente, la fuente, el niño enfadado o la rueda de la vida -círculo hecho con figuras representando el tránsito entre la vida y la muerte- son otras de las obras de indiscutible esplendor artístico. Entre finales del siglo XIX y principios del XX, el escultor noruego Gustav Vigeland, creador de esta fantástica colección de esculturas, gozaba de plena ebullición creativa. Por aquel entonces, en Noruega se estaba viviendo la efervescencia nacionalista que culminó en 1905 con la tan ansiada independencia de Suecia. El artista, antes de entregar en 1943 su último suspiro a la vida, no olvidó bendecir su obra; hoy por hoy, esta sigue causando admiración.

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