Han pasado tan solo cinco años desde que Podemos irrumpió con fuerza y contra todo pronóstico en las pasadas elecciones europeas, abriendo un boquete de considerables dimensiones en el espacio electoral de la izquierda. Tras aquella convocatoria electoral de 2014, dimitió ni más ni menos que el entonces secretario general del PSOE. Alfredo Pérez Rubalcaba se despidió, además, con una contundente declaración: "La responsabilidad del muy mal resultado electoral es de la dirección del partido y por tanto mía, mía y mía. Así asumo mi responsabilidad. Con un resultado malo sin paliativos, está claro que algo no hemos hecho bien".

La crisis económica, que había estallado un lustro antes, había puesto en cuestión el papel de la socialdemocracia como garante de los derechos de los menos desfavorecidos en sociedades cada vez más desiguales. El fenómeno no era ni mucho menos específicamente español: los socialdemócratas europeos perdían representación parlamentaria y gobiernos en los países del entorno y en el seno de la propia Unión Europea a pasos acelerados. Y aún no terminan de despejar la duda de si comparten la opinión de que algo no han hecho bien, como reflexionó en voz alta el ex líder de los socialistas españoles. O que sería ese "algo" que habría que corregir.

La dimisión de Rubalcaba fue la primera consecuencia, aunque no la única, de que un número nada despreciable de españoles diera su apoyo al partido de Pablo Iglesias en las elecciones generales, que sucedieron a las europeas en 2015 y, tras el fracaso para formar gobierno, en 2016: "A mí me da igual a quién pongan de candidato en Canarias. Yo voto al de la coleta sí o sí", confesaba un taxista en la campaña de hace tres años. Fueron los tiempos de gloria de Podemos, que dio como resultado la entrada de "la gente común" en el Congreso y el Senado. Una nueva clase política que cuya irrupción se visualizó hasta en la estética de sus señorías: fueron muy comentadas las rastas del diputado tinerfeño Alberto Rodríguez -que volverá a lucirlas en el hemiciclo, según las encuestas- y sonada la presencia del bebé de Carolina Bescansa en las primeras sesiones de la legislatura.

2014 fue el año más duro de la crisis, en el que ya se puso de manifiesto el grado de precarización en que había caído la sociedad española, sobre todo las clases medias y especialmente dos colectivos: mujeres y jóvenes. Las viejas y nuevas generaciones tomaron conciencia de que el futuro sería peor que el pasado. Las duras políticas de austeridad, recortes y ajustes sociales por las que optó el PP para cumplir con Europa, tras sustituir al gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero, acusaron aún más las desigualdades. Y ello, junto a la acumulación de los casos de corrupción, se convirtió en una bomba de relojería que abrió una profunda crisis institucional, además de la económica y social. Y todo terminó por ponerse (se pone) en cuestión, incluida la Monarquía: el mismísimo rey Juan Carlos había abdicado apenas una semana después de que lo hiciera Rubalcaba.

Estas circunstancias explican el nacimiento y espectacular crecimiento de Podemos, que llevó a que por primera vez en la historia de España una formación de inspiración marxista (aunque no se define abiertamente como comunista por la transversalidad de su base) alcanzara el 20% de los votos. Un respaldo que no había logrado hasta entonces ningún otro partido político a la izquierda del PSOE, que entró en una profunda crisis de identidad y corrió el riesgo de sufrir el sorpasso de Podemos. Pero lo que parecía inevitable no pasó, entre otras razones por las decisiones, acertadas o erróneas, que fueron tomando los líderes de ambas formaciones.

Errores y aciertos

Para los socialistas la amenaza era tan real y la situación del país tan delicada, que el PSOE en peso de Felipe González, incluido él mismo, salió al paso apostando por una alianza a la alemana tras los resultados de las elecciones generales de 2015. Es decir, por un acuerdo de gobierno entre socialistas y conservadores, ya que el PP había sido el partido más votado aunque sin mayoría para poder gobernar. Ese gran pacto de Estado permitiría, por un lado, afianzar el bipartidismo que hasta ahora había llevado a PP y PSOE a alternarse pacíficamente en el poder; y, por otro, poner freno a la consolidación de "los comunistas" de Podemos. Solo había un obstáculo en esos cálculos: el "No es No" de Pedro Sánchez. El empecinamiento de un secretario general apoyado inicialmente por el propio felipismo, a través del PSOE andaluz de Susana Díaz, de no apoyar la investidura de Mariano Rajoy.

El pulso en el seno del PSOE fue tan fuerte que dio lugar a uno de los episodios más bochornosos de la reciente historia política de España: el Comité Federal del 1 de octubre de 2016, con el resultado por todos conocidos. Echar como agua sucia al secretario general de un partido en una operación tan tosca y forzada no es algo que se olvide fácilmente, sobre todo para los indignados o atónitos militantes socialistas. Tampoco es normal que un dirigente sobreviva políticamente al hostil derribo de gran parte del aparato de su partido.

Pedro Sánchez lo logró y desde que recuperó el timón del PSOE dio la orden de girar la nave, porque entendía que el modelo socialista de Felipe González había quedado superado por la crisis social y económica. Y para ajustar su partido a los nuevos tiempos, el líder del PSOE ha dado en realidad dos volantazos: el primero hacia la izquierda, para contener la sangría de votos hacia Podemos. Y una vez que logró esto y (lo más difícil todavía) presidir el Gobierno de España, giró hacia el centro para consolidar sus opciones de seguir gobernando el país en los próximos cuatro años.

Podemos, sin embargo, no ha sido capaz de transformar en estos años su voto de protesta en un voto de propuesta. En una alternativa de gobierno real y capaz de retener la confianza depositada en ellos por una amplia base electoral. Cometió, además, un error de bulto: no apoyar el pacto con Ciudadanos y PSOE tras las generales de 2016, haciendo así de contrapeso a sus políticas más liberales con la fuerza que le habría dado ser parte del propio gobierno. Cinco años después, no solo no ha logrado asaltar el cielo, sino que ha caído en el purgatorio de una dolorosa división interna, que ha terminado por dejar a Pablo Iglesias sin la compañía de ninguno de sus socios fundadores y se ha traducido en una pérdida significativa de votos.

De ahí que se haya aferrado a la denuncia de las "cloacas del Estado", el espionaje con medios del gobierno del PP a su persona, para argumentar su remontada. Pero juega en su contra el hecho de que hasta las medidas sociales que Podemos finalmente sí ha logrado incorporar, tras por su apoyo a Pedro Sánchez en la moción de censura y los presupuestos, han terminado por rentabilizarla los propios socialistas: salario mínimo interprofesional, subida de las pensiones o el decreto sobre viviendas. A lo que hay que sumar la apuesta decidida del presidente del Gobierno por las mujeres, nombrando un gobierno mayoritariamente de ministras. Que es una muestra de su sensibilidad (y cálculo) para hacer suyos movimientos sociales que otros desprecian o no saben rentabilizar y que le podría permitir recuperar los dos millones de votantes que le había quitado Podemos.

Pablo Iglesias sí ha tenido, sin embargo, capacidad para entender la necesidad de adaptar su política a la realidad, antes de intentar cambiar la realidad con sus políticas, y ha girado también de forma significativa en algunas cuestiones de calado. Hasta el punto de pasar de cuestionar "el régimen del 78" a defender, como nadie, la Constitución nacida de los pactos de la transición. Y no hay acto al que no se suba, como los auténticos predicadores, con la biblia de la Carta Magna en la mano: "Nuestro programa electoral es la Constitución", ha llegado a decir. Han pesado sin duda sobre este cambio la irrupción de la ultraderecha en la política española y la foto del "trío de Colón".

La izquierda en Canarias

Más de 400.000 canarios optaron por el PSOE o Podemos en las últimas elecciones generales. Empataron en número de diputados al Congreso: tres cada uno, con el 22,5% y 20,2% respectivamente. Las proyecciones, tres años después, apuntan a un incremento significativo del PSOE, que podría lograr entre 5-6 escaños de los 15 en disputa; mientras Podemos podría perder su segunda diputada por la provincia de Las Palmas. Es decir, pasar de tres a dos en toda Canarias. En esta franja ideológica tiene también dificultadas para volver al Congreso el candidato de Nueva Canarias, que por vez primera no irá, como hiciera en las dos convocatorias anteriores, en coalición con Coalición Canaria o PSOE.

Ante esta evolución de los acontecimientos cabría concluir que España vive desde el 2014 una segunda transición, con resultado aún incierto y la posibilidad de que las elecciones del 28 de abril terminen por definir hacia dónde derivará. Ante el reto, tanto la izquierda como la derecha españolas se están renovando (también las europeas) y ofrecen respuestas distintas a los serios problemas que tiene el país. Entre ellos el conflicto territorial, que siempre resurge en cada crisis histórica española, en este tiempo con especial virulencia por el desafío unilateral del soberanismo catalán.

La media de todas las encuestas apunta a que habrá un gobierno socialista. La duda es con quién gobernará el PSOE y si el acuerdo de gobierno que finalmente logre suscribir culminará la actual transición del modo que conviene al país, y no a un partido o a un bloque ideológico determinado. Diversos expertos y politólogos auguran que un pacto por la izquierda, con Podemos y los nacionalistas, no traerá estabilidad sino más crispación y derivará tarde o temprano en nuevas elecciones. Y para un posible acuerdo con Ciudadanos, pese al veto de Albert Rivera, presionan sin disimulo las empresas del Ibex: "Antes el bolsillo que la ideología", sostienen.

La duda está en si la suma de socialistas y liberales permitiría progresar al conjunto de la sociedad o acusaría aún más sus desigualdades. Es decir, si terminaría centrando sus políticas en la fiscalidad o el gasto social. O lo que es lo mismo: en las empresas o en las personas. En el seno del Gobierno de Sánchez hay división de opiniones ante este ser o no ser de España en la segunda década de siglo XXI. Ya Europa, y sobre todo el presidente francés Emmanuel Macron (a quien Ciudadanos ha copiado hasta el eslogan ¡Vamos!), está apuntando hacia esa opción como solución a su propia crisis de identidad, que marcará también la de este país. La decisión final está, según todos las encuestas, en manos de quienes aún no han decido su voto.