"BANDERAS de nadie" es el título de un disco de Pasión Vega, una gran cantante que cosechó su mayor éxito hasta la fecha con este compendio de sentimientos expresados sólo con la voz y la música, precisamente sin necesidad de enarbolar banderas que no son propiedad de ninguno. Hoy espero que se me permita apropiarme de él porque creo que representa a la perfección lo que quiero explicar.

Los que me conocen se sorprenderán de que utilice esta ventana de opinión para expresarme sobre aquellas pequeñas y grandes cosas que, en mi opinión, es mejor dejar para la intimidad de cada uno. Las banderas, como los crucifijos, el burka o los himnos, son temas recurrentes en tertulias de actualidad sobre los que mi postura es muy clara: en esa intimidad que cada uno se exprese como quiera siempre que no ofenda a nadie. Ahora bien, si hablamos de su exposición pública es más adecuado hacerlo sólo según las normas que, mayoritariamente, decidamos entre todos, y el hecho de respetarlas será un buen síntoma de civismo y convivencia.

Siempre, y las hemerotecas están ahí como testigo, he afirmado que el amor a nuestra tierra, a nuestras banderas o a nuestras religiones, a aquella que cada uno profese, no tienen por qué ser exhibidas en procesión política ni mucho menos mezcladas con los votos. Hay que sentirlas y defenderlas con hechos.

Y les pongo un ejemplo del que se ha hablado últimamente y mucho: la multitudinaria y tradicional romería en honor de San Isidro y Santa María de la Cabeza, de La Orotava, será recordada este año por el incidente en el que se vio involucrado el alcalde de la Villa, Isaac Valencia, un alcalde nacionalista al que hay que felicitar por cómo engalana el municipio con banderas canarias y españolas.

Me parece que el lamentable "circo mediático" que algunos han pretendido montar con este suceso es inoportuno, y supone un paso más en ese empeño tan extendido en algunas esferas, injustamente, de mezclar la vida pública con la privada. Y esto es precisamente lo que se está haciendo con Isaac Valencia, a quien se ha atacado por solicitar a unas personas que portaban la bandera de las siete estrellas verdes, de forma respetuosa -yo fui testigo-, que no entrometieran acciones políticas en una muestra de fervor popular.

Mi compañero Antonio Alarcó también ha hecho alusión a este suceso en una columna publicada esta semana, donde afirmaba, y yo estoy de acuerdo, que las fiestas populares no han de ser utilizadas como celebraciones nacionalistas, pues, además de una profunda incoherencia, supone una injusticia para los ciudadanos que no comparten estas ideas, pero que sí tienen el derecho de participar de las tradiciones.

También hoy puedo ponerles un ejemplo en sentido contrario. En las fiestas de Las Mercedes o las de San Juan, celebradas en La Laguna, he visto con asombro cómo se engalanaban las calles con banderas independentistas que a día de hoy no cuentan con el agrado mayoritario del pueblo canario.

Cabe preguntarnos en este contexto dónde están en nuestras vías las banderas de España, de Tenerife y muy especialmente la bandera de Canarias, que recoge nuestro Estatuto de Autonomía (*). Pretender colocar otros símbolos para ensalzar nuestra identidad es poco serio e impropio de un alcalde democrático.

Considero preferible ser exquisitos en el trato a todos los ciudadanos para que no haya malentendidos, especialmente cuando el gobierno municipal lo es de todo el pueblo de La Laguna. La bandera canaria es lo suficientemente hermosa y nos aglutina a todos como para renunciar a ella en beneficio de exaltaciones que en modo alguno nos representan.

A todos nos queda claro que no estamos ante un acto oficial, para el cual la colocación de las banderas, sin connotaciones políticas, estaría perfectamente reflejada y regulada en la legislación vigente, pero la exclusión de nuestras enseñas, la española y la canaria, en esta y otras fiestas populares de Tenerife me resulta incomprensible. La Constitución española, norma fundamental y marco de convivencia, establece que las propias de las Comunidades Autónomas tienen que ser utilizadas junto a la española.

Me siento canaria, española y europea, profundamente tinerfeña y orgullosa de serlo, pero también creo que no lo seré más por mucho que vaya portando una bandera. Como dije al principio de este artículo, el amor y el sentimiento por la tierra que te ve nacer se demuestran con hechos, defendiendo las costumbres que nos unen, participando de las celebraciones que nos son comunes, pero siempre desde el respeto hacia los demás.

Considero que, en este caso, las banderas, al igual que otros símbolos, tienen que servir para unirnos, para realzar nuestra idiosincrasia y nuestra cultura, y para darnos cohesión como grupo o como pueblo, nunca para lo contrario. Todo aquello que nos divide nos hace menos humanos y nos separa de un objetivo común, que no ha de ser otro que construir Canarias desde la unidad.

Que por delante quede mi profundo respeto para las personas que deseen exhibirlas cuando y donde quieran, pero debemos dar ejemplo de convivencia y tolerancia.

Canarias es una comunidad autónoma que tiene que afrontar la de por sí complicada realidad de vivir en islas, rodeados por ese azul Atlántico que tantas veces hemos escuchado que lo mismo nos separa que nos une. Himnos, banderas y símbolos, en definitiva, han de cumplir la función de ser esos puentes que necesitamos para ser cada vez más uno solo.

Aprovecho para decir que me alegro muy sinceramente de que el Senado de mi país se haya negado mayoritariamente al uso del burka, algo que, guste o no guste a algunos, discrimina a la mujer en una sociedad democrática. Con la postura incomprensible del Ministerio de Igualdad en casos como éste, es más que patente que su utilidad para los fines con que se creó es poco más que nula.

Esos criterios mayoritarios de convivencia pacífica que preconizamos para quienes profesan distintas religiones en nuestro territorio, niños que van a una misma escuela y han de entenderse desde pequeños, vecinos de un mismo barrio… Es un contrasentido que pretendamos educar en igualdad a una sociedad y empuñemos enseñas a modo de armas para separarla. Cojamos la bandera canaria, la nuestra, la que hemos aprobado entre todos y hagamos patria común e indivisible con ella.

(*) Estatuto de Autonomía de Canarias, artículo 6: "La bandera de Canarias está formada por tres franjas iguales en sentido vertical, cuyos colores son a partir del asta, blanco, azul y amarillo".