SIEMPRE ha existido una diferencia económica y social entre Cataluña y el resto de España. ¿Consecuencia de la laboriosidad catalana? Supongo que también existe afán de superación en los gallegos, madrileños y canarios. Basta echar un vistazo a lo que han hecho estos últimos en los países a los que han emigrado. Desde luego, supondría un ejercicio de chauvinismo insoportable enunciar, una vez más, la consabida frase de "qué hubiese sido de Venezuela sin los canarios y de Argentina sin los gallegos". Pues, más o menos lo mismo que han sido luego esos países en cuanto a su desarrollo económico, habida cuenta de que no sólo los españoles en general han buscado en Sudamérica lo que no les daba su propio país. No obstante, la aportación de los emigrantes de muchas regiones españolas -no ha habido una sola diáspora, sino muchas- ha dejado huella en esas naciones americanas que utilizan el castellano como lengua principal. Cuando se piensa en Cuba suele pensarse en los canarios que fueron a la Gran Antilla en busca de trabajo y oportunidades, pero la presencia catalana en ese país fue también muy importante. De hecho, la Plaza de la Revolución de La Habana -famosa por la imagen del Che en la fachada del Ministerio del Interior- se llamaba antes Plaza de los Catalanes.

El caso es que debemos mirar a Cuba cuando hablamos del desarrollo catalán en los primeros años del siglo XX. El retorno de capitales tras la independencia cubana de 1898 reforzó notablemente la actividad de la burguesía industrial de Barcelona y sus aledaños. Laboriosidad sí, nadie lo discute, pero otros factores auxiliares también. Verbigracia, la preocupación del franquismo por tranquilizar al separatismo vasco y catalán, o cuando menos desconectarlo del apoyo social, tras las guerra civil. Una contienda, sobra recordarlo ahora, que dejó el país como un solar; incluido la porción catalana y vasca. Como a grandes males, mayores remedios, la tecnocracia franquista revitalizó la industria textil catalana y la siderurgia pesada vasca en detrimento de las inversiones que, con un reparto más equitativo, le hubiesen correspondido a otras regiones; incluida Canarias. En cuanto a la mano de obra, la mayor aportación le correspondió a Andalucía. Y es que algunas supuestas superioridades, algunos milagros, tienen un nombre menos sublime y bastante más corriente.

Desmitificada la supuesta superioridad catalana -empieza a cansar, por no decir otra cosa, la forma en que muchísimos catalanes miran con desdén a los demás españoles-, nos encontramos con las últimas manifestaciones de un notable charnego político. Considera Montilla que la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto catalán debilita la unidad de España. Qué graciosas palabras; sobre todo cuando las dice uno de los políticos que más ha contribuido a romper la unidad de España. No para beneficio de los catalanes, sino para el suyo propio. Después de treinta y tantos años de autonomía dura, los catalanes no están mejor ahora con respecto a los otros españoles, social y económicamente hablando -que es lo que cuenta para la gente normal y corriente-, de lo que lo estaban en tiempos de la dictadura franquista. Ha mejorado Cataluña y, de forma paralela, también toda España. Es decir, la aportación autonómica ha sido exigua en este aspecto, salvo que consideremos una aportación sustancial para los ciudadanos el hecho de gastar dinero abriendo representaciones en el extranjero, o dándole millones de euros a los indios no sé cuáles para que conserven una lengua que sólo hablan ellos; igual que el catalán y los catalanes. La situación personal de Montilla, empero, sería muy distinta en el caso de no existir una Generalidad que presidir. ¿Puede alguien decirme quién sería Montilla sin el Estado de las autonomías? Montilla y algunos más, por supuesto.

Ciertamente podemos seguir discutiendo una semana más -y todo el verano si fuese preciso, a falta de otro tema- sobre la sentencia del Estatuto. Intuyo, sin embargo, que estaríamos ante un sermón en el desierto. Si alguien quiere comprobarlo, basta con que dé una vuelta por cualquier calle y pregunte; incluso por cualquier calle catalana. Podemos seguir con esta polémica, como digo, pero más allá de debates político-judiciales convendría formular un par de preguntas simples. ¿Puede España subsistir sin Cataluña? ¿Puede Cataluña mantener su actual estatus -no estatuto- sin España? La respuesta a la primera cuestión es sí. Con bastante malestar, como el manco que acaba de perder un brazo, pero seguiría siendo un país de la UE con los mismos problemas. O, para ser precisos, con un problema menos. En cuanto a la segunda pregunta, pues no. Ante todo porque con la actual política de Bruselas en cuanto a secesiones regionales, Cataluña se quedaría, de momento y posiblemente durante mucho tiempo, no sólo fuera de España sino también de la UE. Una situación que no parece demasiado conveniente para una región que vende en el resto de España el 90 por ciento de lo que produce, y en Europa prácticamente todo lo demás. Algo que saben muy bien tanto los nacionalistas catalanes como los políticos de Madrid. La única diferencia estriba en que los de Madrid llevan tres décadas maniatados por un acojono total.