Muestra la carátula de Cafarnaúm (2018), que narra la historia de Zain, de 12 años, quien denuncia a sus padres por haberle dado vida en un territorio hostil: Beirut. Recibió el Premio del Jurado en Cannes y fue nominada a los Bafta, Globos de Oro y Oscar, "pero no está en ninguna plataforma", subraya. "¿Crees que podrías ser feliz sin ver este título?", pregunta con cierto registro actoral.

Agustín García rebobina en el tiempo y recuerda que el videoclub Scorpio, en la calle Álvarez de Lugo, nació allá por 1982. "¡Ha llovido!". Ya existían otros, caso de La Mundial, Shewak o Cuencos, de su amigo Máximo, que aún se mantiene activo en La Laguna. "Un compañero de fatigas", dice.

Natural del municipio palmero de Breña Baja, en diciembre de 1979 había abierto una tienda de discos con el mismo nombre en la Rambla de Pulido, "un guiño sesentero", desde donde la música invadía la calle a su antojo. "Me vi abocado a montar un videoclub porque los representantes de los sellos discográficos se hicieron también con el comercio de las películas. Ellos me lo propusieron y en aquella época era un buen negocio". Recuerda cómo los fines de semana las colas llegaban a la puerta. "Llegué a contratar hasta cuatro personas". Ahora está solo. Y se le vienen a la cabeza aquellas disputas, como las del saloon de cualquier pueblo del oeste, por conseguir la cinta de moda. Él conservaba la táctica de guardar copias o esconderlas para sus clientes preferentes.

Los anaqueles de Scorpio están repletos de películas galardonadas con los Oscars, catalogadas por años, premios Palma de Oro, Cannes, Goya y otros certámenes; una selección de directores europeos, asiáticos y de otros continentes; referencias a orígenes del cine; géneros como el western, fantástico y de terror, comedia, bélicas; cine de autor e independiente; cubano y sudamericano; árabe o africano; cine canario y español, también documentales... "Aquello no lo enseño", se refiere al llamado género X, apartado en un oculto rincón, que asegura aún a día de hoy le reporta algunas perritas. Dentro, en el almacén, reposa un mundo.

Es una persona de cine y vuelve a recurrir a una película para visualizar sus reflexiones. En esta ocasión, El indomable Will Hunting (1997), dirigida por Gus Van Sant. Will es un joven rebelde con una inteligencia asombrosa. Robin Williams, que interpreta el papel de un psicólogo, le pregunta si había estado alguna vez en la Capilla Sixtina y éste le responde: "Te podría enumerar todos y cada uno de los frescos que hay", porque los había visto a través de internet, a lo que aquél le replica: "Pero desconoces su olor".

De esta manera se dirije a quien, según dice, ignora lo que puede llegar a perderse si renuncia a una buena película: argumentos que sorprenden, historias que hacen pensar... Sostiene que si a día de hoy la gente sigue acudiendo a Scorpio es "porque se respira ambiente de cine, encuentran quien los puede orientar y les brinda un repaso sobre novedades y, sobre todo, que establece un contacto personal, cara a cara".

Calcula que los videoclubs en activo cuentan con fondos que oscilan entre los nueve y quince mil títulos. "Ya no tengo espacio donde almacenarlos", lamenta. En treinta y tantos años deduce que, a grosso modo, ha podido dar de alta alrededor de unas 40.000 películas. "Aquí se conservan títulos que no hay manera de conseguir en ningún otro lado", afrima.

Primer plano. No es algo preparado ni responde a un guion preestablecido. Un viejo cliente, Pedro Miranda, entra en el local. Agustín lo saluda afectuosamente. Pregunta por La noche americana (1973), de Truffaut. "Es una de sus mejores películas. Te la busco por el ordenador", comenta Agustín. De fondo suena la banda sonora de Carros de fuego, acaso animándolo a alcanzar la meta.

De estudiante, Pedro formó parte del Aula de Cine de la Universidad de La Laguna. "Veo todo tipo de cine, menos las cutradas", dice. Y aún admitiendo que internet brinda una gran oferta, le puede el romanticismo, pero también la calidad de la imagen digital y, sobre todo, el hecho de que hay títulos que sólo se pueden encontrar en lugares como Scorpio, caso de El árbol del ahorcado (1959), que quiere rescatar de la memoria.

Agustín regresa con Truffaut. "La copia está magnífica", envuelto ahora en los acordes celestiales de La Misión. Frente al ordenador, cae en la cuenta de que hace tiempo que Pedro no acudía por su local y es que, aunque natural de Santa Cruz de Tenerife, reside ahora en San Diego, California. "Me las puedes traer el lunes. Prefiero que lo hagan en tu casa".

Sobre fidelidades, Agustín relata que "hay un chico alemán que cuando viene de vacaciones pasa por aquí" o residentes en Madrid que por razón de trabajo visitan la Isla regularmente y acuden al videoclub. Y rememora el caso de una madre que viajaba todas las semanas desde El Hierro para llevarse un paquete de películas para su hijo inválido, también de La Gomera, La Palma... "Hola, Lisa. Buenos días". Una señora de avanza edad devuelve dos títulos y se despide desde la puerta.

"Soy muy feliz abriendo todos los días la puerta de mi local", pero si no le es rentable tiene objetivos claros: la cocina social.

"¿El final? Hasta que las productoras digan hasta aquí llegué y vendan a las plataformas".

Mientras tanto resiste, atrincherado, como el protagonista de una película. Solo ante el peligro.

The End.

Fundido en negro

EEUU: los inicios

El negocio se inició en 1957 en Estados Unidos, gracias a un acuerdo con la Fox. A partir de ahí se extendió por el país americano el alquiler al público. En España, el fenómeno comenzó en los años 80, cuando sólo existían dos cadenas La 1 y La 2 de Televisión Española, con cine en blanco y negro. Era toda una revolución ver cine en casa en el momento que uno quisiera, con la posibilidad de detener el reproductor y como reclamo para una reunión familiar o de amigos

Fenómeno Blockbuster

Después llegaría el fenómeno Blockbuster, que en lenguaje de cine significa taquillazo, acaparando mucho mercado. Se instalaban en las mejores calles, compraban muchas copias de estrenos recientes, lo que provocó un descenso de negocio que Agustín cifra en un 10% a los pequeños videoclubs de barrio y tradicionales. Pero aquella empresa que revolucionó el mundo del cine dejó de cotizar en la bolsa de Nueva York y en 1994 comenzaba su decadencia.

Por cable y descargas

Apareció entonces el cine por cable y programable. Hasta las grandes editoriales comenzaron a regalar películas en DVD junto con los periódicos o bien las ofrecían a precios irrisorios. Además, millones de jóvenes se descargaban películas ilegalmente por internet, incluso antes del estreno, o los vendedores callejeros, los conocidos como manteros, ponían copias piratas en el mercado el mismo día del estreno.

Privados y de pago

Tras la quiebra de ese modelo, aparecieron las dos primeras cadenas de televisión privadas: en enero de 1990, Antena 3, y en marzo de aquel mismo año, Tele 5. "Las ventas me bajaron a la mitad, un 50%. La gente tenía cuatro canales, para qué iban a alquilar películas. Era una cuestión casi psicológica", señala Agustín García. En septiembre de 1990 comenzó a emitir Canal +, el primer canal de pago, con fútbol, toros, boxeo y la película porno de los viernes por la noche; en 1997 Canal Satélite Digital y en 2003 llegaba la fusión con Vía Digital. En noviembre de 2005 comenzó sus emisiones en abierto la Cuatro. Y, por si fuera poco, la época de los videoclubs comunitarios. "Todo eran impedimentos", dice Agustín.

Un negocio en crisis

La cifra de videoclubs en España ha pasado en los últimos trece años de unos 7.000 a solo cerca de 400. Todavía quedan algunos pequeños negocios dedicados al alquiler de películas. Al menos hasta hace unos meses, en la ciudad de Barcelona quedaban siete fantásticos que se resistían a abandonar, gracias al esfuerzo y al sacrificio de sus impulsores y a la diversificación obligada del negocio. Eso, a pesar de que la Administración no les pone fácil algo tan humano como la supervivencia. El videoclub más antiguo de la capital de España, Import Video, en el barrio de Vallesca, liquidaba por cierre el pasado mes de junio. Fundido en negro.