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Naufragio y liberación

La poeta Adrienne Rich, una obra volcada en el compromiso por el feminismo radical

Naufragio y liberación

Poeta, ensayista y una de las intelectuales estadounidenses más admiradas por las defensoras de la igualdad de género del último tercio del siglo XX, Adrienne Rich fue una constante valedora de los derechos de las mujeres, los homosexuales y las lesbianas, así como de la paz y la justicia racial desde que, en 1968, se trasladara a vivir a Nueva York y tuviera contacto con la dinámica social que, en la ciudad de la Sede de Organizaciones Unidas de los setenta, profundizaba en algunos asuntos considerados centrales en su poesía, artículos de prensa y ensayos.

En la actualidad, el nombre de Adrienne Rich aparece en todas las antologías de poesía contemporánea. No hay curso ni estudios sobre la liberación femenina donde no aparezcan sus primeros poemas; tampoco existen compilaciones que desatiendan sus trabajos más recientes o versos que dejen de anticipar su compromiso con el movimiento feminista radical. Su obra no se restringe tan solo al campo de la creación lírica. Ensayos esenciales y Nacemos de mujer reúnen los artículos más renombrados de su carrera. Su punto de vista revolucionario sobre la justicia de género en términos de desigualdad y discriminación suponen un desafío al feminismo político y a la teorización de sus disputas fundamentales. No hay desacuerdo al decir que el triunfo de la lucha por la equidad de género de los setenta sigue vigente. Pero lejos de ser cohesivo en sus orígenes, su pronunciamiento ha estado siempre dividido al desarrollar, desde lo que en el New York Times de 1968 la periodista M. Weinman Lear denominó «segunda ola del feminismo», un debate que, por su amplitud y profundidad —también por la singularidad individual y colectiva de algunas activistas y plataformas—, no quedó tan solo en las pancartas que se leían en grandes manifestaciones por las calles, sino en una amplia colección de monografías que han tratado de adecuar el papel de la mujer al mundo real. En este sentido, Adrienne Rich forma parte de una saga que comienza con Anne Bradstreet en el siglo XVII, continúa con Emily Dickinson en el siglo XIX y se consolida en pleno siglo XX con Gertrude Stein, Hilda Doolittle, Marianne Moore…, hasta ampliarse en número y reivindicaciones con algunas escritoras coetáneas de la talla de Alice Walker, Anne Sexton y Denise Levertov, entre otras.

Desde los últimos años de la presidencia de Dwight Eisenhower hasta la salida de la Casa Blanca de Jimmy Carter en 1981, la reclamación de los derechos de las mujeres impulsado por el movimiento sufragista anterior incorporó al debate asuntos que no habían sido tratados en profundidad por L’Écriture féminine, en honor a Hélène Cixoux, de la primera ola. Superados los problemas relativos al sufragio universal, el desafío al canon masculino de los setenta tenía como objetivo centrarse en problemas relativos a la violencia doméstica, la violación conyugal, la custodia de los hijos, el maltrato, el uso de la pornografía y la desigualdad en temas de legislación, derechos civiles y leyes promulgadas con anterioridad en los distintos estados de América del Norte. Algunos asuntos como la sexualidad, la familia, el trabajo, los derechos reproductivos y las desigualdades entre el hombre y la mujer que habían sido ampliamente requeridos en las distintas marchas de emancipación femenina en ciudades como Washington, Chicago y Filadelfia, continuaron formando parte de sus demandas. No fue hasta bien entrada la referida década cuando, con la ayuda de algunos diputados progresistas y grupos autodenominados «feministas de la diferencia», se abrió un ciclo de mayor empleabilidad y mismo salario para ambos sexos.

Su primer poemario, Un cambio de mundo, descubre en los años cincuenta a una joven que reivindica la escritura femenina. En algunas de sus composiciones, la división sexuada del mundo reduce a la esposa a su cuerpo al estar reservados, los privilegios de la esfera social, a los hombres. Este es el caso de Los tigres de tía Jennifer en donde la sufrida protagonista actúa como una figura a disposición del otro. Los tigres de tía Jennifer, la señala el narrador en su aislamiento, «no temen a los hombres de abajo del árbol. / Los dedos de tía Jennifer vibran a través de su lana… / Solo cuando esté muerta, sus espantadas manos descansarán».

Si su primer libro la catapultó a la fama, Sumergirse en el naufragio, de 1974, mereció el National Book Award, premio que, en ese mismo año, recogió junto a la novelista afroamericana Alice Walker y la poeta Audre Lorde «en nombre de todas las mujeres». En el poema que da título al citado libro, la escritora de Boston se sume en una metáfora extendida. En el referido texto, la realidad histórica de las féminas se plantea en conexión con otro grupo de metáforas y nociones filosóficas donde las edades de la mujer van desde una civilización en ruinas ubicada en lo más profundo del océano hasta algo nuevo que nada tiene que ver con lo que oculta la oscuridad del mar. «Desciendo peldaño tras peldaño», escribe al iniciar la bajada cuyo plan consiste en descolgarse del país de los hombres y zambullirse en un mundo que, según avanzan los versos, parece estar afectado de inactividad. «Al principio el aire es azul, luego / es más azul y luego verde y luego / negro…». El traje de neopreno, la linterna, las botellas de aire y las aletas se utilizan como recursos de dominación, libertad y cuidado. «El mar es otra historia», confronta mientras examina la ayuda que le aportan dichas herramientas en un medio que, al subrayar su inferioridad y regirse por otras leyes y obediencias, la invita a indagar en la conciencia internalizada de la mujer. «El mar no es cuestión de poder; / tengo que aprender sola / a girar mi cuerpo sin esfuerzo / en el profundo elemento», concluye al integrar lo que Elaine Showalter en Hacia una poética feminista denomina «ginocrítica»: la lucha por la identidad y la construcción social del género.

«Vine a explorar el naufragio», comienza convencida en la séptima estrofa, esta vez, tratando de afrontar la subordinación sistemática a la que ha sido sometido el sexo débil en cuanto a los mecanismos que sostuvieron dicha situación a lo largo del tiempo. «He venido a ver el daño que se hizo», añade en el marco de su análisis sobre la autoridad masculina, el sistema patriarcal y la injusticia, «y los tesoros que se han conservado…», lo que entiende que es deseable para dar cuenta de los logros políticos y teóricos del feminismo anterior.

«Lo que vine a buscar», insiste al identificar la dominación patriarcal, «es el naufragio, la evidencia del daño / carcomido por sales y vaivenes», adelanta sin interrupción al poner lo estructural y lo personal bajo la misma mirada. Convertida finalmente en una sirena que surge de la Antigüedad clásica, incluso un tritón en su cuerpo blindado, la eventual submarinista circunda en silencio los restos de la nave. Una vez cartografiado el exterior enumera algunos mitos antropológicos como el matriarcado: el fracaso de un supuesto poder femenino primitivo que da origen a la legitimación del patriarcado, y el del comienzo de la sumisión de las mujeres. «Nos sumergimos en la bodega», escribe al visitar algunos de los rincones más recónditos del pecio sumergido, «yo soy ella: yo soy él / cuyo rostro ahogado duerme con ojos abiertos… / cuya carga de plata, cobre y bronce yace /oscuramente en el interior de los barriles / mal encajados y pudriéndose».

El poema finaliza con una noción que enriquece el decorado feminista de los setenta y se anticipa al pensamiento de Judith Butler en El género en disputa. «Somos, soy, eres / por cobardía o por valor / quienes hemos de hallar nuestro camino / de regreso a esta escena…», asegura la voz del narrador conforme a una serie de ceremonias, etiquetas y actos que no siempre comprendemos del todo pero que repetimos de manera incesante gracias a la heterosexualidad preceptiva y hegemónica que la célebre filósofa de Ohio define como performatividad. «Llevando un cuchillo», finaliza a divinis, «una cámara / un libro de mitos / en el cual / nuestros nombres no aparecen».

Elaine Showalter, Judith Butler, Teresa de Lauretis y Germaine Greer, entre muchas otras, han abierto en múltiples direcciones el feminismo actual. Los nuevos desafíos sobre la sexualidad y la dignidad humanas sobre las personas no heteronormadas, han extendido el debate sobre la búsqueda de la conformidad dentro de la propia identidad de género. En fechas anteriores a estos nuevos objetivos de los que se ocuparán la tercera y la cuarta ola feminista, Adrienne Rich reflexiona sobre el control social de las mujeres, sitúa su lesbianismo como una forma de estar en el mundo y cuestiona los roles sociales que, en armonía con la advertida performatividad de Butler, determinan la forma en la que una persona camina, habla, se viste y se comporta. En Condiciones necesarias para el trabajo. El mundo común de las mujeres Adrienne Rich desestabiliza la disciplina compulsiva de la heterosexualidad. «El feminismo empieza, pero no puede acabar, con el descubrimiento individual, por parte de cada mujer, de la conciencia de su identidad como tal», concluye, al haber aprendido sobre su vida, lo que puede acontecer en otra mujer.

En el undécimo aniversario del fallecimiento de Adrienne Rich (16 de mayo de 1929 - 27 de marzo de 2012), el presente trabajo es un tributo a su memoria.

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