Cuesta lo que cuesta. Mucho esfuerzo. Porque hacer las cosas bien no es fácil y equivocarse sí lo es. Y nos equivocamos personalmente todos los días en muchas cosas pero profesionalmente, los buenos arquitectos intentan remediar esos errores. No me refiero a lo vulgar o estándar, sino a la arquitectura que nos da seguridad, a lo que hoy, con esta pandemia del Covid, por ejemplo, nos garantiza una buena ventilación en nuestras casas, esa es, hoy por hoy, la buena arquitectura, porque la ventilación es uno de los grandes problemas de Europa ahora que comienza el invierno y los contagios comienzan a subir y subir, porque, con el frío, la gente tiene que estar más tiempo en espacios cerrados, y esto es algo evidente, aumenta el riesgo de contagio. Lo publican muchos periódicos, de todas las ideologías posibles, una y otra vez. En Canarias tenemos la suerte de que aún podemos quedar en terrazas, en la playa y, salvo algún día puntual, permanecer al aire libre.

La calidad de cualquier servicio -incluyendo la arquitectura- requiere un coste mínimo, por debajo del cual no es posible conseguirla. No se regalan duros a cuatro pesetas. Eso decíamos antes del 2001, ahora diríamos no se regalan euros a 70 céntimos o algo as. Es un reto, porque, con los actuales pliegos administrativos de los concursos públicos, no se obtienen, de momento, resultados muy brillantes. Salvo excepciones.

Mantener la integridad, como regla natural, es muy importante porque, revisando la obra de los grandes creadores a o largo de los siglos, en momentos de esplendor y también de crisis podemos ver cómo han influido profundamente en ellos el pasado y la historia. Cómo han aprendido de los errores de los demás (de las anteriores pandemias y otras desgracias de la humanidad) y de los suyos propios, como todos deberíamos hacer en nuestra vida, día a día, superando las adversidades, los malos momentos personales. Como el portugués Alvaro Siza, nuestro flamante último Premio Nacional de Arquitectura 2020, telemáticamente entregado. Premio español, aunque él no lo sea, aunque sea portugués, pero es uno de los nuestros, y personalmente me siento orgullosa de que lo sea, porque lo sentí cercano desde que lo conocí hace muchos años en el COAC de Tenerife (en unos carnavales de los que disfrutó más, creo yo, de la calle santacrucera que de su propia exposición) y del que luego tuve la suerte de disfrutar de sus sabiduría y enseñanzas, junto con Moneo y sus discípulos (de ambos, en los encuentros que organizaron entre Mérida, Salamanca y Oporto) entre otros muchos. Siza habla de integridad al explicar cómo se enfrentó a la ciudad entera para hacer sus famosas piscinas de Oporto contra las rocas de su costa.

Las diferencias no son solo entre España y Portugal (a veces tan unidos y a veces tan lejanos). Ocurre también en Alemania, por ejemplo y en otros países europeos, de manera no exactamente igual a lo que sucede en Polonia con la propiedad intelectual, que se respeta y se paga aparte, pero sí parecido, en el sentido de que muchos concursos son meros concursos de servicios para los que solo se exige cierta solvencia técnica y económica, pero cuando se trata de concursos de ideas especiales para cubrir necesidades especiales (y cuál no lo es hoy día), que suelen convocarse siempre cuando se quiere mejorar de manera especial una parte de una ciudad, zona verde o zona costera, cuando la intención es contratar a alguien realmente bueno, entonces se paga incluso la participación de los mejores equipos, con cantidades adecuadas que cubren realmente, o al menos parcialmente, los gastos. No se suele hacer en España, salvo contadas excepciones.

Como ejemplo, un reciente concurso de China, en plena pandemia, en el que permitieron participar a equipos españoles. Se ofertaba el Diseño esquemático y el desarrollo del diseño arquitectónico del Museo de Historia Natural de Shenzhen, una de la ciudades más vigorosas y emblemáticas de la China actual, algo parecido a Silicom Valley pero sin ningún agobio ni complejo. El gigante asiático convocó el concurso el pasado mes de mayo. La parte del presupuesto destinada a los honorarios reservaba entre 1.604.800,82? y 1.761.366,76? para el ganador, sin tener en cuenta lo que recibían los equipos finalistas.

Era un concurso de tres etapas, la primera solo requería la intención de presentarse y cumplir con la solvencia (en China se exige a los equipos extranjeros participar conjuntamente con un equipo chino). La segunda etapa era ya de concurso de diseños: se elegían doce equipos a los que, solo por participar, se les pagaba 600.000 RMB (78.234,56?) a cada uno. En la tercera etapa se quedaban solo con tres finalistas. De entre esos tres finalistas, los dos equipos no ganadores recibieron cada uno de ellos la cantidad de 1.5 millones RMB (195.607,60?).

(*) Abogada y doctora en Arquitectura. Investigadora de la Universidad Europea