SEGÚN el señor Settembrini, el "homo humanus" concebido por Thomas Mann en "La montaña mágica", el mundo se basaba en la confrontación de dos principios contrapuestos. Por un lado, la tiranía, la superstición y el conservadurismo; por otro, la libertad, el conocimiento y el progreso. El primero podría definirse como el principio oriental y el segundo como el principio europeo, pues el continente asiático encarnaba la inmovilidad y el reposo, mientras que Europa era la tierra de la rebeldía, la crítica y la actividad para transformar el mundo.

Hoy en día, hay que ver cómo ha cambiado el cuento: Oriente, con China a la cabeza, representa la pujanza económica y el mundo que viene, al tiempo que la vieja Europa se apaga como agente global.

La consideración de Europa como referencia principal para explicar el mundo, el "eurocentrismo", se encuentra en un lógico proceso de descomposición por razones de justicia histórica y honestidad intelectual. Sí me parece preocupante, por el contrario, la desaparición de los valores del "europeísmo", que Alberto Savinio definió como "una manifestación del sentido liberal de la vida" y como "una forma de civilización de carácter no teocrático, sino esencialmente humano, y, en consecuencia, susceptible de progreso y perfeccionamiento, cuya originalidad reside en ser una forma de civilización colaborativa".

El europeísmo ya no se encuentra confinado en las fronteras geográficas de Europa, se trata de un sistema de valores de vocación universal, y, como tal, está sometido a múltiples amenazas. Una de ellas proviene de los sectores más conservadores de los Estados Unidos, caricaturizados por la "América profunda" y el "Tea Party". Pero la amenaza más seria al europeísmo surge en el corazón de la propia Europa, en Alemania, porque, según Savinio, "Alemania es un país no europeo en el mismo centro de Europa. Tiene una idea europea pero es de una Europa suya propia. Alemania no comprende una Europa europea".

Una tesis parecida plantea el sociólogo alemán Ulrich Beck, profesor de la Universidad de Múnich y de la London School of Economics: "Alemania ha dejado de encarnar a los más europeos de los europeos". La canciller Merkel, sostiene Beck, aspira a configurar un "euro alemán" y a convertir a Alemania en una "Suiza mayor" o una "China menor" mediante la imposición de su modelo de estabilidad al resto de socios de la Unión.

No resulta alentador el distanciamiento británico de esta Europa a la alemana (dice Savinio, en contra del tópico, que "el europeo más europeo es el inglés"), ni el seguidismo de Sarkozy y Rajoy a las recetas de Merkel. No solo por la economía, que ya irá tirando (o no), sino porque la Europa de las dos velocidades no es una Europa europea.