Seguro que te suena la escena: tu hijo o hija tiene que hacer tareas, ya sean de casa (poner la mesa) o de la escuela (estudiar, hacer los deberes, hacer un trabajo) y lo va retrasando, retrasando, hasta que quizá ya no queda tiempo para hacer la tarea de una manera relajada y eficaz (o hasta que nosotros, los adultos, perdemos los nervios viendo cómo no abordan la tarea y, tal vez, la hacemos o le ayudamos más de la cuenta a completarla). Y, como en un bucle, este patrón se repite una y otra vez: tiene una tarea, la va dejando para más tarde, perdemos los nervios, la hacemos a medias o le ayudamos a hacerla y volvemos a empezar. ¿No crees que este bucle es peligroso? ¿Quieres salir de él? Te damos algunas ideas.

1. Para enseñarle a no procrastinar, dar ejemplo.

Como siempre decimos, educar con el ejemplo es la mejor manera de educar. Marina Escalona lo expresaba así en una ponencia en un evento de 'Gestionando hijos': “Muchos padres y madres me preguntan qué pueden hacer con su hijo. No, el tema es qué tienes que hacer contigo. Porque ha pasado el tiempo de dirigir la vida de nuestros hijos y tenemos que empezar a inspirar, a convertirnos en un referente”.

Si tu hijo o hija ve que tú también dejas tareas para más tarde, que retrasas lo inevitable hasta que es demasiado tarde y solo te pones a ello bajo una presión enorme, tu hijo o hija aprenderá ese patrón y pensará que es una buena manera de funcionar. Por eso, es importante dar un buen ejemplo y organizar nuestro tiempo de la mejor manera, que compruebe cómo si nos organizamos mejor podemos afrontar de una manera más positiva una tarea que es inevitable.

Para organizarnos mejor y ayudarles a hacerlo puede ser útil seguir estas pautas:

1.  No olvidar para qué hacemos lo que hacemos. Si recordamos por qué es importante entregar un informe (aunque nos resulte tedioso, pero sea fundamental para abordar una tarea más placentera posterior), para qué debemos lavar el coche, por qué es importante salir a hacer ejercicio, etc. probablemente tendremos menos tendencia a retrasarlo.

2.   Dividir la tarea en pequeños hitos. Si vemos la tarea como algo grande o vago la creeremos inmanejable y no querremos abordarla. Pero si en lugar de proponernos todos los domingos hacer zafarrancho en casa nos proponemos limpiar una estancia al día probablemente nos parecerá un reto fácil de abordar y nos dará menos pereza ponernos a ello.

2. Para enseñarle a no procrastinar, dejarle vivir las consecuencias.

Si cuando hemos pactado que nuestro hijo tiene que poner la mesa y la ponemos nosotros porque él no lo hace o cuando sabemos que nuestra hija tiene que entregar un trabajo mañana y aún no se ha puesto al lío y nos ponemos a hacerlo con ella, les estamos rescatando de las consecuencias de sus decisiones o de los acuerdos tomados en familia.

Y, por tanto, como señala Antonio Ortuño, no les estamos educando en la responsabilidad. Como contaba en una entrevista de Educar es Todo, “cuando se establece una norma, por ejemplo, 'puedes ver la TV cuando te pongas el pijama', el objetivo no es que se ponga el pijama, sino que decida. Por eso a mí no me gusta hablar de normas, exclusivamente, sino de decisiones. Para responsabilizar a nuestros hijos e hijas, es necesario que tomen decisiones, y para que tomen decisiones, debemos aprovechar las innumerables situaciones cotidianas que tenemos para estructurar la realidad, es decir, concretar alternativas y consecuencias, teniendo en cuenta que el control de las alternativas es de nuestros hijos e hijas (tienen derecho a ponerse el pijama o no), pero el control de las consecuencias es del mundo adulto (la única manera de ver la TV es con el pijama puesto). Y las emociones deben ser las mismas, decida una cosa o la otra”.

Si nuestros hijos viven las consecuencias de realizar un trabajo bajo presión, de no haber estudiado lo suficiente o de no llevar a cabo una tarea de casa, es probable que se quieran organizar mejor la próxima vez.

3. Para enseñarle a no procrastinar, no olvidar la empatía y la flexibilidad

Hacer tareas ingratas cuesta y nos provoca emociones como enfado, nerviosismo, frustración… Además, no podemos olvidar que las nuevas tecnologías han hecho mucho más complicado el concentrarse.

Como nos decía Álvaro Bilbao en una ponencia de un evento de Gestionando hijos, “llevamos usando los smartphones la mayoría de nosotros desde el año 2010. ¿Quiénes de vosotros notáis que en los últimos años sois un poco más inteligentes?”. El auditorio estalla en risas y nadie levanta la mano. “Ahora quiero que levantéis la mano aquellos de vosotros que desde que tenéis un smartphone os notáis un poquito menos pacientes, os cuesta estar en una cena con vuestra pareja sin consultar el móvil, os cuesta estar en la parada del autobús sin sacar el móvil para consultar algo porque os cuesta más trabajo esperar”.

Por supuesto, una gran mayoría de nosotros levantaría la mano en este momento. Entender este contexto y el esfuerzo que supone concentrarse y no retrasar las tareas en un mundo lleno de distracciones a golpe de clic puede ayudarnos a cuidar la relación con nuestros hijos y a educar con más calma y menos desesperación.

Además, fomentar la culpa por “perder el tiempo” no ayuda a dejar de hacerlo. Una investigación sobre los efectos de procrastinar desveló que los estudiantes que se perdonaban por hacerlo tienden a no repetir el patrón. Sin embargo, si les puede la culpa o la rabia es más difícil que se pongan manos a la obra la próxima vez.