¿Cómo empezó su relación con el cine?

De manera natural. Soy de una generación que grababa películas por la noche en vídeo: clásicos como Con faldas y a lo loco o Lenny. Mi padre, que es médico, es muy cinéfilo, así que iba con él mucho al cine. Tuve pronto claro que quería estudiar Comunicación Audiovisual.

¿Qué es el Instituto de Cinematografía? ¿Es poco conocido por el gran público?

Pertenece al Ministerio de Cultura y su función fundamental es el fomento del sector cinematográfico, incluidas su conservación y promoción. Hay que ver siempre cómo nos coordinamos con las comunidades autónomas, que tienen competencias en materia cultural. Queremos que en España haya una producción que refleje la diversidad. Hacemos frente a una industria muy potente, que es la estadounidense. No me imagino un país sin su cine.

¿Uno de los mascarones culturales?

Claro. Y hace sociología. Es un diálogo continuo con el presente. Se ve, por ejemplo, en los premios Goya. Es muy importante dejar ese legado. La cultura atraviesa los tiempos y nos permite conectar el pasado y el presente.

¿El cine español responde al reto cultural que supone el español, una lengua con millones de hablantes en todo el mundo?

España ha hecho, por ejemplo, una labor fundamental al participar y desarrollar la cinematografía latinoamericana. Se ha apoyado una industria en toda la región. España y Argentina protagonizaban hace 20 años las coproducciones; con el programa Ibermedia se ha ido extendiendo a otras cinematografías.

Una queja que escucho a muchos cineastas españoles: deberíamos hacer con nuestro cine lo que Francia con el suyo... ¿Modelos muy diferentes?

Es distinto, pero en España hay más apoyo al cine del que pueda parecer. El sistema de apoyo en Francia fue pionero y empezó después de la II Guerra Mundial, en 1946. Tienen una tradición mayor. Nosotros estuvimos 40 años paralizados. Tenemos que ganar terreno. Pero aquí hay apoyo del Estado y hay presupuesto para la cinematografía. Desde los años setenta, tratamos de encontrar el modelo. Ellos no viven tanto del Ministerio de Cultura, sino de las entradas, de tasas, etcétera. Nosotros, en cambio, sí. Cada país necesita su modelo.

¿El nuestro es aún un modelo en construcción?

Desde hace años hay un fondo cinematográfico, que viene del Ministerio de Cultura. Y las distintas comunidades tienen también sus fondos. Algo que nos diferencia con Francia es que el suyo es un modelo más centralizado, estatal. El nuestro responde a la realidad española. De alguna manera, funciona: producimos al año más de doscientas películas, de las que más de cincuenta son coproducciones. ¿Hay que mejorar, internacionalizar? Sin duda.

¿Las cinematografías autonómicas son potentes?

Creo que sí. Y, además, hacen un trabajo muy importante. Y cada una con sus características. Su papel es fundamental. Y el nuestro, el de ver cómo armonizamos todas las políticas. Este año hemos creado la Comisión Interterritorial de Cinematografía y Audiovisual. Hay voluntad de colaborar.

Algunas directoras afirman que en España hay un problema de desigualdad: las mujeres hacen cine autoral, pero apenas tienen acceso al de género...

Sí que lo vemos, pero diría que no sólo ocurre en España. Hay más directoras haciendo documental, pero la velocidad es distinta con películas de mayor presupuesto. Hay que acabar con ese desequilibrio. Hay barreras reales y otras invisibles.

¿Continuará el cierre de cines?

Se abren otras salas, pero en complejos en las afueras de las ciudades; donde más desaparecen es en el centro de las ciudades. El modelo audiovisual está cambiando, pero el cine no es una moda y seguiremos viendo películas. Lo indican los resultados en taquilla; otra cosa es qué ve el público. El cine español tuvo muy buenos datos el año pasado y espero que en este ocurra algo parecido. Están apareciendo las plataformas, pero creo que contribuyen a que la gente vaya al cine.

¿Qué papel tienen los distintos festivales españoles?

Fundamental. Los festivales ponen en los medios el presente de la cinematografía, más allá de la promoción de las propias películas. Acercan a las ciudades la diversidad del cine y permite el acceso a los realizadores.