LA SOLIDARIDAD con la calamitosa situación de Haití ha sido casi planetaria; ha acudido allí personal de todas las categorías y profesiones. Se intenta distribuir alimentos y enseres de todo tipo para mitigar en lo posible la desgracia de un país sacudido por los terremotos. Entendemos que debe ser así, por lo que nadie tiene que aprovecharse, aunque sea desde el más perfecto y sibilino camuflaje, para controlar lo allí producido, aunque se sea más poderoso, o para dirigirla porque se es el más fuerte y seguir presente durante el tiempo que estimen necesario para contribuir a levantar todo aquello que la fuerza de la naturaleza ha destruido.

Todo eso nos puede parecer aceptable; lo único que nos deja ciertamente algo confusos -y pudiera ser motivo de preocupación- es la fuerza militar y con fines casi presenciales y de vigilancia sólo militar desplegada por EEUU en más de diez mil efectivos, de los que tres mil son marines (y ya sabemos históricamente cómo se las gastan los marines). Y se pudiera pensar que esto pueda encubrir algún que otro tipo de estrategia con vistas a canjear la ayuda propiciada por parte de Obama y que el trabajo que dará a miles de haitianos en su territorio sea como trueque y como protección de los intereses estadounidenses y de sus propios negocios, que es en realidad su máximo interés y defensa.

EEUU tiene en la actualidad trece bases militares situadas en Colombia, Panamá, Arupe y Curaçao, así como desplegados por los mares cercanos portaaviones y navíos de guerra de la IV Flota. En realidad, la avalancha ideológica bolivariana que se está extendiendo por América Latina condiciona que esto sea así y que se proteja no sólo de este fenómeno político, sino que en el fondo el interés supremo reside en la defensa de los diferentes negocios y compromisos que deben seguir dominando los mercados estadounidenses.

La cantidad de instalaciones militares que tiene desplegadas EEUU tras los atentados de las Torres Gemelas y con el pretexto de contención y guerra al terrorismo islámico es de 865 distribuidas en 45 países; y, además, con la característica de que son bases que cuentan con pocos efectivos personales, pero por el contrario equipados de tecnología ultramoderna capaz de detectar el más mínimo movimiento producido entre las cosas y las personas.

Si esto siempre ha sido así, una constante histórica, y dado que a Haití hay que reflotarlo de alguna manera, la duda se establece, puesto que ya se sabe cómo se las gastan los estadounidenses. Si no, se aprovecharán de esta desgraciada situación para afincarse definitivamente, para proteger, dirán, a la población y, sobre todo, para protegerse ellos mismos y así tener una nueva base militar más de control de los espacios que pudieran algún día volverse en su contra, en contra de las empresas y multinacionales estadounidenses, que son las que mandan, opinan y deciden, aunque mal le pese al mandatario Obama.

Deseamos que no ocurra así. Que las ayudas sean limpias, sin ningún tipo de contrapartida beligerante. Que la elegancia en el trato sea lo que tenga que prevalecer y no el trapicheo y la oscuridad de acuerdos entre el que tiene la fuerza y el poder y los menesterosos derrotados por la vorágine de la naturaleza y de la historia, que bien poca opción tienen donde elegir.