Comunicación | Juan Cruz Periodista. Recibe el Premio Patricio Estévanez

Juan Cruz: «El periodismo es como si me lavara los dientes; forma parte de mi tarea vital»

El periodista tinerfeño recibe el Premio Patricio Estévanez por su destacada trayectoria profesional dentro y fuera de la Islas

El periodista tinerfeño Juan Cruz.

El periodista tinerfeño Juan Cruz. / José Luis Roca

Patricia Ginovés

Patricia Ginovés

«Periodista desde niño y ahora periodista todo el rato. Leal a mis maestros y a mi barrio y al Barça». Así se define el periodista tinerfeño Juan Cruz (Puerto de la Cruz, 1948) cuando le preguntan cómo es. El colaborador y columnista de EL DÍA-La Opinión de Tenerife recibirá el lunes 5 de febrero el Premio Patricio Estévanez de la Asociación de Periodistas de Santa Cruz de Tenerife (APT) por su destacada trayectoria profesional.

Regresa estos días a Tenerife para recoger el Premio Patricio Estévanez de la APT que reconoce su carrera profesional. Aunque vive ahora en Madrid y ha trabajado en diferentes ciudades del mundo, nunca se ha desvinculado del todo de su tierra.

Soy un periodista de Tenerife, de Canarias, y mi territorio es ese. Hay un verso de Federico García Lorca que dice entre los juncos y la baja tarde, ¡qué raro que me llame Federico! Yo lo hago mío porque me resulta extraño ser periodista fuera de Tenerife. Me fui de mi isla porque antes de la Transición, cuando acababa de morir Franco, yo tenía mucha ilusión por esta profesión y quería contribuir al periodismo hecho en Canarias en un momento de tanta trascendencia. Pero entonces los periódicos decidieron posicionarse políticamente y no me gustó el modo en el que lo hicieron, y me sentí raro. Me dijeron que se iba a fundar El País y, como yo había estado viviendo en Inglaterra, me propusieron ser corresponsal en Londres. El director de EL DÍA en aquellos años, Ernesto Salcedo, llamó a mi madre para que no me dejara ir a Londres y me quedara en Tenerife. Ahora estoy trabajando desde fuera de Canarias porque mi madre no me dijo nada sobre aquella llamada.

Antes de todo eso ya había empezado a escribir, algo que comenzó a hacer cuando era muy joven. Una muestra más de que el periodismo es una profesión vocacional.

Empecé con 13 años. Era como si hubiera nacido en medio de tintas gráficas. De niño me aficioné a la radio, esa era mi máxima distracción porque era asmático profundo y la radio me daba vida y energía. Siempre estaba enfermo pero nunca me sentía enfermo y trabajaba y leía todo, como los prospectos, y me aprendía de memoria las cosas. Escuchaba el fútbol, que fue mi primer nutriente periodístico, y un día envié un artículo sobre un partido de juveniles al director de Aire Libre, que era el gerente de EL DÍA, y lo publicó con una entradilla que hablaba de mi manera de escribir y decía que yo tenía mucho porvenir. Los chicos del barrio solían burlarse de mí porque decían que yo tenía las piernas deformes, pero el día que se publicó mi artículo se juntaron en la calle y leyeron el texto. Fue entonces cuando dejaron de llamarme cambado.

¿Ha vuelto a leer con el paso de los años aquellos primeros textos que escribió?

Normalmente no leo nada de lo que escribo porque siempre me parece que lo he hecho mal. Siempre hago una autocrítica global de mi persona, siempre pienso que lo que hago está mal y que le tengo que pedir perdón a la gente por algo que hice. Soy muy autocrítico a nivel personal y tengo una enorme piedad de los otros. Siempre me compadezco de lo que hacen los demás y eso me ha hecho muy autocrítico de mi propia escritura.

¿Esa pasión por la profesión de su juventud sigue igual de intensa ahora que ha pasado tanto tiempo trabajando?

El periodismo es una pasión que no disminuye. Ahora estoy pensando en operarme porque me duele un hombro bastante y mi obsesión, a mis 75 años, es cómo voy a poder escribir esos días. Yo nunca he tomado unas auténticas vacaciones. Hay gente que cree que es porque soy un estajanovista pero simplemente es que tengo esta pasión, y es una pasión que dura noche y día. Ayer hice cuatro entrevistas y las hice las cuatro con conciencia de estar haciéndolas. Las prepararé en mi cuaderno y esa es mi manera de ser. Es como si me lavara los dientes o me peinara o me cortara las uñas. Forma parte de mi tarea vital.

¿Y qué es lo que le llamó tanto la atención del sector cultural para centrar buena parte de sus escritos en ese ámbito?

En mi casa no había libros, en muchas casas no había libros. Yo cuento en Mil doscientos pasos que mi barrio era muy pobre, y eso incluía la ausencia de lectura. En el Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias pedí prestados los primeros libros y por eso le tengo tanto cariño y respeto a esa institución, que me da la sensación de que en Canarias no se le hace el caso que se merece. Eso precisamente tuve ocasión de decirlo recientemente en Fitur, que el Instituto ha ayudado al turismo y nunca se le ha respetado. Ahora mismo no tiene sitio ni dónde poner sus propios libros, y mucho menos los libros que yo les he donado. Cuando era niño, pedí prestados al Instituto tres libros: Oliver Twist, de Charles Dickens; otro del Padre Coloma; y Viaje al centro de la Tierra, de Julio Verne. Después de eso iba a una librería cerca del muelle de Puerto de la Cruz en la que el librero me dejaba tocar las portadas y un día me llamó la atención la cubierta de Javier Mariño, me parecía impresionante. Al cabo de los años me hice amigo de su autor, de Gonzalo Torrente, le conté lo que hacía de pequeño, y él me regaló un ejemplar firmado de Javier Mariño. Un día mi madre alquiló el garaje de la casa, que era muy amplio, a unos carpinteros y yo les pedí que me hicieran una estantería para poner mis libros pero mi hermana Carmela me dijo que jamás iba a llenar esa estantería. Esa estantería está ahora está en mi casa del Médano y cuando el Instituto de Estudios Hispánicos tenga donde ponerlos, donaré los libros que están en ella.

¿Qué consejo le daría a los nuevos periodistas que empiezan estos días en la profesión?

Les diría que cierren sus cuentas en las redes sociales, que lean periódicos de papel, que lean libros en papel y que escriba bien, y para todo eso hay que leer bien. Es como comer. No podemos comer cualquier cosa. Si comes hamburguesas, escribes hamburguesas.

Entiendo por tanto que usted es de los que continúa leyendo el periódico en papel.

Sí, señora. Los compro cada día. Yo trabajo en digital también pero creo que los chicos deben aprender a corregirse y, cuando uno lee periódicos de papel, aprende a corregirse. La web está llena de erratas y apresuramientos, y de falta de comprobación. A los periodistas, yo les aconsejo leer Elementos del periodismo, de Bill Kovach, que incluye un decálogo cuyo tercer punto dice que la disciplina del periodismo es la verificación. Lo que pasa actualmente es que no se verifica. Ahora mismo la gente publica millones de comentarios sin decir de dónde saca la información que lo sustenta. Hay una enorme facilidad para publicar cualquier cosa en cualquier sitio.

¿A quién le gustaría entrevistar y aún no ha tenido la ocasión?

A gente de tu generación.

¿De la mía?

Sí. Eso viene de una frase que un poeta ecuatoriano encontró en una pared de Quito y se la contó a Mario Benedetti, y que yo he publicado un montón de veces: Cuando teníamos las respuestas nos cambiaron las preguntas. Me gustaría saber cómo ven ustedes las preguntas habituales del periodismo, cómo se están probando las respuestas, cómo se está asaltando al periodismo desde la política para que todo parezca que es blanco o negro.

¿Qué es para usted el periodismo?

Para mí es un ejercicio de gratitud a aquellos que me lo enseñaron a hacer y a aquellos que han sido primordiales en mi vida. Lo hago por mi madre, por Enrique Salcedo, por Alfonso García-Ramos, Domingo Pérez Minik y Emilio Lledó. Y por el Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias.