No siempre el panorama hidráulico de La Gomera fue tan rutilante como en la actualidad, con unas reservas que en la práctica son inagotables, al menos, para el consumo humano. A finales del pasado siglo, por el contrario, la escasez y limitaciones era la tónica general. En aquel entonces la situación se había convertido en casi dramática hasta el punto de que en los núcleos altos en los que se producían las mayores restricciones comenzaron a menudear las protestas con sus ciertas dosis de violencia incluidas.

En aquel complicado panorama fue cuando se produjo lo que bien podría llamarse la revolución del agua. Concretamente, fue a principios de la década de los años noventa cuando desde el Cabildo, presidido por Casimiro Curbelo y con el asesoramiento de técnicos del Gobierno canario como Carlos Soler, se apostó por hacer extracciones subterráneas con el fin de solucionar un problema que se estaba convirtiendo en especialmente grave.

Por aquellas fechas, Curbelo acababa de ser elegido presidente de la Institución insular por primera vez y se tuvo que enfrentar a un conflicto de indudable trascendencia como es garantizar el abastecimiento hidráulico. Recuerda que se trató de tomar una decisión que resultó acertada, en un momento especialmente grave y en una cuestión básica como pocas.

Apunta que no fue una apuesta a ciegas, sino que se contó con el asesoramiento de técnicos preparados, «aunque sí es verdad que existía un cierto grado de incertidumbre», admite. El hecho indudable es que a partir de ese momento se acabaron las penurias y se entró en una época en la que se pudo decir adiós a las restricciones.

Curbelo indica que gracias al fenómeno de la lluvia horizontal ha sido posible la recarga continua de los acuíferos con agua de gran calidad. Un milagro cotidiano que se repite día tras día desde hace miles de años.

La propuesta no estaba exenta de riesgos ya que significaba dejar atrás el concepto teórico de trasvase norte-sur de aguas obtenidas en las presas y dar un giro de 180 grados para jugar todas las cartas a la vez, a favor del trasvase sur-norte de caudal subterráneo.

Pero el éxito fue inmediato y se pasó de las limitaciones que estaban al orden del día, a la situación actual caracterizada por una existencia casi ilimitada de recursos.

El "descubrimiento" se enmarca en los trabajos que desde 1988 y hasta 1992 se desarrollaron para contar con el primer Plan Hidrológico, a cuyo frente estuvo precisamente Soler. La propuesta inicial consistió en marcar una zona de protección de los nacientes y, como segunda, obtener el agua necesaria para garantizar el abastecimiento urbano de toda la Isla.

La idea de apostar por la extracción subterránea del sur para llevar el agua incluso al punto más alejado de la Isla sorprendió al principio ya que suponía un cambio drástico en la hoja de ruta con la que entonces se trabajaba.

Pero lo cierto es que en aquel momento no era posible captar más recursos superficiales, dado que los mejores emplazamientos estaban ocupados y el volumen anual de escorrentía había sido parcialmente captado.

Era preciso concentrarse, por lo tanto, en la explotación del acuífero insular como forma única, más segura y económica de garantizar la sostenibilidad. "Allí estaba oculto bajo el subsuelo y descargando inútilmente su caudal por toda la costa sur. Finalmente, se confirmó que había concluido la época de las presas en La Gomera y se iniciaba la era del agua subterránea", indica Soler.