Como humanidad, como seres vivos que coexistimos en sociedad, en ciudades, hemos recorrido un largo camino desde la Torre de Babel hasta la actualidad del Covid-19. En aquel momento, en la Torre de Babel todo era también confusión como ahora. Muchas veces la humanidad ha vivido cambios de era, pero no lo sabían porque la comunicación no era instantánea y global.

La evolución de las ciudades ha pasado por diferentes momentos, primero el religioso, luego el geométrico formal y finalmente el social. Y, en medio de todo ello, por muchas terribles pandemias. Ahora las ciudades, los pueblos, las islas están volviendo a evolucionar y ya nunca volverán a ser lo que eran antes del coronavirus.

La cuestión es si somos capaces de imaginarnos cómo serán los cambios que nos esperan a la vuelta de la esquina. Supongo que aún es prematuro hablar de un cambio de paradigma, pero si nos cambió el 11-S y en un solo día y al mismo tiempo nos unimos todos (o casi todos), en la lucha contra el terror, y dejamos de viajar en un instante de pánico casi por completo, pero luego volvimos poco a poco a los aviones aunque ya nunca fue lo mismo y ahora casi nos desnudan al entrar en un aeropuerto y, en aquel momento, por primera vez desde el final de la II Guerra Mundial, el mundo libre se enfrentó al debate seguridad contra libertad.

Con el Covid-19 ha sucedido igual, hemos renunciado a nuestra libertad por seguridad, por no morir. Por sobrevivir. Digamos que este es el primer efecto visible. Pero luego cambiarán muchas más cosas de nuestras vidas. Porque este enemigo ni se ve, ni se huele, ni se siente. Pero sabemos que está ahí.

La pregunta que me toca hacerme es cómo cambiará la arquitectura cuando volvamos a salir a las calles, y si tendrá un papel relevante en la época post-Covid. Ahora, en el momento del fragor de la batalla han ganado las ingenierías y se ha impuesto la arquitectura de la velocidad, sin belleza, solo para cubrir una función: hospitales hechos en diez días, etc. Pero cuando hayamos superado el virus sabremos ya con toda certeza que vendrán otros y tendremos que preparar los edificios, las zonas públicas, las calles para esa realidad.

Algunas ideas

Creo que las oficinas volverán a ser cerradas, como antes. Si el trabajo virtual resulta que funciona (aún está por ver si funciona igual en todos los sectores), si conseguimos ser más productivos, entonces cambiará fundamentalmente la concepción de los espacios de trabajo compartido. Viviremos en cápsulas controladas por puertas que al traspasarlas seguramente te echarán algún desinfectante que no afecte a la salud, como hacen ahora en algunos aeropuertos.

No tocaremos nada, o no querremos tocarlo ni con el codo, por miedo al contagio, así que suponemos que las casas, los edificios y las ciudades estarán llenas de tecnologías para evitar contacto: controles de temperatura mecánicos, puertas automáticas, ascensores activados por voz, pagos 100 por 100 por teléfono móvil, interruptores con manos libres, etiquetas automáticas para maletas y check-in y seguridad avanzados en el aeropuerto, a parte de un lugar, también en el aeropuerto, donde además de desnudarte medirán todas nuestras constantes vitales y nos rociarán con algún tipo de ozono o similar que nos desinfecte antes de subir al avión, donde volveremos a tener sitio para colocar los pies porque ya no podrán pegar tanto los asientos entre sí (esto último me encanta). Los estadios de fútbol y los teatros y auditorios incluirán en cada esquina oportunidades para lavarse las manos y desinfectarse, como ocurre al entrar ahora en las habitaciones de cualquier centro de salud. Los hospitales y los centros de mayores cambiarán y se dividirán las zonas víricas de otras enfermedades, y los sistemas de alarma serán realmente escuchados cuando en una esquina del planeta comience un foco y no ocurrirá como ahora, que en Occidente despreciamos a China e hicimos oídos sordos hasta que fue demasiado tarde.

Y las viviendas, ¿cómo serán? Vuelve la época de buscar la seguridad, pero también la comodidad, el poder pasar periodos de confinamiento requiere unas casas algo mejor preparadas, más capaces de ser estancas si se requiere, y a la vez más nido, más acogedoras. En todo lo anterior la arquitectura, como en tantas otras épocas históricas tendrá un papel vital, para conservar algo de la libertad que de momento nos han robado esta primavera sin playas, ni dunas, ni paseos por la naturaleza.

DULCE XERACH PÉREZ Abogada. Doctora en Arquitectura. Investigadora de la Universidad Europea