Agotado, pero muy satisfecho. El tenor lagunero Jorge de León cumplió ayer la última de las funciones de la ópera Madama Butterfly –a él le gusta hablar de la penúltima–, en el Teatro Campoamor de Oviedo. En principio, la obra estaba programada para estrenarse el 9 de noviembre y debía echar el telón a mediados de ese mismo mes, pero los vaivenes de la pandemia han alterado la partitura original, de manera que las seis funciones se han repartido desde el día 12 de diciembre hasta este 21. “Ha sido una odisea”, reconoce el solista, “pero la espera ha valido mucho la pena”. Los aplausos y los vítores lo acompañan. Precisamente, hace ahora diez años que debutó el rol de Pinkerton en el Auditorio Adán Martín, en un programa de Ópera de Tenerife bajo la dirección escénica de Del Monaco –con desnudo parcial incluido– y también va a cumplirse una década desde que hizo el Cavaradossi de Tosca en la Isla.

Esta vez, con un montaje ideado por Joan Anton Rechi, el clásico de Puccini se aleja de aires idílicos y tópicos románticos, tornándose una pieza “bastante dramática”, ambientada en la ciudad japonesa de Nagasaki bajo la hecatombe atómica de la Segunda Guerra Mundial, “pero muy adecuada al contexto que estamos viviendo”, subraya De León. Las circunstancias de estar frente a un escenario bélico se asemejan a las de “un estado de alarma”, explica el tenor, para quien esta obra representa una reflexión, un examen de conciencia. “Ahora no debemos estar atentos a las alertas aéreas, a los bombardeos, pero sí a las normas que establecen si podemos viajar o no, con cuántas personas nos podremos reunir en las fiestas navideñas, a qué hora debemos estar confinados en casa, por qué se debe obedecer el toque de queda...”. Con enorme pena, él no regresará por estas fechas tan especiales a la Isla; lo aguardan en el Teatro de la Zarzuela de Madrid para el estreno de Luisa Fernanda.

Domina con sobrada solvencia el color vocal de un personaje como Pinkerton, proyectando su voz con potente sonoridad y un delicado timbre squillante, ese que atraviesa y se sobrepone con el brillo de un cuchillo cortante al sonido de la orquesta. En el plano interpretativo, al personaje lo califica de “tedioso”, en su acepción de molesto, y puesto a aderezar nuevos registros señala que, después de haberlo representado con distintas producciones, “lo vas llenando de matices”. Ciertamente, y por el hecho de que manifiesta un comportamiento tan terrible y reprobable, “no puedo encontrarle bondades”, afirma, hasta el punto de que el público suele comentarle a propósito de este rol lo malo que es ese Pinkerton, en oposición a lo bonito que canta Jorge. “Pero cuando logras ese objetivo tienes la certeza de que has hecho un buen papel”. Además, a esa imagen de personaje cruel contribuye la presencia en la historia de un niño, que él le arrebata a su madre, la dulce e inocente Cio-Cio-San, protagonizada por Ainhoa Arteta. Con ella ya compartió escenario hace dos años en Andrea Chénier y sobre su rol en Madama Butterfly sostiene que “es muy difícil, complicado técnicamente, a lo que se añade que por su condición de madre debe marcar distancias entre el corazón y la cabeza”, de manera que lo emotivo no invada lo profesional. En cuanto al dúo final del primer acto, que termina con la proyección del vídeo de una atronadora explosión nuclear, el tenor entiende que “genera desasosiego en el público, lo sitúa en el drama, porque ella y yo terminamos abrazados en la cama, se escucha el rugido del motor del avión, en tres segundos estalla la bomba y se destruye el escenario. Es impactante”.

A Jorge de León, Madama Butterfly le parece una de las óperas más placenteras de interpretar y también de vivir, “con mucha carga emocional”, y cree además que el bel canto representa una fórmula sublime para tocar la fibra sensible del público. “La gente necesita llorar, exteriorizar sus sentimientos, aunque sea con una falsa realidad, con una pieza de ficción”, elementos que encierran la música y las artes escénicas.

Y destaca que el 99% de la producción está protagonizada por voces españolas, salvo el personaje de Suzuki, que interpreta la japonesa Nozomi Kato, pero que está radicada en Valencia y habla castellano perfectamente.

Oviedo, siempre en el alma

La ciudad de Oviedo va a quedar ya ligada a su vida para siempre. Allí se casaba el pasado mes de noviembre con la valenciana Isabel Cuevas, maquilladora teatral, y allí ha vivido la pareja su luna de miel, simultaneando las escenas de amor con ensayos, representaciones y el entusiasta aplauso del público, que se desvivió por asistir al teatro, difuminando los fantasmas de la ópera. Eso, a pesar de los inconvenientes de la pandemia. Las autoridades cerraron la ciudad, lo que obligó a retrasar los ensayos y las funciones. A propósito, Jorge de León rompe una lanza en favor de la cultura y valora los estrictos y cuidadosos controles que aplica el sector, con PCR periódicas, cantando a los cuatro vientos su seguridad. Y explica que sólo se les permite cantar sin mascarilla con la orquesta, mientras el resto de ensayos los hacían hasta con dos tipos de mascarillas; mantuvieron una reunión con expertos en prevención de riesgos sobre el Covid, que los asesoraron y conminaron a mantener las medidas con la máxima seriedad; las maquilladoras y personal de sastrería estaban cubiertas con trajes casi de epi; compartieron escenario con la ópera Fidelio, de Beethoven, y les estaba prohibido acercarse a los camerinos para saludar a los compañeros... “Desde Ópera de Oviedo han luchado lo indecible para que esto fuera una realidad”, destaca el tenor, quien elogia además la magia creada por el productor Joan Anton Rechi, capaz de combinar los dos montajes con la misma escenografía, variando elementos, alcanzando un notable éxito. La nota feliz es que la ópera sigue viva.