ATRÁS YHEMOS dejado 2009. Salvo unos pocos, auténticamente privilegiados, nadie quiere ya ni nombrarlo. La verdad es que no se portó nada bien. A principios de 2009 pedimos toda clase de buenos deseos para que el año que arrancaba fuera mejor que 2008, año en el que la crisis nos había sacudido violentamente, por la espalda y casi sin avisar. Estábamos convencidos de que la tan cacareada crisis aflojaría poco a poco, a lo largo del año, para que la recuperación fuese una realidad en el segundo semestre. Pero no fue así. Indefensos y casi sin saber qué hacer, observábamos cómo el tiempo iba pasando, y en los mentideros económicos, en las tertulias familiares, en los bares y hasta en las alcobas sólo se hablaba de crisis, de falta de liquidez, de impagados, de morosidad, de embargos, de concursos de acreedores, de despidos, de paro, de deflación, de déficit público, y la Bolsa, curiosamente, subiendo.

Los políticos nos prometían hasta la saciedad que estábamos remontando la crisis y que era cuestión de poco tiempo divisar el final del túnel. Pero los que vivimos de cerca las pequeñas y medianas empresas veíamos la situación cada vez más fea, empresas cerrando, presentando concursos de acreedores, dejando de pagar a proveedores, a los trabajadores, e incluso a Hacienda y a la Seguridad Social.

Todos estamos de acuerdo en que esta ha sido, y es, una crisis financiera, y una crisis de importación. Después de varios años en los que la banca nos puso en la boca el caramelo del crédito, nos dio, de golpe, un portazo en las narices, y pasamos de ser clientes favoritos a ser recibidos con mala cara, y nuestras propuestas rechazadas. No entendíamos nada, pero la cosa estaba muy clara, ya no había tanto dinero en las cajas de los bancos, y el poco que tenían lo destinaban a pagar sus propias deudas.

Ahora ya estamos en 2010 y hemos vuelto a pedir buenos deseos para este año en el que iniciamos década. Pero lo hacemos con un poco más de realismo, ya no creemos ni en falsas promesas ni en minúsculos brotes verdes. Ahora sabemos que si todos no ponemos un granito de arena, esto no tiene forma de arrancar. Los gobiernos, a través de sus gestores, tendrán que adoptar medidas eficaces que reactiven la economía, que faciliten el acceso al crédito, que estimulen el consumo, que estimulen a los emprendedores a crear nuevas empresas que creen puestos de trabajo. Las empresas tendrán que hacer de tripas corazón, tendrán que racionalizar sus políticas comerciales, organizativas, de ahorro, de competitividad, etc. Los trabajadores que milagrosamente conserven sus empleos tendrán que hacer milagros con sus sueldos, pero también tendrán que luchar por sus empresas, por mejorar la productividad y, si por un tiempo tienen que apretarse el cinturón en aras de sacar la empresa adelante, habrá valido la pena. Muchos dirán que cuando las empresas iban bien no lo compartían con los trabajadores, pero no se dan cuenta de que cuando eso ocurría los empresarios invertían sus beneficios en el propio negocio, y si se lo gastaban estaban moviendo el consumo, y por tanto a la economía. La Banca tendrá que abrir un poquito la mano, y con las garantías correspondientes, estudiar con cariño las propuestas de sus clientes.

Y nuestra querida Hacienda tendrá ponerse un poquito en el pellejo de los sufridos contribuyentes. Tendrá que tener en cuenta que si bien unos años atrás las empresas obtenían buenos rendimientos, en líneas generales, en estos momentos no sólo están generando importantes pérdidas, sino que en muchos casos no pueden ni cumplir con sus compromisos fiscales.

Tenemos claro que Hacienda somos todos, y que los presupuestos se nutren de nuestros impuestos, pero si aprietan demasiado se les puede volver todo en contra. Es ahora el momento de incentivar fiscalmente la creación de empresas, de fomento del empleo, de la inversión productiva, etc. Y es hora de simplificar las obligaciones fiscales de las empresas, que en los últimos tiempos están siendo víctimas de una sobrecarga de trabajo que en muchos casos suponen un coste indirecto difícilmente asumible. Y nos estamos refiriendo a la nueva regulación de las operaciones vinculadas, a las nuevas declaraciones informativas de operaciones y a múltiples gestiones que realizamos por vía telemática. Y todo ello añadido a la reciente implantación de la reforma mercantil, al nuevo plan general de contabilidad, a las nuevas cuentas anuales, etc.

Y si a todo esto añadimos la obligación que tienen las empresas de implantar los sistemas de protección de datos, los sistemas de protección de riesgos laborales y otras tantas normativas sectoriales, llegamos a la conclusión de que tendremos que hacerle un monumento a todos nuestros empresarios cumplidores.

Y hemos dejado para el final a los profesionales del mundo de la empresa y de la economía. No cabe duda de que detrás o delante de cada empresa hay uno o varios profesionales que asesoran y orientan a los empresarios en el mejor camino para rentabilizar sus empresas, para organizar adecuadamente sus métodos de gestión, para optimizar el pago de los impuestos, etc., Y estamos hablando de los titulados mercantiles y empresariales y de los economistas que, con el respaldo de sus respectivos colegios profesionales, aportan a las empresas un plus de garantía a los servicios que prestan.

Como estamos convencidos de que todo esto es posible en 2010, vamos a dar un voto de confianza a este año que ahora estamos iniciando, y hagamos que las nuevos deseos se hagan realidad. Si todos ponemos nuestro granito de arena, entraremos en 2011 sin mirar para atrás, y recordando la crisis, solamente para no incurrir en los mismos errores.

de Titulados Mercantiles y Empresariales

de Santa Cruz de Tenerife