Un sector que vive del hecho cultural, no de la cultura, como afirma el actor Juan Carlos Tacoronte, lucha por su supervivencia entre la demanda de apoyo y la falta de inversión por parte de las administraciones.

Nicolás Melini defiende que la cultura, en general, es una competidora del sistema económico y, también, de la política y los gobiernos. "Así la tratan, domeñando sus valores para que se humille ante los distintos nichos de mercado y financiando estupendamente desde los gobiernos todo tipo de intermediarios culturales, en vez de a los artistas del momento", señala el escritor palmero, que incide en que a la política le gusta más financiar la difusión de artistas consagrados ya desaparecidos que la creación de "los vivos, ya que estos compiten en todo con ellos. Su mera existencia les resulta molesta".

Respecto a España observa que la política adolece de personalidades cultas -intelectuales, escritores, poetas, filósofos-, pues solo entran en ella los que son más gestores que artistas, lo que implica "menor representación y también menor mediación y relación entre cultura y política, entre política y cultura".

Reconoce que el artista hoy está muy sumiso, esperando profesionalizarse, deseando convertirse en una marca y reclamando "el auxilio de la política", mientras que la ciudadanía se encuentra "muy aplanada", con la idea de que no necesita cultura, mientras que los que sí la necesitan en realidad solo la consumen como cualquier otro producto y se prescinde de los valores de la cultura.

Los artistas, asegura el escritor y cineasta, deben negociar con el mercado y la política, "sí, pero no abrazar sus valores renunciando a los propios". Al contrario, recalca que deben hacer valer los valores de la cultura frente a los valores del mercado y de la política, "que es solo un buen camino para la irrelevancia cultural".

"Los artistas, me parece, están hoy demasiado desconcertados mirando al mercado y a la política, que son contingentes. Cuando la dirección interesante es la de los valores propios: enfrentarse a la política y al sistema económico fortaleciendo los valores de la cultura", concluye.

Ismael Perera sostiene que, dentro de los proyectos políticos, la cultura figura con una prioridad "muy por debajo de lo deseable, salvo para captar votos cuando llegan las elecciones", como demuestra el hecho de que las grandes instalaciones que intentan visibilizar luego están infrautilizadas, o la falta de apoyo a iniciativas culturales originales y creativas, que ven muy difícil encontrar un sitio donde "reconozcan, valoren y paguen su trabajo".

El pianista y docente portuense considera que en sus 30 años en el mundo de la cultura no ha habido cambios significativos, pues la mayoría del talento que despunta "encuentra escasas salidas laborales". Los gobiernos liberales, postula, son en la teoría los que más apuestan por la cultura, pero hasta la fecha no cree que lo hayan demostrado; incluso "hay algunos políticos honestos y comprometidos que quieren materializar un proyecto cultural de calidad pero se encuentran con trabas e impedimentos para llevarlo a cabo".

Del mismo modo rechaza que la labor del político sea subvencionar siempre la creación artística, sino que un equilibrio entre la inversión pública y la privada "es posible (y deseable) en materia de programación y difusión cultural".

Perera objeta que se planifiquen desde los gobiernos festivales o actividades gratuitas concentradas en pocos días y que el resto del año no haya público que asista a propuestas por las que hay que pagar una entrada, por lo que demanda a la administración una mayor promoción y apoyo al sector, siendo consciente de "lo fragmentado del territorio insular y las competencias repartidas a distintos niveles".

Javier Cuevas expone la necesidad de acortar la distancia entre los lugares donde se toman las decisiones y aquellos a quienes les afectan. La cultura en España, a pesar de que trasciende "a nivel mundial -puntualiza-, no es una prioridad, como la sanidad o la educación, no hay proyectos de política cultural ni fichas financieras, no hay interés, pero luego es un área de gobierno golosa".

Achaca a la desidia y al desconocimiento la falta de inversiones en una disciplina como la danza en particular, y recuerda que en los años 80 había numerosas compañías nacionales y extranjeras que venían de gira por Canarias y las insulares tenían repercusión fuera, mientras que "ahora es inviable",

El artista y director artístico de Tenerife LAV sí valora la labor del Cabildo, que "incluso con sus errores" ha dado un impulso "necesario" a la danza, recuperando unas cotas de inversión y de proyectos en artes escénicas y en danza en concreto "equiparable a otras comunidades destacadas".

Ahonda en que de entrada, gobierne quien gobierne, la inversión será inferior a la necesaria, aunque los partidos de izquierda "tienen una visión más global de la cultura y la conectan más con otras áreas de gobierno".

Enumera algunas carencias, como la falta de un centro coreográfico nacional, aunque reconoce que hay disposición del Gobierno central para impulsarlo, pero aún no se ha materializado.

A esta añade otras que tienen que ver con el trabajo invisible de los artistas, es el caso de la ausencia de un buen programa de residencias artísticas a nivel nacional; o una mejor internacionalización de la danza española, teniendo en cuenta que "no hay una gran misión inversa en la que se muestren propuestas de compañías de danza y se invite a programadores internacionales"; o la infrautilización de recursos públicos.

Cuevas admite que hay ayudas pero la sensación que percibe es que la danza está en tercer o cuarto lugar respecto al resto de disciplinas. Lo ejemplifica con el hecho de que en Canarias hay tres premios nacionales de danza, pero es "casi la única comunidad donde no hay ni un solo centro público de formación especializada en danza, no hay conservatorio medio ni profesional o superior en danza, y tenemos compañías girando por la Península y todo el mundo". "Hay talento pero faltan recursos para que sea más talento", recalca.

Juan Carlos Tacoronte, como creativo y profesional, admite una mejora en cuanto a las posibilidades de trabajo en las Islas, propiciado por un circuito más controlado y reglado, con iniciativas de las administraciones que permiten salir al exterior. No obstante, echa de menos medidas económicas que permitan sobrevivir mejor a los autónomos para cubrir todos los gastos que genera su actividad.

"La cultura debe ser subvencionada, como la enseñanza pública o la sanidad", afirma rotundo este actor y narrador oral que demanda acciones que propicien la cultura, que se puede ver "desde dentro, con su estructura, trabajadores y administración, y como un hecho humano, creativo, una herramienta de construcción cívica humanista".

Refiere la ausencia de una política cultural comprometida que propicie "un espacio crítico de soberanía individual y colectiva", por lo que reivindica que la cultura, en vez de concebirse "como un objeto para consumir, se ha de consumar", a modo de experiencia colectiva, que permita "entendernos y hacernos preguntas".

Evocando el refrán Obras son amores y no buenas razones, dibuja un país que, dependiendo de qué gobierno haya, tiene mayor o menor sensibilidad respecto a la cultura. De ahí que reclame al gobierno, a cualquier gobierno, que permita que la cultura suceda, "que no la utilicen para manipularnos".