Crítico y socarrón, el poeta, novelista y ensayista jerezano, fallecido este domingo a los 94 años, podría considerarse el penúltimo superviviente de la Generación de los 50, junto con Francisco Brines, ambos Premios Cervantes, un insumiso para el que la poesía representaba algo curativo, y que en uno de sus poemas sentenciaba «únicamente soy mi libertad y mis palabras».

Ha muerto José Manuel Caballero Bonald a los 94 años. El lacónico anuncio no es capaz de abarcar el desgarro de tanta ausencia. Crítico y socarrón, el poeta, novelista y ensayista jerezano, fallecido este domingo, era el penúltimo superviviente de la Generación de los 50, junto con Francisco Brines, ambos Premios Cervantes, un insumiso para el que la poesía representaba algo curativo.

Su vinculación con Canarias es antigua y está vinculada, originalmente, con la mar. En la década de los 40 del pasado siglo realizó estudios de Náutica en Cádiz, cumpliendo el servicio militar en la Milicia Naval Universitaria, que lo llevaron a navegar durante dos veranos por aguas del Archipiélago, Marruecos y Galicia.

Pero, ya en tierra, el poeta jerezano tuvo que bregar durante el amanecer de su carrera literaria con el periodo más inclemente de la censura, el dirigido por el falangista Gabriel Arias-Salgado, por entonces ministro de Información y Turismo. “Mi nombre está tachado con el lápiz rojo de la censura” y recuerda la asfixia de aquellos momentos, cuando acudió hasta tres veces a las Islas para impartir conferencias y siempre fueron clausuradas. Aseguraba entonces que lo peor no estaba guardado en las cajas blancas de cartón de aquel archivo censor, sino que por el contrario sostenía que hubo «una maniobra para condenarme al ostracismo. No se me podía citar, los cantantes que interpretaban poemas míos eran censurados. Fue una época muy dura, sobre todo, en los años sesenta».

Con todo, mantuvo una estrecha relación personal con las Islas, en la figura de pintores como José Luis Fajardo (Los personajes de Fajardo, 1986) y también con Manolo Millares, cuando cuestionado si en algún caso coincidían el buen artista y la buena persona, no dudó en referirse a Jorge Guillén y al artista grancanario.

El pintor tinerfeño José Luis Fajardo siempre ha compartido con el poeta José Manuel Caballero Bonald algo más que una buena amistad, una relación que comenzó a finales de los años sesenta. Los dos sentían con frecuencia «rabia» y no soportaban «la falsedad, la estulticia y la mediocridad». A propósito, el artista lagunero señalaba: «Mis cuadros están llenos de rabia, de inconformismo, de ira contenida, y lo mismo sucede con los poemas de Caballero Bonald», tal y como aseguraba con motivo de la publicación en el año 2008 del libro Anatomía poética, una obra editada por el sello Círculo de Tiza.

Caballero Bonald dialogó con los personajes «nebulosos y enigmáticos» del pintor canario, en un libro que osciló entre la parodia, la ironía y la crítica y en el que no ocultó su indignación ante lo que ocurría a su alrededor. «Me indigna sobre todo la hipocresía, el cinismo generalizado, la inmoralidad de los manejos financieros, los abusos de poder, las mentiras sistemáticas», afirmaba, hablando del precioso libro que funde en sus páginas poesía y pintura.

Fruto de esa larga amistad que unía a Caballero Bonald y a Fajardo surgió la «necesidad impulsiva de escribir poesía», que sentía el autor y que lo ha llevaó a publicar obras como Manual de infractores, La noche no tiene paredes o Entreguerras.

La pintura de Fajardo, sugerente y evocadora, le va bien a la manera de escribir de Caballero Bonald, y esa «actitud cómplice» ya dio un primer fruto en 1986, en el libro Los personajes de Fajardo, donde el poeta gaditano reflexionaba libremente sobre lo que le inspiraba la obra del artista. Con prólogo de Juan Cruz, Anatomía poética contiene ocho textos de aquel libro. En ellos dialoga con la obra de Fajardo, pero sin que haya una correspondencia sistemática entre pintura y literatura, sino más bien una suerte de preguntas complementarias. «Son dos parcelas artísticas que coinciden en algunas de sus búsquedas», aclara Caballero Bonald, que considera sus textos «poemas».

Fue aquel que no quiso recurrir «al recurso del silencio cuando ya no quedaban palabras por aquí» y sentenciaba; «Únicamente soy mi libertad y mis palabras».