A. A.

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A Ginette Kolinka, con 19 años, recién deportada a Auschwitz, las presas veteranas le dijeron: "¿Veis ese humo de ahí fuera? ¡Pues ahí están! ¡Son sus cuerpos, son vuestras familias lo que están quemando!". "No las creo, pero lo sé", escribe esta superviviente de los campos nazis, ya con 94 años, en Regreso a Birkenau (Seix Barral), pensando en su padre y su hermano pequeño, a quienes no volvió a ver tras ser gaseados al llegar juntos en un convoy en 1944 tras ser detenidos por la Gestapo en Aviñón.

En el libro, escrito junto a la periodista Marion Ruggieri, describe cómo le tatuaron el número 78599, cómo las obligaron a desnudarse -"la vergüenza de la desnudez es tal y tan intensa que no siento nada más" y les afeitaron cabello y vello púbico. También lo que vio la primera vez que se despertó: "Montones de trapos en los rincones del barracón. Eran las muertas de esa noche". Recuerda los recuentos, durante horas a la intemperie, "firmes, heladas, temblorosas, agotadas", y las palizas: "cada orden es un golpe. Nos pegan todo el tiempo, todo el día, por nada. (...) Es continuo, tanto que ya ni siquiera me duele (...). No sirve de nada ir al hospital. Su primer reflejo es echarte de allí; el segundo, matarte".

"No hay que contestar, no hay que mirar, solo obedecer sin más (...) Decido pasar lo más inadvertida posible, no sublevarme jamás, aceptarlo todo (?) Perder el ánimo es precipitar la muerte", escribe Kolinka, que luego sería trasladada a Bergen-Belsen y a Theresienstadt. Cuando la liberaron pesaba 26 kilos.