Sin chovinismo, ni confianzas ni excesos de euforia, resulta ya una tautología que el turismo en Canarias nunca estuvo mejor. Al menos, en cuanto al número de visitantes (de récord, con 15 millones, y subiendo), por volumen de negocio y beneficios (otra cosa es cuánto se queda en las Islas y si el turista podría gastar más) y en creación de empleo en 2016, aunque también habría que matizar su calidad en algunos ámbitos. Esta etapa de vino y rosas (en la que es clave la seguridad), se palpa cada año en el pabellón de Canarias en Fitur y cualquier observador un poco neutral se percataría de que el increíble nivel de negocios que se cierran desde ayer y hasta mañana (aunque la feria se cierra el domingo) en el espacio reservado a las Islas es inversamente superior a los atractivos, sorpresas y atención a las formas y contenidos del pabellón en sí. Es más, se diría que, en este ámbito, Canarias se ha burocratizado, que va un poco de sobrada o necesita algunos reimpulsos, pero los resultados de la feria, por lo que dicen cada edición sus protagonistas (así como en Berlín, Londres...), no dejan margen a la duda, se confirman luego en los hoteles, apartamentos y casas rurales isleñas y parecen confirmar que ya no hace falta ni llamar la atención.

Desde que, a las 10:00 horas, ayer se abrieron los pabellones, cualquiera que pase por el de Canarias, que siempre está al final de la zona sur o al principio de la norte en el Ifema, comprueba lo anterior por poco que compare con el resto de comunidades y países de todos los continentes. Las Islas no necesitan cambiar cada año, como hace, por ejemplo, el País Vasco o Cantabria. Tampoco recurrir a astronautas (actores, claro) para atraer a los potenciales turistas a las estrelladas en el cielo de Aragón. Ni siquiera coloca elementos de sus tradiciones como gigantes, caballeros medievales o elabora puestos muy sugerentes y logrados, como el de Melilla de este año, que te trasladan a las costumbres arquitectónicas de esa parte de África, por mucho que sea una ciudad autónoma española.

Canarias sí aportó ayer a un drag que incluso trató de atraer a los Reyes en su somero paso por el anexo pabellón de Madrid. Ni Felipe ni Letizia se dieron mucha cuenta y no tomaron rumbo hacia los puestos de las Islas, pero resultó también secundario. La actividad negociadora ya en el espacio del Archipiélago era muy superior a la del resto de toda la feria y hoy y mañana se incrementarán aún más. Las Islas tampoco necesitan el impresionante espacio de Andalucía, que, en línea con su mayor número de provincias, ocupa toda una nave de Fitur con una distribución, estructuras y oferta muy atractivas, pero también sin el nivel de reuniones entre operadores turísticos, hoteleros, empresas del subsector, administraciones, agencias y demás que sí se aprecia en el sobrio pabellón canario.

Tampoco hace falta la selva de Costa Rica, las hamacas o sillones colgantes del Caribe o la infinidad de atractivos que muestran los países de América del Norte, central o del Sur. Ni siquiera las canoas, rocas históricas o muestras culturales, etnográficas, folclóricas y atrapadores parques naturales del resto de continentes. Ni tampoco las guaguas de otro siglo o los avances de vanguardia en agencias de viajes, compañías de coches de alquiler, operadores turísticos, aviadoras, navieras y todo el interminable elenco empresarial de un sector pujante. Si lo que se busca es negocio, hay que ir, sin duda, a la zona de Canarias.

Pero Fitur es mucho más. En pocos días pero muchos metros, uno se puede hasta abrumar, si no se congela entre las dos partes cubiertas del Ifema, las del Este y Oeste. Es como una enciclopedia mundial condensada en tres dimensiones, con todo tipo de sonidos, vestimentas, fotos, imágenes, razas, culturas, atractivos turísticos y naturales para extasiarse. Es una clase de geografía, política, historia y cultura general planetaria. Es más, dan tantas ganas de viajar y a tantos sitios, origina tanta impotencia si los recursos no acompañan y frustra tanto comprobar que pasan los años y continúan tantos viajes pendientes, que puede hasta deprimir, hasta quitar las ganas de coger un avión, un barco, tren o cualquier coche y rastrear mapas en papel o internet.

Claro que también están los inconvenientes. Las colas interminables de coches y filas para entrar, sobre todo en la jornada inaugural de ayer, cuando se multiplica la atención mediática y la presencia de los reyes y muchos presidentes de comunidad, dan pie también para rastrear otro tipo de actualidad. A su vez, las colas para comer, ir al baño o coger un taxi en la hora de cierre, con colapsos en muchas vías cercanas que relativizan por un rato el sufrimiento en la TF-5 para los que venimos de Tenerife, son motivos para rebajar la euforia inicial que Fitur siempre desata casi inconscientemente, pero merece mucho la pena. Esa pena por tanto planeta por conocer, tantos valles, ríos, playas de ensueño, hoteles de lujo, rincones inolvidables, culturas envolventes y parajes lejanos o a la vuelta de la esquina, muchas veces en las propias Canarias o en esa Península tan cerca como fría para los isleños en estas fechas, se compensa enseguida a poco que estudiemos las ofertas y oportunidades para seguir haciendo más grande uno de los mayores negocios del mundo: el turismo. Un negocio que, eso sí, puede ser un verdadero placer, una necesidad existencial o, simplemente, un modo de vida. Canarias lo sabe de sobra y parece que ya no necesita ni llamar la atención. Por algo será, y no debe ser muy malo.