Llevo tres semanas sufriendo en silencio, como si de unas almorranas emocionales se tratara, un seminuevo programa de telerrealidad denominado Love Island que florece durante la actual primavera en las pantallas de tabletas, teléfonos móviles y televisores de este maltratado país. La idea inicial surgió en 2005 en Gran Bretaña y duró dos temporadas, por iniciativa de la cadena privada Independent TV, fruto de la fusión un año antes de los grupos mediáticos anglosajones Granada y Carlton Comunications. En aquella época, el programa consistía en juntar a un grupo entre trece y dieciséis famosos solteros de ambos sexos, para que disfrutaran durante cinco semanas de unas vacaciones de verano, en una isla del archipiélago Fiyi, en Oceanía, para grabar y emitir lo que sucediera entre ellos. Además de ir con los gastos pagos, la pareja más ‘enamorada’ o que engañaba mejor a la audiencia se llevaba 50.000 libras esterlinas.

La versión de ‘La Isla de las Tentaciones’ de Neox se rueda en San Bartolomé de Tirajana.

Durante la primera temporada, la propuesta fue seguida por 3,6 millones de británicos de promedio, pero en la segunda esa cifra se redujo hasta los 2,1, por lo que el programa durmió durante casi una década un profundo sueño, hasta que fue despertado en 2015, con el formato de un espacio de citas abierto a desconocidos jóvenes dispuestos a encontrar el amor, y trasladado a la isla de Mallorca. Esta nueva etapa comenzó con modestas cifras de audiencia y su resurrección sólo interesó inicialmente a 570.000 espectadores, pero al año siguiente se incrementó a 1,4 millones, luego pasó a 2,5, después a 3,9 y alcanzó su cénit en 2019 con 5,6 millones. En estas últimas ediciones también comenzó la leyenda negra del programa, con los suicidios de una de las participantes y, posteriormente, también de su novio. Meses después se suicidó un concursante masculino de otra temporada y el pasado año la presentadora que había sido la cara visible del proyecto durante su etapa en Mallorca, cuando había comenzado a celebrarse una nueva temporada en Ciudad del Cabo, en Sudáfrica.

Entre los hitos de la nueva etapa del programa en el Reino Unido destaca la noticia de que en 2017 hubo más solicitudes de participación en el programa que de ingreso en las universidades de Oxford o Cambrigde. También ha sido líder en quejas sobre cuestiones como el comportamiento ante las cámaras de los concursantes, el impacto negativo en espectadores inseguros sobre sus cuerpos y por la falta de diversidad corporal y étnica entre los participantes. Hasta la fecha, una veintena de cadenas de diferentes países han comprado los derechos para producir y emitir este concurso en lugares tan distantes como Australia, EE UU o Nigeria y en canales europeos de Polonia, Alemania, Francia e Italia.

La versión española de este espectáculo de piel, músculos y demás zonas de curvatura se desarrolla en una villa ubicada en las medianías de Gran Canaria, en la zona conocida como Monte León, en el municipio turístico de San Bartolomé de Tirajana, donde conviven desde la segunda semana de abril un grupo variable de chicos y chicas, con edades comprendidas entre los 20 y los 30 años (como si el amor tuviera que ver con una determinada edad), escogidos entre más de ocho mil aspirantes, con intención de emparejarse y ganarse el favor de la audiencia y los 25.000 euros de premio que ofrece el concurso.

Por lo visto hasta ahora, el tiempo lo pasan conversando, comiendo, durmiendo, ayudándose y criticándose, bañándose en la piscina, tomando el sol, teniendo citas, disfrutando de experiencias dentro y fuera de la villa, participando en juegos propuestos en colaboración con los espectadores, mirando el móvil, compartiendo fotos en redes sociales, haciendo ejercicio físico por el día, bailando por las noches vestidos con mayor o menor elegancia y brindando con vino blanco espumoso por el amor y la felicidad. Nada que no hiciéramos un grupo de amigos de fiesta tras alquilar uno o varios apartamentos o habitaciones un fin de semana o un puente en un complejo hotelero de cualquier isla del Archipiélago Canario.

En uno de los episodios, me pareció ver a una concursante que cerraba un libro que aparentemente estaba leyendo y que dejaba sobre una mesita baja cuando la llamaron para integrarse en alguna actividad. Desde entonces no puedo conciliar el sueño, porque busco en las imágenes que ofrece la cadena televisiva una estantería con más volúmenes, porque no me puedo creer que hayan dejado solo al pobre libro. Y también me pregunto por el título y el autor de la obra y si el ejemplar está a cubierto o sigue a la intemperie, con la de lluvia que está cayendo.

Porque pasan los episodios y el libro sigue sin aparecer y también se celebró el 23 de abril el Día del Libro y no se hizo ninguna actividad al respecto en la villa. O se hizo y no se difundió porque no cabe todo en una hora de programa y los realizadores creen que hay que centrarse en lo importante: mostrar la supuesta belleza física de los cuerpos de los participantes, pero no la belleza interior o espiritual, porque esa es difícil de captar por las cámaras.

Mucho me temo que detrás de las imágenes que nos ofrecen hay una realidad que no vemos: unos concursantes que dedican su tiempo al aprendizaje y al estudio, a prepararse para presentarse a oposiciones, a investigar sobre biotecnología, a crear nuevo software inteligente, a recibir clases de doctorado de manera virtual, a contrastar teorías en torno a relación de la física cuántica con el universo holográfico, a buscar soluciones para la plaga de enfermedades que asolan a la especie humana, a encontrar formas de combatir la crisis climática, a elaborar proyectos de ingeniería civil, a diseñar planes de negocio de empresas tecnológicas innovadoras y sostenibles, a desarrollar nuevas formas de energía alternativas a los combustibles fósiles, a debatir sobre antropología, filosofía, sociología, bellas artes y otras disciplinas del conocimiento encuadradas dentro de las ciencias y las humanidades. Pero esa otra realidad que se vive en Love Island no atrae al gran público ni a los anunciantes y por eso no nos la muestran. Aunque el fugaz libro perdido los delata.

Un detalle que no hay que olvidar es que en el mismo municipio en el que se graba esta internacional experiencia televisiva se encuentra también ubicada la Estación de Maspalomas del Centro Espacial de Canarias, que forma parte del Instituto Nacional de Tecnología Aeroespacial, que colabora con la NASA y la Agencia Espacial Europea, entre otras instituciones internacionales que desarrollan proyectos en los que trabajan algunas de las mentes más brillantes de nuestro planeta.

A ver si va a resultar que el programa de telerrealidad es una tapadera para investigar, por parte de un grupo de científicos de ambos sexos camuflados como concursantes macizos, nuevas señales de vida inteligente procedentes de otros mundos, porque en nuestro entorno y en buena parte de las nuevas generaciones, lo que más comienza a escasear es precisamente la vida inteligente.