EL DINERO sólo es dinero y como tal viene y va. Una vida que se pierde, en cambio, se pierde eternamente. Debemos alegrarnos, llegado el momento de hacer el balance de los daños ocasionados por la tormenta del lunes, de la ausencia de víctimas. Sin embargo, acto seguido conviene formular algunas preguntas. Verbigracia, ¿por qué se inundan de la forma en que se inundaron algunos tramos de una autopista, en este caso la del Sur a su paso por las Caletillas y Candelaria, pese a que acaban de concluir unas largas y fastidiosas obras de desdoblamiento? ¿Por qué se llena de lodo el garaje de un edificio -más de cien coches afectados-, al que no le entraba ni una gota de agua antes de que las obras del tranvía sustituyeran una gasolinera por una rotonda? ¿Hasta qué punto conviene conservar en su lugar actual el puente del Cabo, protegido por su categoría de bien de interés cultural, si cada vez que se produce una riada actúa como presa y afecta severamente a un edificio de gran valor histórico como es la iglesia de la Concepción? ¿Es admisible que se anegue el nuevo edificio del Hospital Universitario de Canarias? Al igual que en el caso de la autopista del Sur, no hablamos de una obra vieja y obsoleta, sino de infraestructuras terminadas de construir después de que se produjeran en Tenerife algunos fenómenos meteorológicos caracterizados por su devastación. ¿En qué estaban pensando los que las proyectaron y ejecutaron?

A continuación hay que empezar a cuestionarse las barreras arquitectónicas. Desde la época de los romanos las calles se construían con calzadas y aceras; éstas últimas a un nivel superior para evitar que el ciudadano se mojara las sandalias. Facilitar el acceso a los edificios -y a todo tipo de instalaciones- a las personas con dificultades físicas es importantísimo. Hacerlo a tontas y a locas, como se hacen últimamente las cosas aquí cada vez que algo se pone de moda, suele ocasionar a medio y largo plazo problemas más graves que aquellos otros que inicialmente se intentaba solucionar. Si alguien lo duda, que se lo pregunte a varios comerciantes de la capital. No hace falta recordar que en tiempos de los romanos, es decir, en tiempos de las calles con aceras, también había personas impedidas.

En el asunto de los barrancos taponados o directamente invadidos por cultivos -e incluso edificaciones- prefiero no entrar. Se ha hablado mucho de esto durante los últimos años, y me temo que volverá a ser tema de actualidad la próxima vez que llueva más de lo normal. Allá cada cual con lo que hace o deja de hacer. El agua, ya sea del mar o de la lluvia, suele recuperar por la fuerza lo que le han quitado a la sordina. Acaso por eso conviene enunciar un acertado proverbio japonés: una desgracia vuelve a ocurrir cuando hemos olvidado la anterior.

Tampoco merece la pena entrar en el debate de si Tenerife cuenta o no con medios de previsión suficientes. Suficientes o no, los tiene. Por eso desde el viernes por la tarde sabíamos que se acercaba una tormenta muy fuerte. Además, ¿para qué hablamos de radares meteorológicos, si aquí se produce una tragedia política, ecológica y de todo tipo cada vez que se habla de instalar un simple radar para la seguridad aérea? Aunque el cinismo siempre es una opción, tengamos vergüenza alguna vez y no recurramos sempiternamente a lo mismo.