LOS ACTOS de vandalismo del tranvía incluyen vomitonas en los vagones, patadas a los asientos, pintadas en las paredes de las estaciones y en los paneles interiores del propio tranvía, hierros atravesados en las vías, agresiones a los revisores y otros actos de violencia diversos. Exactamente lo que haría un pueblo de bárbaros ante un medio de transporte que ha supuesto una revolución en la isla, que favorece a todos y que desprende modernidad.

Las Islas han perdido el civismo. No sabemos si por la presión de la crisis sobre sus jóvenes desocupados o porque las escuelas no están siendo suficientes para educar a una jauría de machangos que quiere sojuzgar el orden y la decencia. Estamos ante una sociedad, y más ante una juventud, en crisis, a la que le da lo mismo pagar o no pagar un servicio público y orinar en un retrete o hacerlo en un vagón del tranvía, para que vengan otros a limpiarlo. Esto no puede ser, esto es de gamberros y de bárbaros y no se debe permitir.

El Cabildo, que controla la sociedad Metropolitano, propietaria del tranvía, se está pensando suspender el servicio en los próximos Carnavales, o al menos en sus horas nocturnas. Y nos parece correcto, porque los gamberros, que no son controlados por una policía ineficaz, ponen en peligro las vidas de los empleados del tranvía y de muchos usuarios que se comportan correctamente y que lo que desean es viajar con tranquilidad. No una guerra.

Metropolitano de Tenerife conserva videos que nos harían sonrojar. Imágenes que no parecen filmadas en Tenerife de unos delincuentes que lo destruyen todo, que agraden y que violentan a personas y a propiedades comunes. Un verdadero desastre. Y si existen juntas de seguridad en Santa Cruz y La Laguna, ¿a qué esperan para destacar policías en los tranvías que acaben con todo este desmán? A la cárcel con quienes accionan indebidamente el freno de emergencia, con los que atentan contra la vida de los demás obstaculizando las vías o con quienes, beodos, se acuestan en los raíles para obligar a los conductores del tranvía, totalmente estresados, a frenar bruscamente, descarrilando a veces y jugando con su propia vida y con la de los demás.

Acabemos con ellos, con toda esta jarca de gamberros, antes de que ellos acaben con nosotros. Hay que detenerlos, ponerlos a disposición judicial y, sobre todo, cobrarles los daños. Tiene que haber mecanismos legales para que los cívicos le ganen la partida a los incívicos; de lo contrario esta sociedad acabará devorada por los malos, por los que no tienen educación ni capacidad para comportarse. Y esto sí que no.