Un clan familiar convertido en elite de poder. Con esta frase podría resumir la historia que se encierra en las páginas de El círculo de los Gálvez. Formación, apogeo y ocaso de una elite de poder indiana, obra de la inagotable capacidad investigadora de Manuel Hernández, catedrático de Historia de la Universidad de La Laguna, publicada bajo el sello de la editorial Polifemo en su colección La Corte en Europa.

El historiador se centra en la figura de José de Gálvez Gallardo, el fundador, profundizando en su biografía desde aspectos hasta ahora desconocidos, como su formación y las alianzas y relaciones de las que hizo uso para ascender en la administración española.

El autor señala que este singular linaje "trata de librar a los criollos del poder, colocando en las administraciones a funcionarios de su cuerda", desde el propósito de reconquistar para la Corona española su papel hegemónico como metrópoli en América y a cambio recibir privilegios.

José de Gálvez se posicionó en contra de que Venezuela, Veracruz y Filipinas se adhiriesen al libre comercio y, al efecto, activó una serie de compañías, con sede en Málaga, que contaban con un estatus de privilegio. Cuando murió, en 1787, se decretó el libre comercio, pero hasta entonces mantuvo vigente su particular monopolio.

Lo que resulta excepcional es la movilidad social de los Gálvez, precisamente en un momento histórico de tanta rigidez, marcado por la cerrada estructura de una sociedad estamental. "Son personas de clase baja que, desde un pueblecito de Málaga, fueron capaces de ascender en el escalafón social y crear un auténtico imperio", que comenzó a levantar José de Gálvez Gallardo y continuó su familia, convertidos en protagonistas de una época de apogeo y también de decadencia, frustrada por "la falta de sucesión masculina adulta del fundador del clan y de sus principales integrantes", subraya Manuel Hernández.

Es más, el tal José de Gálvez, descubre el historiador, consiguió una beca y, a partir de ahí, "se inventó una carrera de abogado, una mentira gigantesca", que se acrecentó cuando se casó con una francesa "que tenía muy buenas relaciones", lo cual contribuyó a que lo designaran visitador de Nueva España, "aunque realmente no lo habían nombrado a él, sino a otra persona que murió en el transcurso del viaje", desvela Hernández. Con todo, desde ahí se encaramó al puesto de consejero de Indias , lo que supuso que "acaparase todos los poderes".

Lo cierto es que los Gálvez representaron un modelo de dominio para la política oficial española en América. En este sentido, José de Gálvez, secretario y gobernador de Indias en 1776, hasta su fallecimiento en 1787, esperaba que su sobrino Bernardo se hiciera con el poder, pero a éste le sobrevino la muerte a la temprana edad de 45 años, siendo virrey de Nueva España, y no tuvo hijos que mantuvieran con vida el clan.

Matías de Gálvez, que fue virrey de México, residió durante 30 años en Tenerife, un tiempo durante el cual ofició como administrador de La Gorvorana, en Los Realejos. Esta hacienda era propiedad del capitán don Francisco Gorvalán, quien acompañó al Adelantado Fernández de Lugo en la conquista de Tenerife y que recibió estas tierras como parte de los repartimientos. Los pagos eran administrados por mayordomos nombrados por sus dueños y así fue como Matías de Gálvez se trasladó a Tenerife en 1757, donde también ostentaría el cargo de primer teniente del rey, en la práctica segundo de la Capitanía General de Canarias.

Respecto a la vinculación de los Gálvez con Canarias destaca el hecho de que fueron los promotores de la emigración isleña al territorio de Luisiana. Fue Bernardo, quien pasó parte de su infancia y juventud en Tenerife, quien recién nombrado Capitán del Regimiento de Guarnición de Luisiana decidió repoblar varias zonas al sur de la colonia. Con ello intentaba evitar una posible invasión enemiga, sobre todo de los ingleses, y fue así como se enviaron a más de 2.500 canarios a colonizar este territorio.

En los siglos XVII y XVIII los isleños ya no van a sustituir a una población que ha desaparecido, sino que emigran con otra finalidad: o bien fundadores de nuevos pueblos y ciudades, o bien para evitar el avance humano y político de países extranjeros infiltrados en las posesiones españolas. De ahí las huellas de lugares con nombres como los de San Bernardo de Gálvez, Galveston o Palenzuela, en referencia a la mujer de José de Gálvez. También Matías, siendo capitán general, envió a más de 300 isleños a la Costa de los Mosquitos, Reino de Guatemala, la actual Honduras.

En relación con la participación de Bernardo en el conocido como desembarco de Pensacola, Hernández refiere que se trata de "otro de los mitos" que encierra la historia y que realmente fue un fracaso. "Hubo una cantidad de escritos a su favor", pero cuando se murió su padre, aquella aureola se terminó. La imagen del "Yo solo" que se quiso publicitar, lo que escondía era otra realidad muy diferente. "No disponía de recursos, se encontraba gravemente enfermo en la isla de Santa Rosa, frente a Pensacola, y fue entonces, ya cuando se consideraban perdidos, que llegaron unos refuerzos, que él consideraba ingleses y que en realidad eran tropas de Cagigal y Miranda".

Frente a la mitología, tan al uso en las biografías históricas, Manuel Hernández reivindica a los personajes "de carne y hueso", dado que a su juicio se está instalando una corriente historiográfica dedicada a exaltar "a los grandes genios", cuando este historiador sostiene que "ninguno era tonto" y, es más, señala que la Inquisición les incautó sus bibliotecas, sabedora de que almacenaban los considerados libros prohibidos.

Otro de los Gálvez, de nombre Antonio, fue administrador de la renta del tabaco en las Islas. Originalmente, tanto en España como en América, se comenzó a aplicar como un monopolio arrendado o delegado a terceros y empezó a tener vigencia desde el año 1700, pero hay que destacar que la venta del tabaco fue uno de los tributos más productivos de los que dispusieron las colonias americanas y, quizás, el de mayor productividad.

Con todo, una de las tragedias que persiguió al clan de los Gálvez fue el hecho de no haber tenido descendencia masculina, lo que significó que se cortara de raíz la continuidad de la saga y, en consecuencia, el ocaso.

Cierto es que Rosa, expósita, destacó como poetisa y autora teatral, dedicando uno de sus poemas a un viaje al Teide, y Matilde, hija de Bernardo, fue la única que tuvo prole, al casarse con un napolitano, pero estableció su residencia en Italia y se desvinculó de los lazos familiares.

Los Gálvez vivieron el apogeo y el ocaso.