El habla rural canaria

La lengua es sin duda la institución social más

vinculada a la identidad de los pueblos

Tabaiba.

Tabaiba. / ED

Gonzalo Ortega

Siempre los modos expresivos de las zonas rurales fueron más conservadores que los de las urbanas. Y dentro de aquellas, las personas mayores han solido atesorar maneras de decir que, desde la perspectiva urbanocentrista dominante, eran a menudo catalogadas de reliquias lingüísticas, cuando no de simples rusticismos trasnochados. En nuestro caso, y dada la condición de área ultraperiférica de Canarias, esa sensación de arcaicidad se vería acentuada, sobre todo cuando se analiza el asunto desde una óptica centralista castellana.

Todas estas circunstancias amalgamadas producen, en efecto, la sensación superficial de que en las Islas existe una suerte de español antiguo reducido ya a las zonas rurales, que tendría en el presente los días contados por efecto de la globalización uniformizadora a la que estamos asistiendo en todo occidente. Este último hecho alcanzaría su clara expresión en las múltiples manifestaciones de «deslealtad lingüística» (como el vosotreo) que podemos apreciar en nuestro entorno, singularmente en el habla urbana insular y entre los más jóvenes.

Pero conviene precisar algunos extremos: en primer lugar, fonéticamente hablando, el habla canaria, incluida la de las zonas rurales, no es en absoluto conservadora, como lo demuestran fenómenos generales como el seseo, el yeísmo (con algunas excepciones, localizadas sobre todo en las islas occidentales), la aspiración de la /-s/ situada al final de sílaba, la pronunciación de algunos grupos consonánticos cultos, etc., soluciones todas que contrastan con lo que sucede en el español septentrional o castellano. Se ha de decir, de todos modos, que en la vertiente fónica la provincia occidental se muestra más arcaizante que la oriental.

En segundo lugar, es oportuno señalar que, en los aspectos gramaticales, sí que se advierte en general un cierto conservadurismo, más acusado en las áreas rurales de las islas no capitalinas: el empleo de las formas de segunda persona del plural de pronombres y verbos en La Gomera (donde perviven formas provenientes del occidente peninsular como vos ‘os’ o las propias del imperativo), la pervivencia del artículo femenino el en zonas de la ruralidad grancanaria («el era cercada», «el oveja legruna», «el oreja chica»), las formas «cantábanos» por «cantábamos» en La Palma, la práctica inexistencia del leísmo (con la excepción urbana representada por el llamado leísmo de cortesía: «Señor, ¿ya le atienden?»), las formas cantaran ‘cantaron’ en La Palma, de probable origen gallego-portugués, etcétera.

En la parcela específica de la sintaxis, se pueden oír en Canarias construcciones como «lo más que me gusta es el fútbol», «entre más se lo digo, más lo hace» (circunscrita a la provincia oriental y que compartimos con el español mexicano) o «desde que me ve, viene corriendo a saludarme». Todas estas combinaciones pueden registrarse en los ámbitos urbanos del Archipiélago, pero tienen una mayor solidez y una menor vulnerabilidad en las zonas rurales.

En tercer lugar, y en lo que al léxico se refiere, fenómenos como el de la terciarización de la economía, la tecnificación del campo, la urbanización creciente de la población y, al final, la globalización, estarían en el origen de la fuerte regresión que están experimentando nuestras palabras genuinas en las Islas.

Se trata de un fenómeno más general, que está afectando también a otras latitudes, hispánicas o no, y, en esencia, por los mismos motivos. Solo el vocabulario más designativo o exótico (por ejemplo, los nombres de plantas o de composiciones folclóricas: tabaiba, isa), el más simbólico (guagua, papa) o el que se ha hecho urbano prestigiándose con ello (habichuela, choco, aguaviva), resisten los embates de esta tendencia niveladora. Una suerte parecida estarían corriendo en Canarias (más lentamente en nuestros campos) la fraseología, el refranero y el patrimonio toponímico.

Consignemos, para acabar, dos apuntes: en primer término, la lengua (y, por tanto, los dialectos que la conforman) es sin duda la institución social más vinculada a la identidad de los pueblos. De modo que, si perdemos elementos del acervo lingüístico tradicional isleño, parece evidente que nuestra idiosincrasia como comunidad se debilita (nunca hasta el extremo de desaparecer). En segundo término, cabe preguntarse si hay alguna manera de contrarrestar esta deriva de los tiempos actuales.

Mi opinión es que ello es muy difícil pero que algo podemos hacer. Por ejemplo, una implicación militante de la escuela, de los medios de comunicación (la publicidad incluida) y del mundo literario de nuestra región, creo que, como poco, desaceleraría este proceso. Sin caer nunca en una especie de cruzada imbuida de misticismo redentorista, en esa tarea nos hallamos empeñados los componentes de la Academia Canaria de la Lengua.

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