A muchas personas la palabra "protocolo" les suena a viejuno, creen que es algo obsoleto que no tiene sentido en pleno siglo XXI. Lo entienden como una disciplina que sólo se aplica con la aristocracia, la diplomacia o los políticos y que no tiene lugar en la sociedad actual. Nada más lejos de la realidad. Es cierto que una de sus acepciones está directamente relacionada con esto, así son las reglas que guían los actos y ceremonias oficiales y, quizá por esto, muchos limitan el concepto a este significado.

En nuestros días, todo está enfocado a que los jóvenes reciban una formación completa, a que pasen con éxito por la universidad, a que realicen un máster, que estudien idiomas, etc. ¿Para qué sirve todo este aprendizaje si después no son capaces de desenvolverse de forma adecuada en sus relaciones profesionales y sociales?

Lo cierto es que la mayoría somos capaces de diferenciar el protocolo oficial. Si visualizamos un capítulo de "Juego de Tronos", por ejemplo, seguro que identificamos todo lo que tiene que ver con esta disciplina. Las muestras de respeto a los reyes, las formas de ordenación de las personas en una determinada ceremonia, los saludos, las banderas y otros tantos modos de aplicarlo. Pero ¿seríamos capaces de reconocerlo en nuestra vida diaria?

El protocolo forma parte de nuestros vínculos, tanto personales como profesionales, desde el momento en el que los seres humanos comienzan a vivir en sociedad. Es lo que permite que nuestras relaciones fluyan de forma correcta. Es verdad que su origen está en las tradiciones y las costumbres, pero, como todo, ha evolucionado a lo largo de la historia, actualizándose y adaptándose a los tiempos.

No hablo sólo de aspectos como "el saber ser" o "el saber estar", que, por cierto, han dado título a multitud de publicaciones sobre protocolo. Se sobrentiende que la educación, que es de lo que hablan estos términos, la recibimos todos en mayor o menor medida. Sabemos que no debemos bostezar o toser sin taparnos la boca, que hay que ceder el sitio a las personas mayores en la guagua, que debemos ser puntuales en nuestras citas, decir gracias, por favor y otras tantas cuestiones básicas. Yo me refiero a otro tipo de comportamientos que nos permitirán marcar la diferencia, convertirnos en personas y profesionales capaces, preparados y que saben desenvolverse en cualquier circunstancia.

El desconocimiento de las pautas básicas de protocolo social sólo nos hará sentirnos tremendamente incómodos en determinados momentos. Si bien, la norma más importante es ser nosotros mismos, actuar de forma natural y aplicar el sentido común, pasaremos un mal rato si no sabemos cómo actuar en situaciones tan básicas como una entrevista de trabajo, una reunión con nuestro jefe, con un cliente o en una celebración de empresa. Es por eso que debemos formar a nuestros jóvenes también en este sentido. Estas competencias les aportarán un valor añadido que, en igualdad de condiciones a nivel de méritos, será definitivo para que se lleven el papel aquellos que demuestren que dominan estas herramientas.

*Profesora de la Universidad Europea de Canarias. Dirección Internacional de Turismo, Ocio y Comunicación Publicitaria