Decíamos en nuestro comentario del viernes que hemos reentrado en el curso político y que lo hemos hecho con unas reflexiones sobre la Red Europea de Transportes. ¿Tiene sentido que aspiremos a recibir subvenciones europeas, cuando desde siempre hemos mantenido que no somos europeos?, nos preguntábamos hace dos días y volvemos a hacerlo hoy. Lo tiene por dos motivos: uno práctico y otro de justicia. Sería absurdo que, obligados a estar integrados en la Unión Europea debido a la dominación colonial que ejerce España sobre Canarias, no nos beneficiásemos del dinero procedente de Bruselas. Eso sería asumir todas las desventajas del colonialismo español y también del europeo, pues no podemos olvidar que dentro de la Unión somos una región ultraperiférica, que es la denominación eufemística que se les da actualmente a los territorios coloniales, renunciando al mismo tiempo a todas las ventajas. En segundo lugar, es tanto lo que España se ha llevado -y se sigue llevando- de nuestra tierra, que cuanto nos devuelvan en forma de ayudas y subvenciones siempre será una ínfima parte de lo que nos han quitado. En definitiva, por esas razones prácticas y de justicia, bienvenidos sean esos dineros comunitarios para reforzar nuestras infraestructuras del transporte.

Lo inadmisible, lo intolerable, lo vergonzoso y hasta lo vil es que esas subvenciones se destinen solo a una isla que no es la más importante del Archipiélago. La prensa canariona, al igual que los políticos de la tercera isla, han repetido estos días con machacona insistencia que desde Tenerife se ataca al desarrollo del puerto de Las Palmas. Falso. Lo que no queremos es que se postergue el desarrollo del puerto tinerfeño para mayor gloria del canarión. Lo podemos decir más alto pero no más claro: propugnamos un desarrollo armónico y equilibrado de todas las islas, no la sumisión de una a otra ni la hegemonía de una que, lo repetimos, no es la primera ni en extensión ni en número de habitantes, sobre las seis restantes. Para sometimientos ya tenemos el que vilmente nos impone la metrópoli española desde hace casi seis siglos.

Comentaba esta misma semana un colaborador de EL DÍA que cuando Las Palmas necesita la ayuda de todo el Archipiélago para resolver un problema que le afecta, entonces es un problema de Canarias. En cambio, cuando le interesa favorecer un proyecto que incumbe solo a esa isla, caracterizada por la carencia de bellezas naturales y su clima sahárico, solo existe "Gran" Canaria.

Nos entristece que muchas veces nos hayamos quedado solos en la defensa de Tenerife. ¿Es un delito defender nuestra Isla? Parafraseando lo manifestado en su día respecto a España por un famoso escritor español, afirmamos que somos canarios hasta de profesión y oficio. Canarias es nuestro desvelo. Los problemas de estas islas nos quitan el sueño. Nos ponen los pelos de punta las colas del hambre, las muertes en las listas de espera sanitarias, la emigración de nuestros jóvenes porque Rivero -el mayor necio político que ha tenido Canarias en toda su historia- les ha dicho que se busquen la vida en el extranjero; nos enrojece de ira la despótica actuación de muchos políticos que no piensan sino en ellos -y al pueblo que le den- y nos quedamos anonadados ante la pasividad de CC. Un partido que se proclama nacionalista sin que ninguno de sus miembros haya tenido la valentía de exigir la independencia de su tierra.

Somos los primeros y más acérrimos defensores de Canarias; del Archipiélago en su conjunto, incluida la tercera isla, ya que sus habitantes, que son nuestros hermanos, no tienen culpa de vivir en un territorio insular al que Dios no le concedió las bellezas que adornan a los demás. Lo que no consentiremos jamás son las actitudes despóticas; las imposiciones por la razón de la fuerza y no por la fuerza de la razón. Sería absurdo liberarnos de las cadenas coloniales con las que nos esclavizan los españoles para dejarnos engrilletar por políticos canariones "grancanarios" que subsisten merced a su prepotencia. No queremos ser más que los habitantes de la tercera isla, pero tampoco menos. Y si los políticos y, en general, la población de Canaria prefieren continuar unidos a España, si su opción de futuro es lamer las botas de quienes los conquistaron y esclavizaron, como hicieron sus guanartemes al unirse a los invasores para doblegar a Tenerife, siempre tienen la opción de seguir el mismo camino de la isla Mayotte, en el archipiélago de las Comoras, que siguió vinculada a Francia cuando las demás accedieron a la independencia. El paralelismo es más acusado, ya que Mayotte, pese a su nombre, no es la más grande de las Comoras.

Como Luther King, tenemos un sueño: el sueño de una Canarias unida, libre y soberana. El sueño de unas islas dueñas de su destino, como lo son otros archipiélagos menores en extensión, en población y en riquezas que el nuestro, pese a lo cual tienen bandera y asiento en los organismos internacionales. Qué bonito por lo que respecta a ellos y qué tristeza por nuestra parte. Ahí tenemos la isla de Malta; no es más grande que La Gomera y, sin embargo, es una nación libre con fuerza suficiente dentro de la Unión Europea para impedir que desde Bruselas les impongan políticas inmigratorias contrarias a sus intereses.

Justo lo opuesto de lo que ocurre en Canarias. Nos preguntamos cuál sería nuestra situación si CC fuese auténticamente un partido nacionalista y si contásemos con la cooperación de Las Palmas en la ardua -aunque ilusionante- tarea de conseguir nuestra soberanía nacional. Un anhelo que se ha torcido todavía más después de las últimas elecciones autonómicas. Paulino Rivero, el perdedor de esos comicios, se unió a los también perdedores socialistas para perpetuarse en el poder. Tanto el PSOE como el PP tienen sus mandos regionales en Las Palmas, pero sobre todo el PSOE, cuyo secretario general en el Archipiélago ha anulado por completo a sus compañeros de Tenerife. Aunque el PP, como decimos, también está dirigido desde Las Palmas, cuenta este partido en sus filas con políticos tinerfeños de renombre capaces de pensar en su isla. Sin embargo, no podemos olvidar que estamos hablando de formaciones políticas estatistas que jamás entenderán, ni mucho menos apoyarán, la independencia de Canarias. Por eso nuestra gran esperanza estuvo siempre en Coalición Canaria; un partido que tuvo abiertas las puertas de esta Casa y a cuyos dirigentes, empezando por ese infame traidor -políticamente hablando- que es Paulino Rivero apoyamos sin fisuras. Cría cuervos y te quedarás ciego, mudo y picoteado.

Cuando decepcionados y asqueados por el comportamiento político de los líderes de CC comenzamos a poner los puntos sobre las íes, la mayoría de ellos se volvieron contra nosotros no como cuervos, sino como las ratas acorraladas que son. Han querido dejarnos ciegos y mudos; han querido borrarnos del mapa informativo. Hasta ahora no han podido. Ya veremos quién ve pasar el cadáver de quién. Al final, por mucho que les pese a estos pérfidos políticos que han engañado al pueblo de la misma forma que han intentado hacerlo con nosotros, ocurrirá lo que les pasó a los embajadores extranjeros con Franco: se fueron todos juntos, pero luego volvieron uno a uno. Lo harán porque día tras día son más numerosas las voces que claman contra Rivero en las propias filas de CC. Y eso sin contar con el hastío de una población más hambrienta. No olvidemos que el hambre es mala consejera.

Hemos comenzado el curso político. Nos hubiese gustado que en estas fechas ya no estuviese Paulino Rivero al frente del Gobierno regional, sino desterrado en un lugar remoto donde no lo encontrase jamás ningún canario. Y nos hubiese gustado de manera especial que ya fuésemos una nación independiente. Nos conforta el convencimiento de que todo llegará. Más pronto que tarde, y mucho antes de lo que muchos se imaginan, seremos una nación soberana y sin déspotas políticos que nos gobiernen aconsejados por una musa goda. Como al poeta, la esperanza nos mantiene.