Habla el florentino Nicolás Maquiavelo en su obra magna, El Príncipe, de las dos cosas que hacen al buen gobernante: virtud y fortuna. Es la primera una suma de cualidades como la inteligencia, el valor, la astucia o la capacidad de resistencia mientras que la segunda depende de factores exteriores, que aquél debe saber aprovechar en todo momento.

Es cierto que Maquiavelo pensaba entonces en un personaje que resultaría hoy tan poco recomendable por su total falta de escrúpulos como César Borja, el hijo del papa Alejandro VI. De haber vivido en estos tiempos, tan diferentes por tantas cosas de los que le tocó vivir y que inspiraron su tratado de filosofía política al gran florentino, éste habría sin duda aprobado el manejo que ha hecho de la situación dentro y fuera de su partido el líder del PSOE.

Y habría, por el contrario, suspendido a los dos dirigentes de la derecha constitucionalista que, obcecados con la supuesta "ruptura" de España por la gestión del "ilegítimo" presidente, no supieron analizar el estado de opinión mayoritario de sus compatriotas.

De nada les sirvió a Casado y a Rivera intentar una y otra vez situar fuera del marco constitucional a Sánchez y llamar a los ciudadanos a "echarle" por "ilegítimo" del palacio de La Moncloa. Dotado sin duda de un excelente olfato político, el líder del PSOE supo, mejor que una derecha que perdió el centro y de paso los estribos, que una mayoría de los ciudadanos estaba a favor del diálogo y no del enfrentamiento.

Intuyó Sánchez que, por mucho que Casado y Rivera ?o Rivera y Casado? se desgañitasen llamándole "felón" o "traidor", los españoles premiarían a quienes abogasen por la razón y la moderación para resolver la grave crisis territorial. Y que quienes agitaban continuamente banderas de la unidad de España y no tenían mejor forma de expresar su amor a la patria que con el odio al rival político preferirían en cualquier caso el original a la copia impostada de las dos derechas.

No lo ha tenido, sin embargo, fácil el presidente del Gobierno con barones y viejas glorias del partido, acostumbradas algunas a los cómodos sillones de los consejos de administración, poniéndole palos en las ruedas continuamente. Ni tampoco con una prensa tan abiertamente partidista como la madrileña, que, perdida de momento la batalla, buscará ahora convencer en sus editoriales de que la estabilidad de España sólo estará garantizada si el PSOE gira al centro y se alía con Cs.

Precisamente con un partido cuyo líder, Albert Rivera, ha intentado incluso con mayor vehemencia que la "derechita cobarde" del PP, como la llaman los dirigentes de Vox, anatemizar a Sánchez por su empeño en convencer, y no vencer, al independentismo catalán. Pero el líder socialista habrá prestado atención y sabido valorar los gritos que se escucharon la noche de la victoria electoral mientras se dirigía desde la sede del partido a sus votantes: gritos elocuentes de "¡Sí se puede!" o "¡Con Ciudadanos, no!"