ETAPA CÓSMICA | ELD

Primera página del expediente policial del suicidio de ÓD, que se reproduce al completo en las páginas 427 a 439 de la investigación de José Carlos Guerra Cabrera. | ELD

EXPEDIENTE POLICIAL DEL SUICIDIO | ELD

Informe de un inspector de Bellas Artes francés proponiendo la compra de un lienzo de ÓD por parte del Estado. El suicidio frustró el acuerdo. | ELD

COMPRA DEL ESTADO FRANCÉS | ELD

En esa noche de San Silvestre, cuando se tiende a echar una mirada sobre la vida que asoma con el nuevo año, a Domínguez, profundamente deprimido, 1958 se le presentó en un momento dado como una cuesta excesivamente pendiente, llena de obstáculos insuperables. Su pintura no era reconocida del modo ambicioso que él esperaba y se creía merecedor. Había fracasado en lo que él entendía que era el sentido de su vida. Tenía deudas y necesitaba dinero para vivir, en su caso, mucho dinero y su creación artística, la única actividad profesional que él concebía, no se lo proporcionaba. Su propia dignidad no podía admitir que Marie-Laure lo mantuviera. Él no era un ‘gigoló’ y no quería serlo.

En este contexto, adoptó la decisión, repentina y trascendental, de cortarse las venas Óscar Domínguez, intuitivo, enormemente creativo y sensible, ingenioso y ocurrente; bromista hasta la imprudencia, pero también preso con frecuencia de una tristeza vaga, profunda, corrosiva; amante fiel del placer y la juerga; amigo, primero, y vasallo, después, del alcohol; campechano, cordial, generoso; extremadamente curioso e interesado por lo que de importante ocurría en el mundo, y millonario en confianza en su indiscutible talento natural para la pintura, a la que se dedicó con arrojo, audacia y una fidelidad absoluta y excluyente.

La gran sensibilidad de Lise Deharme, muy amiga de Marie-Laure, cuando conoció la muerte de Domínguez, dejó este retrato conmovedor de su persona:

“Oscarito, tú no estabas hecho para nosotros, esto no podía terminar sino así, todo estaba desplazado en este universo absurdo.

Tú olvidarás pronto este planeta. Pero a los que tú has amado, tú los has amado como un león, dulce, violento, cálido, brutal a veces.

Tú te has comido a ti mismo, te has bebido tu propia sangre. Nadie podía hacer nada por ti y no es ésta la causa menor de nuestro desánimo.

Oscarito, tú no estabas hecho para nosotros, todo estaba desplazado en tu universo, tú has amado a la manera de los leones errantes a la búsqueda de una fuente. Pero los cocodrilos no estaban lejos, a pesar de las flores.

Tú has devorado la carne humana. Por desgracia, la última vez fue la tuya.”

En los últimos instantes de su vida, cuando, tras abrirse las venas en el cuarto de baño, descendió, como hemos visto, hasta el salón donde él trabajaba, quiso emborronar un lienzo que tenía en el caballete con su propia sangre. Géo Dupin, en su entrevista con Guy Dotremont en febrero de 1988, dio a conocer que el personal del servicio municipal que vino a llevarse el cuerpo de Domínguez al Institut Médico-Legal, le dijo que en el estudio había un cuadro al que Domínguez le había dado una última pincelada con su sangre. Ernesto Sábato también conocía este acto final de Domínguez. Así lo cuenta en Antes del Fin:

“Domínguez, uno de los pocos personajes surrealistas que quise. Surrealista en su modo de concebir y resistir la existencia. Pasó la última etapa de su vida entre las drogas, el alcohol y las mujeres. Hasta que se suicidó una noche cortándose las venas y con su sangre manchó la tela colocada sobre su caballete.”

Ned Rorem igualmente se refiere a esta acción sorprendente y tan significativa de Domínguez:

“… apoyó un lienzo sobre el caballete de su estudio, se cortó las venas de las muñecas y de los tobillos y con la sangre empezó una pintura. Pero expiró antes de que estuviera terminada.”

A Truman Capote también le llegaron los ecos un tanto distorsionados:

“Su último compañero [de Marie-Laure Noailles] o al menos el último que yo le conocí, fue un pintor búlgaro peludo [se refiere a OD] que se suicidó cortándose la muñeca y luego, blandiendo una brocha y usando como paleta su arteria seccionada, cubrió dos paredes con un mural abstracto todo carmesí hecho con brochazos audaces”.

Fue la metáfora cumplida de su existencia: la vida inmolada a Pictura, ante el escaso reconocimiento, para él inmerecido, de sus ofrendas. Como la mantis hembra que tanto impresionaba a los surrealistas, Pictura, a la que él se había entregado sin reservas, lo devoró.