1.- Hace años, siendo yo director de La Gaceta, se produjo en El Hierro la muerte de una joven que necesitaba diálisis y tuvo que venirse a Tenerife con su familia a vivir, con gran sacrificio económico. era el nombre de la joven; finalmente falleció, con gran dolor de toda la isla de El Hierro. Como consecuencia de este suceso, el Servicio Canario de Salud estableció una unidad de diálisis en el hospital herreño, donde la atención a los pacientes es exquisita. Ignoro si sigue funcionando este servicio, pero espero que sí. En aquellos tiempos de profunda tristeza por la desaparición de , yo titulé con gran crudeza la información al respecto. Dispuse que con grandes caracteres abrieran así la primera página del extinto diario: "Ya tienen el muerto". El Gobierno de Canarias, a través de alguno de sus representantes -la verdad, no recuerdo quiénes exactamente- se dirigió a mí para recriminarme la dureza, pero lo cierto fue que la unidad de diálisis empezó a funcionar en la isla y los herreños pudieron contar con ese servicio en su propio hospital. En esta ocasión el titular, muy duro, repito, adquirió un gran valor. Sólo recibí tres agradecimientos, que yo no buscaba: los de los padres y la hermana de .

2.- Hace muchos años, siendo yo subdirector de otro periódico, me ocurrió algo que jamás olvidaré y que he reflejado en uno de mis libros, creo que en "El dedo de Mustafá". Fallecen, en accidente de tráfico, dos jóvenes en una carretera de Tenerife. Nuestro fotógrafo llegó a tiempo de captar la imagen de los dos chicos muertos, con poco más de veinte años, los ojos bien abiertos, uno de ellos aún aferrado al volante, en su intento vano por evitar el impacto contra un árbol. Yo vi la foto y ordené que se publicara en primera página. Vendimos muchos periódicos. Y luego me olvidé del asunto, con esa imbécil propensión que tenemos los periodistas -sobre todo los más jóvenes- a creernos por encima del bien y del mal y a forrarnos inconscientemente con una pátina de indiferencia por las cosas, por muy trágicas que sean. Al cabo de los años, estando yo fuera del diario, me anuncian la visita de una joven británica que preguntaba por mí. La hice pasar. Era atractiva y elegante. Y traía en la mano un recorte de prensa. Me lo extendió y me preguntó: "¿Era necesario"? Con la madurez que tenía entonces, infinitamente mayor que en el momento en que se produjo el suceso, le dije que no, que no lo era. Y ella, sin un ápice de acritud en sus palabras, sino expresando una profunda tristeza, añadió: "Eran mis hermanos y mis padres vieron esa fotografía".

3.- Cuando el accidente de los "jumbos" me tocó vivir el horror en Los Rodeos. Tuve una duda sobre las fotos a publicar, que me resolvieron dos personas. Una fue el fotógrafo de Associated Press, que llegó a revelar sus placas al periódico en el que yo trabajaba: "No queremos ni una sola fotografía de quemados", me dijo. El otro fue mi maestro, Ángel Benito, a la sazón catedrático y decano de la Universidad Complutense: "Andrés", me dijo, "no debes publicar jamás algo que repela". Una foto tiene gran valor de titular, pero es preciso hilar muy fino en lo que se divulga. Y sobre todo porque, a lo largo del tiempo, la conciencia te va abriendo pequeñas celdas en los recuerdos y te martiriza no poco. Te pasa una factura muy cara. Yo saco a la calle mi remordimiento cuando lo cuento y eso me alivia no poco del sentimiento de culpa. Porque publicando tus miserias profesionales parece que las repartes entre tus lectores. He de pedir perdón a todo el mundo porque he herido los sentimientos de los demás, siempre sin querer. Siempre por la inconsciencia de los pocos años o por la majadería de la madurez, escasamente conseguida. Pero ni siquiera confesándolo me libro del remordimiento constante, que en ocasiones se hace insoportable.

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