Las novelas de Kazuo Ishiguro están mágicamente entrelazadas. Funciona, al menos, un mecanismo similar en ellas ligeramente cubierto por distintos velos literarios poblados de subterfugio. Digamos que Ishiguro, en esencia y fortaleza narrativa, es un heredero de Nabokov que, como él hizo de manera magistral, disfruta usando narradores supuestamente poco fiables para filtrar a través suyo el mundo de manera un tanto sospechosa aunque eficaz.

La voz de Klara, Amiga Artificial y personaje de su último título, tiene la misma simplicidad cautivadora que hallamos en Kathy H, la protagonista de Nunca me abandones, una mezcla similar de inteligencia e ingenuidad. Ello denota el interés del autor acerca de ciertos elementos de las conciencias mecánicas más o menos desarrolladas, sobre cómo sería la fe para una mente androide, el amor o la lealtad. Todo unido a resonancias contemporáneas. Ishiguro casi había terminado la novela Klara y el Sol cuando llegó la pandemia, pero en la mayoría de las páginas hay un pasaje que puede resultarnos inquietantemente profético de nuestros tiempos bloqueados y estresados. De hecho, la novela recibe su mayor fuente de energía de la fricción entre dos tipos diferentes de amor: uno egoísta, protector y ansioso, otro que es generoso, abierto y hasta benevolente. La historia avanza a grandes y pequeños pasos como un mensaje, a medida que lo hacemos nosotros en un tiempo terriblemente estabulado.

Cuando Stevens, el mayordomo en Los restos del día, viaja a Cornualles para encontrarse con su compañera del servicio, la señorita Kenton, es evidente que nunca se ha aventurado a salir de su pequeño condado inglés. Klara, la narradora de la nueva novela de Ishiguro, es una especie de versión robot de Stevens, y prima de Kathy H. Se comporta a la vez como cuidadora, sirviente, ayudante y juguete. Amiga Artificial, está esperando ser elegida por un comprador en una tienda de una ciudad estadounidense, en algún momento del futuro cercano. Por lo que sé, los AA, que funcionan con energía solar y están dotados de inteligencia, son una combinación de muñeco y robot. Pueden hablar, caminar, ver y aprender. Tienen cabello y usan ropa. Parecen ser especialmente apreciados como compañeros de niños y adolescentes. Por resumirlo, mascotas dotadas de aprendizaje artificial.

Nunca me abandones y El gigante enterrado, ambas publicadas también por Anagrama, como el resto de la obra de Ishiguro, son a pesar de sus diferencias y escenarios, alegorías oscuras sobre el peligro de los avances tecnológicos sin control, de la pérdida de la inocencia y de la dignidad de las vidas ordinarias. Klara y el Sol hace que los vínculos entre esas dos novelas anteriores resulten evidentes, lo que no ha tardado en sugerir que los tres libros puedan leerse como si se tratarse de una trilogía. Es interesante comprobar cómo la narrativa del autor Premio Nobel nacido en Nagasaki y criado en el Reino Unido tiende sus puentes.

Klara y el Sol es, prácticamente, una novela de ciencia ficción. Está ambientada en un mundo imaginado, distinto y más avanzado tecnológicamente que el que habitamos. Puede que sea nuestro propio mundo en algún momento no especificado del futuro; quizás, como en Nunca me abandones , publicada en 2005 y curiosamente situada a finales de los noventa del siglo pasado, en un presente alternativo. A diferencia de muchas obras de ciencia ficción, pero como en la mayoría de las novelas de Ishiguro, salvo el caso de El gigante enterrado, que mantiene un tono de aventura artúrica, no pasan en ella, como se suele decir, demasiadas cosas. Una fiesta sin incidentes, o una interacción con otros adolescentes de privilegiada inteligencia; viajes sentados en automóviles, estacionados o atascados en el tráfico lento; y paseos por el campo hasta un granero, todo descrito con frases cuidadosas, sin ostentación y sumamente convincentes. En definitiva, es el estilo que Ishiguro ha moldeado a la perfección durante casi cuarenta años.

El autor de Klara y el Sol tampoco muestra mucho interés en la construcción del mundo: las diferencias que distinguen la órbita en la que se mueve la protagonista con nuestra realidad se perfilan partiendo de pocas pinceladas colocadas con detalle. Los mecanismos que subyacen en los procesos de pensamiento de Klara, las tecnologías que posibilitan su existencia, son tan misteriosos para ella como el funcionamiento de la conciencia humana resulta para nosotros. Ishiguro no se pierde en las complejidades de las redes neuronales, el aprendizaje automático, los algoritmos o las dificultades de lograr que las computadoras comprendan la lógica simbólica. No importa cómo funciona la mente de Klara, porque en realidad no es un robot. Piensa de una manera similar a nosotros y es lo suficientemente humana para asemejarse a un narrador convencional. Se trata de una forma de inteligencia artificial antigua, una especie de amiga con la que estamos familiarizados los lectores en general: un personaje de ficción. Ishiguro ha escrito otra obra maestra que nos hace sentir de nuevo inmersos en la belleza y la fragilidad de la humanidad. Léanla; en algún momento les deslumbrará.