Habrá quien piense que una Osborne-Domecq no tiene derecho a la tristeza.

Mi objetivo no es deshacer esa creencia. Los privilegios materiales no van necesariamente de la mano de los emocionales. Soy un ser humano.

¿Dónde estaba el origen de su herida?

Yo estaba muy conectada con la tristeza de mi madre. Siento que sufrí su sufrimiento. Incluso antes de nacer.

¿Ella supo que estaba usted mal?

Aunque tuve momentos un tanto oscuros, ella no era consciente porque ni yo misma era capaz de ponerle palabras.

Perdón. ¿Ha dicho “momentos oscuros”?

Yo era una niña sin vida. Estaba completamente deprimida. No soportaba los dibujos animados. No me gustaban los juegos. Y no podía escapar de mí misma.

Esa sensación perduró en su vida a lo largo de los años.

Pienso que he tenido suerte. Se puede salir, pero no siempre se sale.

¿Cómo lo logró?

Mi expareja, Hugh [Hawkins, el australiano con el que convivió en Nueva York hasta hace tres años] se quería muy bien y me quería muy bien. Sin él saberlo, me enseñó cómo debe ser la relación con uno mismo. Al quedarme sin esa fuente de inspiración [tras la ruptura de su relación], me di cuenta de que no podía ser víctima de mis circunstancias. Empecé a formarme como coach.

¿Algún hallazgo?

La terapia del niño interior. Consiste en ver las necesidades que no fueron satisfechas en la infancia y aprender a satisfacerlas como adulto.

Sostiene que heredamos las heridas de infancia de nuestros padres.

Sí. Un ejemplo: si los padres pasaron hambre en la guerra, condiciona la forma de relacionarse con la comida que transmiten a los hijos. Y eso se pasa de generación en generación, hasta que decides sanar la herida y le pones fin.

¿Cuál es el legado psíquico que le traspasaron sus progenitores?

En el sistema materno estaba muy arraigado el no afrontar los problemas. En su estrato social, se metían debajo de la alfombra y se daba la apariencia de que todo era perfecto. Y por parte de padre... no lo tuve tan cerca.

Le decía: “Haz lo que te haga feliz, pero sé la mejor”. Eso es presión.

Sí, definitivamente.

Él sabía que no estaba bien, pero confió en que saldría del bache.

Era consciente de que yo tenía un problema, de que no iba a poder sacarme de él y de que yo ya buscaba ayuda en el ámbito de la salud mental.

La dejó sola, en definitiva.

No. Confiaba muchísimo en mi capacidad para salir. Eso no quiere decir que no estuviese conmigo. Yo sentí su calor y su apoyo. Estuvo de la única manera que podía estar: simplemente con su compañía física.

¿No le queda ninguna pregunta pendiente que hacerle?

Mi padre es superdisfrutón y muy vividor, pero yo conozco otra faceta: la de hombre sabio. Sé la vida que ha tenido de verdad. Muy complicada. Y tiene una enorme capacidad de avanzar en la vida, de sobreponerse. Quizá le preguntaría cuál es la clave para seguir avanzando y no quedarse atrapado en el pasado.

Ha dejado muchos cadáveres (femeninos) por el camino.

Tiene mucho más que decir en asuntos en los que es un maestro que en los que aún sigue aprendiendo.

¿Y usted, teme a la recaída?

No. Como sé que puedo superar cualquier situación –por extrema que sea–, me da miedo que me pase lo peor. Y lo peor es la muerte de alguien que ame.

Dice que oye llamadas del universo.

Es una manera muy romántica de entrar en contacto con tu subconsciente.

¿Cuándo oyó la última?

La última no es del subconsciente sino de la propia vida. Y es imposible que sea pura casualidad.

¿Se refiere al nuevo amor? [nota: José Entrecanales y ella son parientes lejanos]

Sí. Pero ahí lo dejo.