Walter Benjamin, en Portbou

Walter Benjamin, en Portbou

Walter Benjamin, en Portbou

Walter Benjamin, en Portbou

Walter Benjamin, en Portbou

Walter Benjamin, en Portbou

El rostro carbonizado de una mujer tras la lluvia de bombas incendiarias aliadas sobre la ciudad alemana de Dresde, que quedó sembrada de “cuerpos encogidos atrapados en el asfalto líquido como en un gigantesco papel matamoscas”. Los restos de chinas violadas por los japoneses en Nanjing, cuyas calles se llenaron de “cadáveres en descomposición, pasto de los perros salvajes”. Civiles entre las ruinas de Stalingrado, las fosas de Baby-Yar, donde en tres días fueron asesinados 30.000 judíos por los nazis o las cámaras de gas... Son algunas de las visiones sobrecogedoras reflejadas en las más de 2.000 ilustraciones, obra de la catalana Eugènia Anglès, que se suceden en las 540 páginas de la monumental versión en ensayo gráfico del referencial La Segunda Guerra Mundial, del historiador británico Antony Beevor.

“Hay imágenes que ya no podré borrar. Nunca me hubiera imaginado que necesitaría pañuelos además del material de dibujo para trabajar. Ha habido momentos muy duros”, confiesa la ilustradora, sobre un volumen nacido del empeño de Gonzalo Pontón, fundador de Pasado & Presente y editor y amigo de Beevor, quien encantado con el proyecto supervisó el proceso.

Un libro, resultado de dos años de trabajo, que Anglès concibió con dibujos en un “negro profundo de carboncillo sobre fondo sepia” porque, explica, es una combinación que “transmite algo de piel, una calidez, que ayuda a hablar de lo humano del desastre, como explica el ensayo de Beevor”.

Del propio Pontón es la adaptación de las 1.200 páginas del original a esta versión abreviada y los textos que abren y cierran cada capítulo. “La historia la cuentan los que la ganan y suelen preocuparse poco de la gente. Aquí murieron tantos miles y miles de personas que era importante ponerles cara y revelar que todos somos seres humanos. Mostrar cómo las decisiones de hombres poderosos llevaron a tantos millones a la guerra”, explica quien tras 40 años editando libros buscaba “una fórmula para que los jóvenes, pero también aquellos adultos a quienes da pereza coger un ensayo de muchas páginas, se acercaran a la lectura de la historia por un canal más cómodo, como es el de la ilustración”.

“Muchas historias reales son más atractivas que la ficción. Por eso es bueno que la gente joven tenga acceso a las obras más importantes y que pueden entender el mundo en que vivimos a través de la historia que cuentan”, valora Pontón.

El editor ha sintetizado las partes que mejor explican el conjunto de la guerra dejando de lado las detalladísimas descripciones de armamento y técnicas militares que son la debilidad del historiador, antiguo oficial de caballería del 11º regimiento de Húsares.

“Están las batallas, claro, pero también los miedos de las grandes potencias, la angustia de los ingleses cuando los alemanes llegaron a París y pensaron que los siguientes serían ellos… He priorizado las partes donde la gente normal lo pasó peor. Aún hoy es inimaginable lo que se vivió en Stalingrado. Está la guerra en sí y también el hambre, las enfermedades, los abusos sexuales de los soldados... porque, como dice Beevor, en la Segunda Guerra Mundial es donde se vio lo peor pero también lo mejor de la especie: desde la peor crueldad a las mejores cualidades humanas. Es importante que los jóvenes no vean solo el desastre”, resume Pontón.

Anglès trabajó sobre la versión resumida del libro basándose en ingente documentación gráfica contrastada, sobre todo en fotografías reales. Y para asegurar todo el rigor contó con la revisión de un minucioso Beevor, que llegó a corregir detalles como la excesiva redondez de un casco alemán o las medidas de un tanque. La ilustradora salpica la obra de retratos —de políticos o militares famosos a soldados y civiles anónimos—. “Retratar es un regalo: detenerse en las facciones que hacen cada rostro un mundo... Aunque si el tema es un general nazi, cuesta un poco más trabajar a gusto”, asume.

Los tanques de los españoles de la Nueve liberando París de los nazis, el desembarco de Normandía, el gueto de Varsovia, la liberación de Treblinka y Auschwitz... todo está ahí, pero Pontón recuerda que la Segunda Guerra Mundial no solo se concentró en Europa y recomienda la menos estudiada guerra del Pacífico. “India, China, Nueva Zelanda, la batalla de Okinawa, el ataque a Pearl Harbour, las bombas atómicas o las salvajadas de los japoneses en Nanjín”.

Si los libros de Beevor, autor de entre otros, Stalingrado, Berlín: la caída, La batalla de Normandía o El Día D son traducidos a más de 30 lenguas, cuenta ya Pontón con el más que seguro interés de editoriales extranjeras en la compra de esta historia gráfica, potente apuesta cara a la campaña de Navidad, y más aún en días de semiconfinamiento, que tendrá continuidad: al editor de Pasado & Presente no le cabe duda, admite, sobre cuál será la próxima obra del británico en ser contada en este formato: la no menos monumental La Guerra Civil española.

También con carboncillo, el dibujante Ioannes Ensis mostró el horror de los republicanos en los campos nazis que el periodista Carlos Hernández documentó en Los últimos españoles de Mauthausen. Lo hizo a través de los tuits de @deportado4443, perfil que el reportero sigue alimentando con la voz de su tío, superviviente del Holocausto.

El ensayo del hispanista Paul Preston fue llevado al cómic en el 2016 por el dibujante José Pablo García, que usó un bitono en marrones anaranjados. Un año después, el mismo artista llevó a la viñeta otro título del historiador británico, La muerte de Guernica, sobre el bombardeo fascista sobre la ciudad durante la Guerra Civil.

El autor francés Frédérik Pajak también utilizó el carboncillo en su tetralogía sobre la que planea la figura del intelectual judío Walter Benjamin, que en su huida de Alemania prefirió suicidarse en Portbou, antes de caer en manos de los nazis y ser deportado. El propio Pajak califica de ensayo gráfico sus obras.