LA PERSONALIDAD de un pueblo, su forma de ser, creo que es uno de esos elementos no cuantificables que distinguen a unas comunidades, a unos vecinos, de otros. En Santa Cruz, el chicharrero de "antes" era socarrón, solidario, trabajador, cerraba un trato con un apretón de manos y la palabra dada era contrato, como si el papel se convirtiera en desconfianza. La ciudad era un pueblo, marinero además, lo que ha implicado siempre una mirada de anhelo, de otear el futuro desde la espera de una llegada a puerto, arribo que siempre venía acompañado de esperanzas y de conocimientos llegados de todo el mundo. Hemos cambiado, somos una gran urbe, pero aún anida en nuestras calles, pese al multiculturalismo y la desaparición de fronteras naturales, esa vieja forma de ser. Esta misma semana se inauguraba el proyecto de recuperación y viario del barranco de Santos, siento que una de las obras más importantes en la historia de Santa Cruz, y muchos ciudadanos en estos días se han acercado hasta ella para conocer una parte desconocida de su ciudad y son múltiples los testimonios de los vecinos recogidos por los medios de comunicación. Pero yo me quedo con uno que circuló por las ondas radiofónicas. A la oportuna pregunta del periodista, el vecino, ya de cierta edad, señaló: "Yo he venido a ver los fallos que tiene", para añadir a continuación, "pero está muy bien y mañana vendré con mi mujer". Por un lado, el chicharrero es así. Fue a descubrir lo que está mal, como si fuera un vicario atento a la homilía del párroco, pero lo hace con cierta sorna, sin malicia, con esa retranca antigua que después se transforma en orgullo porque su ciudad se ve mejor, más bella y atractiva y, claro, hay que mostrar, en este caso a su mujer, lo bien que ha quedado todo. Cal y arena. Comienza a ser una excepción.

A estas alturas de mi vida política he visto y he oído de todo, pero lo que ocurre en la actualidad me supera. Un día, 24 horas, después de la citada inauguración, ya había quien hablaba de llevar el proyecto a la Fiscalía Anticorrupción, de que no está recogido en el planeamiento, de que el coste de la obra se ha multiplicado por cuatro y todo ello después de 16 años de trabajos que comenzaron con un concurso público de ideas. Y si fuera ignorancia sería disculpable, pero no: son ganas de revolcarse continuamente en el fango de la acusación, de poner en entredicho todo. Si alguien cree que las cosas se han hecho mal que lo denuncie. Pero es que ya ante todo, absolutamente todo, se menta la corrupción. De nada sirve dar explicaciones -que las hay en las hemerotecas por poner un ejemplo público y notorio- porque existen jaurías que aúllan más que la razón y la verdad. El denominado ruido mediático es lo que vende, lo que crea debate y conflicto, y entre todos nos estamos cargando este sistema. Es insostenible porque cuando no se tienen argumentos, o se refutan, se da paso a la burla, a la chanza y hasta al insulto. Palabras como latrocinio, corruptos, sinvergüenza y cosas mucho peores se oyen en radios y televisiones y se leen en periódicos o diarios digitales. Y no pasa nada, o sí. Porque todo ese deterioro dura mucho más de lo que nos creemos. Hemos emponzoñado la vida pública de las Islas. Toda esa acritud se está acumulando en unos pozos que no podremos drenar nunca más.

Es el caso que nos ocupa. El proyecto del barranco de Santos no es de este alcalde, del ayuntamiento, o de sigla política alguna; es de los ciudadanos. Circulen por él, paseen, acudan a su canchas deportivas, admiren un barranco hermoso en muchos de sus recodos y sepan que se diga lo que se diga, es del pueblo de Santa Cruz. Algunos mirarán hacia la obra y con sorna dirán muchas cosas buenas o malas de ella, pero estoy convencido de que serán los primeros en defenderla porque es suya, y al hijo, pese a los defectos, siempre se le defiende.

La noche de la puesta en marcha de la iluminación del viario un vecino se acercó hasta mí, me hizo llegar varias quejas, pero con un apretón de manos concluyó: "Pero todo lo del barranco ha quedado muy bien". Y sentí que era sincero en todo, que no me había ni mentido ni engañado; que, de verdad, creía que estaba bien y si mañana le preguntara un periodista lo diría tal cual sin pararse a pensar que le hace un favor o no al ayuntamiento y a su alcalde al decirlo. Es ese tipo de gente la que nos permite sentir que aún hay esperanza; que el ciudadano no es tan maleable como algunos creen porque desde la discrepancia se puede ser leal, en este caso, a Santa Cruz.